- Como dijo el antiguo dirigente conservador británico Alan Clark, «en política no hay verdaderos amigos; todos somos tiburones dando vueltas, esperando encontrar rastros de sangre en el agua»
Aderecemos con una pizca de ironía el guisado que condimentan entre Génova y Sol: no echemos la culpa de todo a Casado y a Ayuso, porque nada estaría pasando entre ellos si Rajoy hubiera hecho caso a Pedro Sánchez cuando en mayo de 2018 se comprometió a retirar la moción de censura si el entonces presidente dimitía. Nada estaría pasando porque, en ese caso, Soraya Sáenz de Santamaría habría heredado la presidencia del Gobierno y, probablemente, la del PP. Pablo Casado llevaría ya tres años viviendo en París, donde tenía una interesante oferta de trabajo. Y, quizá a esta hora, Isabel Díaz Ayuso estaría preparando su clase de mañana en alguna universidad, en lugar de gobernar Madrid y maniobrar para hacerse con todo el poder del partido en la región.
Nada estaría pasando, porque hace poco más de tres años, en julio de 2018, quien hoy preside la Comunidad de Madrid tenía decidido dedicarse a otra cosa si Pablo Casado no alcanzaba la presidencia del PP en las primarias que enfrentaron al joven y audaz aspirante con las todopoderosas favoritas, Sáenz de Santamaría y Cospedal. Ayuso estaba desencantada del marianismo y pensaba que su amigo Pablo era la solución.
Casado salió victorioso contra pronóstico, Ayuso siguió en política, fue aupada a la candidatura del PP en Madrid, no ganó, pero sí gobernó, con la temeridad propia de su carácter forzó elecciones en mayo y arrasó, ese éxito de Ayuso resucitó a Casado después de la ruina del PP en las autonómicas catalanas de febrero, y ahora Casado y Ayuso son rivales. Como dijo el antiguo dirigente conservador británico Alan Clark, “en política no hay verdaderos amigos; todos somos tiburones dando vueltas, esperando encontrar rastros de sangre en el agua”.
Pero, ¿estamos ante una competición por el poder inmediato en el PP nacional?
Madrid siempre ha sido un polvorín para la política española. Por citar el caso más reciente, lo que votaron los madrileños el 4 de mayo no solo revivió a Casado, sino que acabó con la pretendida aureola de imbatibilidad de Pedro Sánchez, le obligó a realizar un cambio radical de su gobierno, reconvirtió en tertuliano al fundador de Podemos, y transformó en estrella del rock y líder de masas a la victoriosa presidenta de la Comunidad. Pero, ¿estamos ante una competición por el poder inmediato en el PP nacional? ¿Aspira Ayuso, como creen algunos, a sacar ya a Casado de la planta noble de Génova 13, para ser ella la candidata del partido en las próximas elecciones generales?
Nadie sabe lo que anida en lo más profundo de las almas, las mentes y las ambiciones de las personas. Pero esa idea más parece una ensoñación. No encontraría Ayuso -si es que así lo pretendiera- el apoyo necesario para una imprudente operación de tal calado suicida. En realidad, no hablamos de 2021. Hablamos del día después de las elecciones generales, sean en 2022, en 2023 o en los primeros días de 2024. Será entonces cuando las urnas sentencien si Casado alcanza La Moncloa y, por tanto, se convierte en el verdadero líder de la derecha en esta década de los 20, o si pierde y se abren las hostilidades sucesorias en el partido.
Es lo que se dirime ahora: preparar la disputa poselectoral y disponer para entonces de dos armas con enorme potencia de fuego, como son la presidencia de la Comunidad de Madrid (suponiendo que Ayuso revalide el cargo en mayo de 2023) y el control del partido en la región. Aunque Ayuso no tendrá el camino tan despejado como desearía: el gallego Núñez Feijóo y el andaluz Juan Manuel Moreno (si gana sus elecciones autonómicas) están en condiciones de acumular muchos apoyos en toda España, quizá más transversales que los de su homóloga madrileña.
Pero quien más se podría resistir a cualquiera de estas alternativas es el propio Pablo Casado que, atrincherado con su grupo de fieles espartanos, exigiría el derecho a jugar otra partida electoral. Una más, porque en Génova consideran que las dos elecciones consecutivas de 2019 (abril y noviembre) deben contar solo como una. El presidente del PP se consideraría, así, legitimado para recibir el mismo trato que sus predecesores: tanto Aznar como Rajoy perdieron dos veces en las urnas antes de alcanzar el poder en sus terceras elecciones como candidatos.
¿Con qué argumentos podría pedir el voto a los ciudadanos quien no haya sido capaz de conseguir el apoyo de sus compañeros de partido?
“Nos va la marcha”, reconoció Ayuso. Porque la posibilidad de forzar primarias en el PP de Madrid, con la que se amenazan mutuamente los dos bandos, es un absurdo método de inmolación. ¿Con qué argumentos podría pedir el voto a los ciudadanos quien no haya sido capaz de conseguir el apoyo de sus compañeros de partido, sea Ayuso, Almeida o, por persona interpuesta, el propio Casado?
En 2017, Susana Díaz creyó que arrasaría a Pedro Sánchez en las primarias del PSOE, pero perdió. Año y medio después también perdió el poder en Andalucía, que los socialistas habían ostentado desde los años 80.