TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • Desde la izquierda se practica la ley del embudo: nadie se escandaliza por que Sánchez trate a Bildu como socio normalizado

Quienes reprochan a Pablo Casado que se haya puesto demasiado pronto en clave electoral, presentando un programa de gobierno como hizo en la convención de Valencia, se atienen al calendario. Quedan dos años para las elecciones legislativas. Dos años, en política, es una eternidad. Pero nadie quiere quedar fuera de juego, por si acaso. El primero, el presidente del gobierno. Que ya eligió unas compañías tan marcadas como variopintas para derrotar a Rajoy en la moción de censura. Populistas comunistas, dentro; secesionistas catalanes y nacionalistas vascos, fuera. Más EH Bildu. Aliados a los que se aferra porque le sirven para justificar sus políticas económicas, además de las ideológicas. Unas veces, arrastrado por los demás, otras por su necesidad de que Podemos siga teniendo la fuerza electoral suficiente para que él pueda permanecer en La Moncloa mucho más allá de dos años.

Desde la izquierda se practica la ley del embudo. Que Casado se dirija a sus votantes con un discurso tan recentralizador como la Loapa de Felipe González es un escándalo porque se acerca a Vox. Pero que Sánchez trate a Bildu como socios normalizados les parece lógico. Casado no se pasea con Abascal. Entre otras cosas porque la derecha, aunque está convencida de que el sanchismo seguirá derrumbándose a pesar de los fondos europeos, es incapaz de unir sus fuerzas como hace la izquierda con los nacionalistas. Abascal ayer arremetió contra Casado acusándolo de «ideología progre», un mensaje para el electorado que ambos se disputan. Sánchez sí se pasea con su vicepresidenta Yolanda Díaz, quien, desde su perspectiva comunista, le va ganando todos los pulsos en política económica intervencionista. Pero nadie se escandaliza de las compañías tóxicas del presidente. Lo que hace la derecha está mal; la izquierda, bien. Acercarse a Vox es un peligro. Pactar con EH Bildu, sin embargo, es un modelo de diálogo y democracia.

Lo que le ocurre al presidente del Gobierno con Madrid se llama obsesión tras la derrota

Ayer Sánchez, noqueado todavía por la victoria electoral de Díaz Ayuso, demostró su temor a que los resultados electorales de Madrid puedan ser extrapolables a buena parte de España al proponer que las instituciones públicas no se concentren en Madrid. Lo que le ocurre a Sánchez con Madrid se llama obsesión tras la derrota. Para arremeter contra la derecha dio un brochazo : «Todos los que pontifican con bajadas de impuestos aparecen en los papeles de Panamá y de Pandora». ¿Seguro? ¿Todos? Pero, ¿en los papeles de Panamá no aparecían algunos afines suyos como los Almodóvar? No puede valer todo en política.

Estamos en una coyuntura económica preocupante. Con las clases medias perdiendo poder adquisitivo a mansalva y el gobierno dedicado a dar subvenciones en vez de favorecer la creación de empleo. La situación requiere de un diálogo permanente entre gobierno y oposición. Como ocurrió en el 2011 cuando Rajoy, desde la oposición, le echó una mano a Zapatero con la reforma exprés del articulo 135 de la Constitución. Pero Sánchez no está en ese registro. Sus aliados están enfrente. En la izquierda extrema y los nacionalistas. Entre la nebulosa de los socios de izquierda aparece el PNV, que se va desprendiendo de sus capas de conservadurismo para mimetizarse con la socialdemocracia, lo que le provoca una ubicación más acomodada pero no exenta de contradicciones. El Sociómetro les ha dejado una pieza inquietante sobre el tablero en intención de voto. Si hubiera elecciones ahora, se consolidaría el gobierno PNV -PSE pero los tres partidos autodenominados de izquierda ya empiezan a sumar una alternativa al PNV. Socialistas, Bildu y Podemos. «No se atreverán», sostienen los jeltzales. Veremos.