Pedro Sánchez tiene una deuda política con Pablo Iglesias que a estas alturas ya es imprescriptible. No se trata solo de haber plagiado al cantamañanas de Podemos los fundamentos ideológicos de su discurso. También el know how. Lo del plagio era su fuerte desde que admiró a propios y extraños con lo de su tesis. Luego, él es muy dado a proceder por analogía. ¿Qué hacer con la amnistía, ese regalo que necesita hacer a los golpistas catalanes para que estos, en justa correspondencia, le regalen a él la Presidencia del Gobierno para los próximos cuatro años? ¿Qué hacer? Pues lo mismo que hicieron los Ceaucescu de Galapagar con su chalé: pedir permiso a las bases, que, generosas, siempre dan esos caprichos al mando.
Preguntará por la amnistía pero sin citar la amnistía. En realidad será una pregunta abstrusa, como la que planteó el Gobierno de UCD al pueblo andaluz para ver si quería acceder a la autonomía por el artículo 143 de la Constitución o por el 151. Aquella consulta fue el resultado de la gigantesca manifestación de los ciudadanos andaluces para optar (como las comunidades históricas) por el 151. El hijo del frapero creyó que aquello había sido el ejercicio de la autodeterminación.
La pregunta sobre la amnistía será elíptica, de manera que sea cual sea la respuesta, el felón se sienta con las manos libres para hacer lo que más le convenga. Lo que sí va a preguntar al rebaño es si aprueba el pacto de Gobierno con Sumar, que no será un pacto de gobierno hasta que no dé el placet el fugitivo de Waterloo. También va a pedir a la militancia que avale los pactos con otras formaciones políticas que le permitan sumar los apoyos suficientes en el Congreso el día de la investidura cuando tenga a bien programarla la sedienta Armengol.
Qué estupidez. Nunca ningún líder político había pedido permiso para semejante cosa. El candidato negocia los apoyos que necesita, pero no requiere autorización de sus bases. Se entiende que los pactos estarán dentro de la Constitución y que no serán incompatibles con su programa político. Ese no es el caso de Sánchez porque los límites de su programa son siempre evanescentes y sus líneas, difusas. ¿Y sus palabras, qué quieren decir sus palabras? Pues depende, lo que a él mejor le venga, ya digo.
Su aspiración es tener como socios para la investidura a todos los enemigos constitucionales de España (EH Bildu, Junts, ERC, BNG). A ellos se ha unido ahora el PNV, que se sumará junto a los ya citados al boicot a la jura de la Constitución de la Princesa Leonor, acto solemne del máximo relieve institucional que se celebrará el próximo martes. Se da la circunstancia de que tres días antes, el PNV había agasajado al Rey Felipe VI en el Congreso de Empresa Familiar con la presencia obsecuente de Urkullu y Ortuzar. ES el mejor estilo de la casa. Recuerden que en 2018 solo les llevó una semana pasar de aprobarle los presupuestos a Rajoy a apoyar la moción de censura para echarle. La palabra de vasco ya no es lo que era. O tal vez sí, pero cada vez resulta más efímera.
Preguntar por la amnistía sin citar la bicha. Incluso en tiempos de tanto café descafeinado, de Coca Cola Zero, y de ginebra 0,0 parece un oxímoron excesivo para Sánchez.