Ante la presencia de la rama regional de Al Qaeda en el norte de África, nuestro patio trasero, España debería intensificar la colaboración con los países afectados para ayudarles a combatir con eficacia esa amenaza.
Roque Pascual y Albert Vilalta disfrutan en su casa de la recuperada libertad después de nueve meses de secuestro. Atrás, en las arenas del Sáhara, se han quedado los terroristas de Al Qaeda del Magreb Islámico (AQMI), culpables de su cautiverio. El regreso de los dos últimos rehenes pone un final feliz en el terreno personal a su peripecia.
El debate público vuelve otra vez sobre lo que ha habido que hacer para conseguir su liberación. España ha optado por negociar con los secuestradores y hacer efectivo el rescate. En circunstancias similares otros países como Alemania, Italia o Canadá han hecho lo mismo. Gran Bretaña y Estados Unidos, en cambio, tienen por norma no negociar con los terroristas. Francia ha negociado el pago de rescates, pero tampoco ha desaprovechado la oportunidad de actuar militarmente contra secuestradores o piratas.
Sin embargo, al margen de ese debate, todo el episodio del secuestro pone de manifiesto la proximidad de una amenaza terrorista de primer orden. AQMI representa un peligro inmediato para todos los países del sur del Mediterráneo, desde Marruecos hasta Libia, y también para los del Sahel. Pero no sólo para ellos. Como ha señalado el catedrático Fernando Reinares, responsable del área de Terrorismo Internacional del Real Instituto Elcano, España es para AQMI un «enemigo preferente». No en vano el grupo terrorista ha bautizado a su aparato de propaganda como Al Andalus, símbolo de la aspiración de recuperar la península Ibérica para el islam. Reinares ofrece un dato que revela el alcance de la amenaza: la mayoría de los individuos detenidos durante los últimos años en el sur de Europa por actividades relacionadas con el terrorismo global tenían orígenes o conexiones magrebíes. Algunos estaban implicados en la movilización de recursos humanos o económicos para el norte de África, pero otros preparaban atentados en suelo europeo.
Ante la presencia de la rama regional de Al Qaeda en el norte de África, nuestro patio trasero, España debería intensificar la colaboración con los países afectados para ayudarles a combatir con eficacia esa amenaza.
Francia y Estados Unidos desarrollan un papel activo en el refuerzo de los instrumentos de algunos gobiernos de la zona para enfrentarse al terrorismo de Al Qaeda. España también está en condiciones de aportar su ayuda de manera coordinada.
Todos los esfuerzos que se movilicen –intercambio de información, desarrollo de capacidades de inteligencia, formación de especialistas, refuerzo de las estructuras del Estado y hasta los de acción social– estarán contribuyendo a reforzar nuestra propia seguridad al contener o destruir la amenaza en el lugar en el que se ha generado.
Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 25/8/2010