Eduardo Uriarte-Editores
El surrealismo se ha adueñado de nuestra vida política de tal manera que me sorprende ver que al día siguiente las cosas sigan funcionando, aunque con el temor de que llegue un amanecer en el que tanto disparate no lo pueda arreglar ni el cabo disparando contra un sol que sale por el otro lado.
Era previsible que un Gobierno formado por una fuerza antisistema y un socialismo que desde hace tiempo iba desertando del pacto de la Transición, que reniega de los fundamentos del republicanismo liberal y se engolfa en el identitarismo, la particularidad y el plurinacionalismo, nos llevara a estas cotas esperpénticas de funcionamiento. Porque, si bien en la llegada al Gobierno de Tsipras en Grecia, con el aliento de Pablo Iglesias que gritaba aquello de “…ya llegamos”, se podían observar las pretensiones del proyecto populista antisistema, aquel no alcanzaba, ni de lejos, a la dimensión rupturista del Gobierno Sánchez. Tsipras al menos, como todo griego nacionalista, no ponía en duda ni riesgo la unidad territorial de su nación aunque surgiera, eso sí, con ínfulas de ruptura social que la realidad se encargó de moderar. Pero aun siendo previsible la inusitada situación política española no deja de sorprender por su dimensión rupturista, posiblemente sin límite, y la rápida sucesión de sus acciones.
Aquí los actos de nuestro movimiento antisistema, hoy en el Gobierno, alcanzan hasta la voladura del Estado. Este movimiento repudia el estado liberal, su territorialidad se pone, además, en riesgo, y el mismísimo Poder Judicial, pieza clave en toda democracia, argumentando en todo momento el disparate de “desjudicializar la política”, se le desprestigia como contrapoder. Aquí, mucho más que en Grecia, y no digamos que del Portugal social-populista, está todo en riesgo de demolición, no se sabe bien si por la indómita osadía de un líder en inmenso culto a su personalidad por sus seguidores, pura vocación autoritaria del largocaballerismo, por influencia de un Carl Schmitt descubierto tras los pasos propagandísticos de Goebbels, o por seducción bolivariana. Se confunden los que creen que Sánchez no puede acceder a las reivindicaciones maximalistas de los secesionistas, como son la amnistía y la autodeterminación, buscará fórmulas para asumirlas.
Lo cierto es que en estos momentos no sólo la nación es un concepto discutido y discutible, lo es también el Poder Judicial, lo es el sistema autonómico, con una de las autonomías recibida con protocolo de estado extranjero y otra preparando un proyecto soberano de relación confederal. Por el contrario, la de Murcia sufre la amenaza de ser intervenida por el subversivo pin parental. A la vez, enarbolando el Gobierno como lema que “la ley no lo resuelve todo”, socava su imprescindibilidad en todo sistema político, mostrando desconocer el fundamento de la convivencia desde Catón a Kelsen. Acercamiento a la revolución bolivariana, nocturno en Barajas, y diurno, no recibiendo a Guaidó. Y una política económica voluntarista y demagógica que desatiende avisos de la UE, empezando por las pensiones. Por no hablar del recién presentado proyecto de violencia de género.
Uno se pregunta por el aliento ideológico que anima tal disparate, pero primero debiera preguntarse por el desaliento que ha provocado todo esto. El desaliento vino de la mano de la pasividad de Rajoy, el burocratismo de su gobierno que despreció la política, no ofreciendo un modelo de nación atractiva y cohesionadora ante las amenazas de las tribus vasca y catalana. El desaliento es obra forjada por el PP. Hasta la posible alternativa liberal, Ciudadanos, que hubiera podido revitalizar la convivencia y la nación, se vio estrepitosamente fracasada al querer sustituir al PP buscando, imitando sus formas, convertirse en él.
El aliento para el disparate es del PSOE, capaz de aglutinar todas sus ignorancias y sus energías en un exacerbado odio hacia la derecha. Su único referente ideológico es el odio (el mismo odio movilizador del padre del populismo Laclau), memoria histórica mediante, para concluir en una estrategia política consistente en la continuación de la guerra (por supuesto la civil del treinta y seis) por otros medios.
La izquierda actual no encuentra razón de ser a España. Pero la derecha tampoco al hundirse en la pasividad, y saltando, como reacción a la pasividad, a un negacionismo que no supera la mera denuncia frente al decisionismo filonazi de esta izquierda autoritaria.
Así se da el escenario surrealista al que nos estamos acostumbrando: la oposición es la que denuncia la carencia de la defensa del Estado, de la legalidad y la territorialidad, misión que correspondería al Gobierno.
Recibimiento al nacionalismo sedicioso en la Moncloa
Félix Ovejero no ha dudado en declarar que el Gobierno de España negocia con delincuentes ante el llamativo hecho de recibir a Torra y su delegación en la Moncloa, lo que es cierto. Sólo la servidumbre política e ideológica de este progresismo reaccionario postmoderno hace posible la inexistencia de crítica desde la izquierda a tan monumental gesto de demolición del sistema. Varios de los componentes de la delegación están procesados, propiciando un escenario político profundamente deslegitimador del sistema y de su Estado.
Aunque el diálogo y la negociación sea consustanciales a la convivencia democrática, también sabemos que el diálogo no puede superar los límites de la legalidad ni poner en entredicho la justicia en la que se asienta el ordenamiento político. El recibimiento en la Moncloa con protocolo de estado a los representantes nacionalistas de la Generalitat, no sólo supone la legitimación del proceso constitutivo del estado que impulsan los secesionistas, también supone un desprecio al propio Estado, y el desprecio al Poder Judicial, a sus sentencias y a los procesamientos por sedición y malversación. Se legitima al adversario del sistema y se deslegitima un instrumento fundamental del Estado de derecho como es el Tribunal Supremo y sus sentencias. Además de observar la despreocupación con que el Ejecutivo contempla el fraudulento cumplimiento de las condenas de los sediciosos y su silencio y pasividad ante el acto a la llamada de rebelión en Perpiñán.
En esta dinámica de demolición del Estado y legitimación del proceso secesionista sólo puede apreciarse un efecto secundario positivo, que la negociación que legitima a los adversarios de la Constitución desmoviliza el activismo callejero de la secesión, cuestión de la que ya se han dado cuenta los líderes de la movilización social. Tanto los responsables de los movimientos de masas, la ANC, la Crida, y otros, como el propio Puigdemont, son conscientes de ello. De ahí que se vuelva a los cuatro días de la mesa de la Moncloa a la movilización en Perpiñán bajo el protagonismo del fugado Puigdemont dispuesto a dar esa dinámica movilizadora a una campaña electoral enfrentada a ERC y a un diálogo gubernamental que sólo va entrañar, como indica José Antonio Zarzalejos en El Confidencial “un proceso de deconstrucción constitucional”. Y a pesar de todos sus ataques a la mesa de negociación el Gobierno la seguirá manteniendo de la misma manera que el Gobierno Zapatero mantuvo una negociación larga e imposible con ETA. Demostrarán al mundo que como dialogantes no les gana nadie, pero legitimarán la subversión y demolerán su propio Estado (cuestiones, por demás, que desde hace años las consideran progresismo).
Pero, ante este descalabro, no es lo más pedagógico ni constructiva la oposición frontal. El PP debiera tener en cuenta el inmenso error de Rivera rechazando cualquier acercamiento al PSOE (aunque Sánchez se hubiera negado a cualquier aproximación que no recuerde al frente popular) a la posibilidad de crear un gobierno de centro. El no es no, el encastillamiento en posicionamientos cerrados sólo facilita la destrucción de la política y deja impune al tramposo en la argumentación, que apenas tiene que ofrecerla.
El PP tenía que haber declarado que él también estaba dispuesto a negociar con los secesionistas, actuando con lealtad ante un Gobierno que decide la vía del diálogo, pero poniendo la condición de que el lugar no podía ser la Moncloa, ni la reunión un encuentro bilateral entre iguales sino una mesa de partidos. Evidentemente tal participación hubiera sido rechazada, ni Sánchez ni el separatismo irían a otro lugar que no expresara lo que el encuentro en la Moncloa ha significado, la entronización subversiva del proceso de secesión en la entraña del Estado español. Pero el PP con una postura más dúctil hubiera traspasado la pétrea y arisca actitud de la denuncia, cosa que solo sabe hacer, e iniciado la pedagogía política. Aspecto del que está tan sedienta nuestra sociedad.
Todo esto, el desmantelamiento del sistema y del Estado, la asunción del caos, se produce porque Sánchez eligió ponerse en manos de la subversión, la social, caminando con Podemos como escudero en el Gobierno, y la territorial, buscando el apoyo de los secesionistas. Evidentemente, el resultado no puede ser otro que el desmantelamiento de la convivencia.
Aprovechemos el día mientras amanezca.