EL MUNDO – 29/12/14
· El amistoso congregó a 45.000 aficionados en un cóctel de fiesta, fútbol y reivindicación.
· La Gran Vía estaba cuajada de ikurriñas y pancartas de apoyo a los presos etarras (euskal presoak etxera), carteles que los catalanes también agitaban.
Todo San Mamés, en pie. Resonaba fuerte la reivindicación de los miles de vascos (lógica mayoría) y catalanes congregados en Bilbao: «Independentzia». La renovada Catedral se vistió de luces verdes, rojas y blancas en una noche llamada a ser memorable y que pretendía transmitir un mensaje que trascendiera el rito deportivo. Anoche no todo era fútbol.
Se esperaba algo especial. Pocas semanas después de la polémica consulta del 9-N, las selecciones de Euskadi y Cataluña se citaban para jugar por tercera vez en 10 años. Y había emoción en el ambiente: nunca mejor dicho, esto es jugar en casa. Para los dos equipos. Hubo amistad hasta en el resultado: 1-1. Los goles, para los curiosos, de Aduriz y Sergio García.
En las gradas, los 45.000 aficionados hicieron temblar el reluciente estadio al ritmo de «español el que no bote». Brilló la otra cara de la moneda. Cataluña y País Vasco no fueron rivales, sino un sólo frente sintiéndose fuerte. «Cataluña, Cataluña», gritaban ambas aficiones. En los despachos, horas antes, Mas y Urkullu decidieron que se apoyarían en su búsqueda de más soberanismo. En el campo, por la tarde, todos los hinchas animaron al unísono.
A mediodía, en el hotel NH Villa de Bilbao, donde se alojaba la selección catalana, Xavi Hernández comentaba cuánto estaba disfrutando de su estancia en Bilbao. «Parece que aquí me quieren más que en Barcelona», bromeaba. El hermanamiento relucía de manera especial.
Ya de camino al estadio, antes del partido, un ambiente efervescente tomó Bilbao. La Gran Vía estaba cuajada de ikurriñas y pancartas de apoyo a los presos etarras (euskal presoak etxera), carteles que los catalanes también agitaban. Representantes de los deportes tradicionales vascos surcaron la ciudad pidiendo el reconocimiento de la federación.
En el campo, un hombre explicaba a su hijo que éste no era un partido de la Liga, que era «especial y es realmente nuestro». El crío, de apenas cinco años, iba perfectamente equipado, como una pequeña ikurriña viviente. Comentaban desde el Athletic, el equipo que cedió el recinto, que buscaban un evento familiar y festivo, que los incidentes sólo desmerecerían la esencia del partido. Realmente lo consiguieron. Los hinchas estuvieron más centrados en apoyar a Cataluña y Euskadi que en criticar a España.
Hace un par de años, la selección de Euskadi jugó contra Bolivia y 14 ertzaintzas resultaron heridos. Los organizadores cruzaron los dedos para que el partido de anoche no derivara en un espectáculo violento donde los daños también perjudicarían al Athletic Club, que mima con cariño al nuevo estadio.
Las fan zones se llenaron y el resultado del marcador pareció lo de menos. El fútbol representa muchas cosas: una fiesta, una fuerte baza económica, un espejo del sentir político… Es un universo en sí mismo. Los 45.000 espectadores con sus banderas, ante la atenta mirada del lehendakari y el president, buscaban que su presencia en las gradas significara algo. Cuando Cataluña marcó el tanto del empate, se celebró el gol pidiendo la independencia.
Hasta la lluvia, que no había dado tregua en toda la semana, pareció haberse retirado educadamente para el partido, pero el frío no perdonó.
San Mamés inauguró su segundo tiempo homenajeando a Mikel Laboa, todo un icono en Euskadi. Últimamente en San Mamés se anima con canciones típicas, que empieza entonando un sector del estadio y acaba conquistando todo el recinto. Reza el tema Txori Txoria: «Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no habría escapado. Pero así, habría dejado de ser pájaro. Y yo… yo lo que amaba era un pájaro». Y los euskaldunes de San Mamés, que se sienten más pájaros que nunca, se dejan la garganta cantando.
EL MUNDO – 29/12/14