Antonio Rivera-El Correo
En la política actual los fracasos se explican como problemas de comunicación. Es buena excusa: carga la responsabilidad en el otro -el partido lo hace bien, pero el votante no lo entiende- y se mantiene en los mecanismos aceptados: mercadotecnia, tacticismo y liderazgo. Los socialistas vascos dudan si arriesgar en el futuro gobierno con los nacionalistas cobrando más protagonismo o seguir en plan mochila. Alguna encuesta les advirtió de que muchos ciudadanos no sabían que estaban en los gobiernos. Así se entienden los resultados: compartir ejecutivo limita tus posibilidades de identificar tu política, pero tampoco te beneficias de la gestión si muchos no saben que participas de ella. No figuras como posibilidad para muchos electores, sobre todo jóvenes, ignorantes de que el PSE sigue presentándose a las elecciones.

Para corregirlo se plantean otras fórmulas, pero lo hacen en el ámbito supraestructural, en la estrategia de la política gubernamental, como si de un partido de notables se tratara. Partidos de masas ya no quedan casi, pero algunas maneras de hacer clásicas igual sirven para recuperar posiciones. Un partido es una herramienta de intervención política de una parte de la ciudadanía. Si no es capaz de enlazar con la que le corresponde, deja de servir. La desaparición de algunos partidos socialistas la ven como coyuntural, pero en realidad es un problema estructural que aquí tiene singularidades, aunque va al mismo abismo.

Un problema de partida es que tu socio de gobierno tiene más votos y fuerza que tú, pero, sobre todo, más amarre social, mayor identificación de su electorado con su política y mayor penetración en esferas formales e informales de poder. Además, como puede y quiere hacer tu política (socialdemócrata, en términos generales) y tiene un ambicioso proyecto político, te anula. Entonces, tu esperanza es el voto del telediario: favorecerte de que tu partido gobierna en España y de que parte del electorado vasco quiere que siga siendo así. Pero quien se beneficia de los favores colectivos es tu socio, por necesidad de tu partido en Madrid y porque tiene más desarrolladas sus habilidades para traer recursos de allá (por su condición regionalista, por su larga experiencia en ello y por su carácter caciquil, en su versión moderna). Además, tu partido nacional, necesitado de los apoyos de tu socio, te convierte en una sucursal, anula tu personalidad y autonomía, y cabrea cada poco a cuantos te podían votar al sentirse humillados como ciudadanos a la vez que su opción política. En Madrid se comulga con unas ruedas de molino imposibles aquí, en temas simbólicos, en infantilismo izquierdista o en políticas de memoria sobre el terrorismo y sus víctimas. Allí no importan nada, pero aquí siguen siendo cosas sensibles.

Otro problema es la sana ambición. La profesión política es muy respetable -mucho más aquí-, pero no debe confundirse con el modus vivendi, no puede ser una manera de llegar a la jubilación o de colocarse tempranamente. Todos los partidos son así, pero si reduces tu afiliación y su cualificación, si te cierras y no te relacionas con tus bases electorales, si la cosa adopta un peligroso ‘aire de familia’ y si en la plancha electoral no se sabe si es mejor no conocer a los candidatos que ser consciente de sus méritos, tienes un lío. Puedes pensar que el truco es pasar de mochila a bicefalia, pero tu socio te triplica y del abrazo del oso tienes experiencia. Mejor volver a pensar de abajo hacia arriba, ser ambicioso y ganar autonomía.