Pedro J. Ramírez-El Español

Bajando dos nuevos peldaños en la escalera de su degradación, Sánchez ha celebrado como grandes éxitos sendos episodios de los que tendría que avergonzarse: haber engañado a los españoles con la amnistía y haber engañado a la OTAN con el 5%.

En el primer episodio ha tenido como colaborador necesario a Conde Pumpido y en el segundo a Margarita Robles. Precisamente las dos únicas personas del entorno socialista que hace 30 años antepusieron la búsqueda de la verdad a la razón de Estado de los GAL.

Produce una gran tristeza contemplar el ocaso de la resistencia ética de ambos, reclinados hoy ante el altar menor de la drogodependencia de Sánchez del poder.

No eran zelotes como Tezanos ni replicantes como Patxi López, pero a este paso será difícil distinguirles.

Lo más importante de una biografía es su final. Véase cómo el Emérito arruinó la suya.

Pumpido ya no perdurará ni como el juez recto que condenó a Barrionuevo y Vera, ni como el jurista eminente, con claroscuros como fiscal general, que alcanzó la cima del Tribunal Constitucional.

Perdurará como el chef servicial del chiste de Tomás Serrano que se prestó a cocinarle a Sánchez el guiso de la amnistía con ingredientes que causarán arcadas a los exégetas del Derecho.

Lo propio hubiera sido que este jueves, después del apretado 6-4, Pumpido hubiera comparecido con su tenebrosa sentencia y la frase de ritual: “Estoy en condiciones de ofrecer al presidente lo que el presidente me ha pedido”.

La última vez que se pronunció esa frase fue el 3 de abril de 1976, en boca de Torcuato Fernández Miranda. Anunciaba la terna del Consejo del Reino que incluía a Adolfo Suárez como presidenciable: “Estoy en condiciones de ofrecer al Rey lo que el Rey me ha pedido”.

Pumpido ya no perdurará ni como el juez recto que condenó a Barrionuevo y Vera, ni como el jurista eminente que alcanzó la cima del TC

Ambos servicios al poder de los cráneos privilegiados del momento tenían un sentido constituyente y han marcado un punto de inflexión en la historia de España. La diferencia es que el primero pretendía impulsar la democracia constitucional -separación de poderes incluida- y el segundo desnaturalizarla.

Como bien acaba de explicar Virgilio Zapatero en nuestro periódico, Conde-Pumpido ha tendido una emboscada al orden vigente, mediante la que el Tribunal Constitucional ha usurpado el papel de “señor de la Constitución” y se ha erigido en poder “constituyente”.

El resultado de tan artera celada ha sido “introducir en la Constitución un instituto nuevo, la amnistía política (más aun la autoamnistía) que el constituyente no quiso”.

Al operar en el vacío imaginario de que lo que no está prohibido está permitido, Pumpido ni siquiera ha guardado las apariencias de la búsqueda de un consenso dentro del tribunal y se ha apresurado a convertir la sentencia en una jofaina de agua tibia para que Sánchez se lave las manos manchadas por su oportunismo.

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Más le vale a Conde-Pumpido que el TJUE le desautorice pronto y que, al ponerle una vez colorado, le ahorre ulteriores vergüenzas. Porque Sánchez ni quiere ni puede tirar la toalla y el único resquicio que le queda para intentar seguir hasta el 27 pasa por arrastrar al Constitucional al nuevo desgaste de conceder el amparo a Puigdemont y desactivar las medidas cautelares del Supremo, vinculadas a la malversación.

Y ahí no terminaría el sometimiento del rigor jurídico al estado de necesidad del presidente. Sánchez sería capaz de pactar con Puigdemont unos Presupuestos a cambio de reabrir el proceso de autodeterminación en Cataluña.

¿Alguien lo duda?

Cuando Pumpido, señalado ya como artífice del andamiaje jurídico de este camino de perdición, alegara que sus propias sentencias acreditan que él no pasaría por el aro del referéndum, muchos le darían la misma credibilidad que a su jefe.

También Macbeth creía que sólo tendría que matar a Duncan.

El único resquicio que le queda a Sánchez para intentar seguir hasta el 27 pasa por arrastrar al Constitucional al nuevo desgaste de conceder el amparo a Puigdemont

Si Sánchez ha sido capaz de convertir su necesidad en vicio, desdiciéndose de su oposición a la amnistía y hasta sus monaguillos mas castos, léase Carmen Calvo, léase Illa, han quedado retratados por el papirotazo de la hemeroteca, ¿por qué no iba a hacer lo mismo con el referéndum, arrastrando en el lote a Pumpido?

¿Qué es lo único que podría mantener uncidos al carro de Sánchez a SumarPodemos y los separatistas vascos, catalanes y gallegos?

¿Qué es lo único que podría compensar su condescendencia con la corrupción del trío del Peugeot?

¿Qué es lo único que podría inducirles a taparse la nariz ante el hedor de las cloacas de Ferraz?

Elemental, mi querido Cándido: la ruptura del régimen del 78. Ése será el último asidero de Sánchez al expreso de medianoche que le permita escapar del rugiente volcán que le rodea.

Así escrito podría parecer, como se dice ahora con la inteligencia artificial, una alucinación del modelo. ¿Pero no hubiéramos dicho lo mismo antes de julio del 23 si alguien hubiera pronosticado que Sánchez pagaría el precio de la amnistía para seguir en la Moncloa y que Pumpido el Magno tendría los arrestos de ponerle el lazo de constitucionalidad como quien adorna una cesta de frutas para agasajar a un hijo pródigo?

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Como el escribano más avieso puede dejar una página imborrable, recomiendo la lectura del artículo de Gonzalo Boye, “No se irá, aunque caerá”, publicado en El Nacional.

El abogado de Puigdemont alega, con conocimiento de causa, que Sánchez se amarra al poder “porque no puede hacer otra cosa”. Porque al haber “cruzado demasiadas líneas rojas”, carece ya de cualquier tipo de “salida digna”.

Por eso ha convertido la presidencia del Gobierno “no en un espacio de gestión pública”, sino en “una plataforma de control de daños”. Boye lo dice de forma prolija y eufemística, pero todo podría resumirse en que el día que pierda la Moncloa no contará ni con Tezanos, ni con los manipuladores desorejados que ha alquilado TVE, ni con los que roban la publicidad a nuestros lectores para atiborrar a la radio amiga.

Y, por supuesto, quedará a la intemperie ante la ley si no llegan a tiempo las reformas de lobo bolivariano con piel de cordero europeo que Bolaños quiere obligar a engullir a jueces y fiscales.

“Lo que está en juego es la propia inmunidad defensiva ante un horizonte penal… Significaría dejar a su esposa y a su hermano sin capacidad de reacción estructurada. Los costos económicos de sus defensas, la exposición mediática sin filtro, el desgaste emocional y reputacional serían inasumibles fuera del poder”.

El abogado de Puigdemont alega que Sánchez, al haber “cruzado demasiadas líneas rojas”, carece ya de cualquier tipo de “salida digna”

Exactamente ésa era la encrucijada a la que se enfrentaba el delincuente Donald Trump cuando, obligado a proteger a muchísimos delincuentes más que habían asaltado en su nombre el Capitolio, convirtió la reconquista de la Casa Blanca en la versión contemporánea del medieval acogimiento a sagrado.

Su recorrido en tres pasos es calcado al de la hoja de ruta de Sánchez. A ver quien puede refutarlo.

Primero: apoderarse del Partido Republicano cambiando sus principios, abjurando de su pasado y conservando sólo el nombre.

Segundo: polarizar a la sociedad hasta la nausea, dividiéndola entre adictos y enemigos, exigiendo elegir bandos y repartiendo sin tasa premios y castigos.

Tercero: obtener la inmunidad personal y la bendición a todos sus excesos de una Corte Suprema dominada por magistrados radicales de su cuerda.

En ese mimetismo esta la clave de la farsa interpretada por nuestro presidente, con la deplorable aquiescencia de Margarita Robles, en la cumbre de La Haya.

Sánchez buscaba como fuera su ‘momento Zelenski’ para ser atacado por Trump. Para eso incurrió en la provocación de firmar el compromiso de llegar al 5% en el gasto de defensa y limpiarse los mocos a continuación con el documento.

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Si fuera verdad que la ejecución de ese compromiso en diez años -con un 3,5% en costes puramente militares y un 1,5% en infraestructuras- nos obligaría como dijo Sánchez el domingo pasado, a “subir 3.000€ anuales los impuestos, eliminando las prestaciones por desempleo, enfermedad y maternidad, reduciendo un 40% las pensiones o recortando a la mitad la inversión en Educación”, simplemente no debería haberlo firmado.

Ni él ni ningún gobernante europeo. Y deberían haber tenido la valentía de decírselo a la cara a Trump.

Pero no es verdad. Es otra de las trolas de Sánchez, cada una más descomunal que la anterior.

La cuenta de la vieja es sencillísima. Si este mismo año, en poco más de seis meses y sin Presupuestos, rebañando según Sánchez de otras partidas, vamos a subir el gasto en Defensa desde el 1,24% al 2%, es decir un 0,76%, resulta inconcebible que a lo largo de toda una década no podamos absorber un 1,5% incremental.

Si este mismo año, rebañando de otras partidas, vamos a subir el gasto en Defensa desde el 1,24% al 2%, resulta inconcebible que en una década no podamos absorber un 1,5% incremental

A menos, claro, que lo del 2% para 2025 también sea mentira.

Mejor dicho, incluso, si lo del 2% para 2025 fuera mentira. Diez años de margen dan mucho de sí.

Esto recuerda a los objetivos de Maastricht -la reducción simultánea de la inflación, el déficit y la deuda- que la izquierda decía que era imposible cumplir sin destrozar el Estado del Bienestar. Aznar los cumplió y disparó el bienestar de los españoles.

Con las inversiones en Defensa ocurriría lo mismo mediante la alta creación de empleo.

Pero la cuestión no es ésa. Sánchez buscaba la bronca con Trump y Margarita Robles le permitió que endosara a los militares su ofensiva prestidigitación: “No soy yo, son las Fuerzas Armadas, es el Ministerio de Defensa quien dice que esas capacidades que han sido acordadas se pueden responder con un 2,1% de nuestro PIB. Por tanto, no he sido yo, al contrario”.

Pobre Sánchez, ahora resulta que es víctima de la persecución de los gobiernos aliados, de la prensa internacional y del secretario general Mark Rutte por ceñirse a los criterios austeros de unas Fuerzas Armadas, rebosantes de satisfacción por seguir siendo durante una década más el farolillo rojo de la OTAN.

Y esto lo avala Margarita Robles, a la vez que mira para otro lado mientras aflora la punta del iceberg de la corrupción en el PSOE.

Sánchez buscaba la bronca con Trump y Margarita Robles le permitió que endosara a los militares su ofensiva prestidigitación: “No soy yo, son las Fuerzas Armadas»

La misma Margarita Robles que hace tres décadas tuvo el valor de impulsar la investigación por asesinato contra el general Galindo, mientras el ministro de quien dependía le imponía el fajín en el patio contiguo a su despacho.

La misma Margarita Robles que, como jueza y como política, se enfrentó contra viento y marea a los proetarras y a los separatistas catalanes.

La misma Margarita Robles que cuando ejerció de portavoz del PSOE en el Congreso se ganó el respeto general al demostrar que la firmeza de sus posiciones era compatible con la cortesía parlamentaria.

La misma Margarita Robles que siendo ya Ministra de Defensa obtenía un notable alto de valoración, sólo alcanzado antes por Fernández Ordóñez.

¿Qué ha cambiado para que esa misma Margarita Robles actúe ahora como si no le concerniera el surtidor de basura que emerge junto a sus pies, parezca resignada a compartir el suspenso general del órgano colegiado al que nadie le obliga a seguir ligada y se preste a blanquear el temerario juego sucio de Sánchez con la política de Defensa?

O tempora o mores. Cuanto más se aprecia a alguien, más te duele su deriva autodestructiva.

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Porque Sánchez va a ir contra Trump, va a hacerse la víctima de Trump y va a presentarse a las próximas elecciones contra Trump -en pos de un efecto rebote como en Canadá o Australia- pero Sánchez no es el anti-Trump.

Todo lo contrario. En eso le tienen bien calado los de Podemos. Sánchez quiere ser como Trump. O para ser más exactos Sánchez quiere ser el Trump que se haga cargo de España, “en un mundo dominado por hombres fuertes que trabajen juntos”, según la fórmula esbozada por el politólogo Stacie Goddard en el último número de Foreign Affaires.

Un mundo diseñado como la mesa del “concierto de las Naciones” que surgió tras el Congreso de Viena. Una mesa con Trump en una cabecera, Xi Jinping en la otra y PutinErdogan o el príncipe Bin Salman en lugares preeminentes. Sánchez quiere sentarse ahí, aunque sea en un taburete.

La regla principal será la “coexistencia sin interferencia en las esferas de interés de los demás”. A nadie le importará que uno quiera quedarse con el canal de Panamá y Groenlandia, si otros se quedan con Taiwan y un trozo de Ucrania.

Y en cuanto a la democracia, la separación de poderes, la lucha contra la corrupción o la defensa de la libertad de expresión, cada vez que haya un problema bastará con poner la música más alta, como el día que en Ankara los saudíes descuartizaron a Khashoggi.

Porque Sánchez va a hacerse la víctima de Trump y va a presentarse a las próximas elecciones contra Trump -en pos de un efecto rebote como en Canada o Australia- pero Sánchez no es el anti-Trump

Sánchez no va a dimitir como le pide Felipe González. Sánchez no va a convocar elecciones, como le piden FeijóoPage o Belarra. Sánchez no va a renunciar a volver a presentarse, como sugieren ya hasta algunos miembros de su círculo íntimo.

Sánchez va a seguir huyendo ferozmente hacia delante, utilizando a la ultraderecha y a Trump como espantapájaros y buscando ayuda de los chinos, los turcos, los saudíes o quien haga falta si su peligroso desmarque de la propia UE le pone contra las cuerdas.

Y que nadie lo dude: Sánchez va a intentar ganar las próximas elecciones, recurriendo a cuantos medios legales o encubiertos estén a su alcance para ampliar la mutación constitucional iniciada con la amnistía, la reforma de la Justicia y el Plan de Acción para la Democracia. Hasta transformar su predio en una autocracia con riesgo de implosión.

Pero dicho todo esto, coincido con Boye en que Sánchez no prevalecerá. En que Sánchez “caerá” porque la modernización de España, la experiencia cosmopolita de los españoles y el anclaje europeo nos han dotado de suficientes anticuerpos frente al populismo y el caudillismo.

Sánchez caerá y con él lo harán revueltos los sayones, los escribas y las personas de buena voluntad que no han sabido detectar a tiempo la perniciosa metamorfosis de su jefe.