Carmen Martínez Castro-El Debate
  • Que Anne Hathaway le pegara plantón en Nueva York fue el menor de los reveses sufridos esta semana por Pedro Sánchez

Que Anne Hathaway le pegara plantón en Nueva York fue el menor de los reveses sufridos esta semana por Pedro Sánchez. Es cierto que el cachondeo y el jolgorio en redes fueron mayúsculos, pero nuestro presidente ya tiene experiencia a la hora de aguantar este tipo de ridículos: encaja la mandíbula, tensa sus músculos faciales hasta el punto de ebullición y sigue adelante. Lo hizo después del bochornoso episodio del Palacio Real, cuando él y Begoña oficiaron de palurdos indocumentados colocándose al lado de los Reyes, y también después de aquel irrisorio abordaje a Joe Biden en los pasillos de una cumbre internacional.

El problema de Sánchez no es el ridículo, que sobrelleva con el mismo desahogo que su acreditada mendacidad, tampoco los 2,5 millones de dinero público que nos ha costado la bromita, una minucia visto el despilfarro general de esta administración. El problema de Sánchez es que toda su estrategia se encuentra en situación de fallo multiorgánico.

De los juzgados no llegan más que disgustos. Begoña pierde querellas contra los medios, probablemente perderá también la que ha interpuesto contra el juez Peinado y además está a punto de que le caiga encima otra imputación por apropiación indebida. Sus andanzas y las de su cuñado, al igual que las de Koldo y Ábalos, ya forman parte del cachondeo nacional y, a pesar de las amenazas, no parece que los jueces ni los medios que, como El Debate, han destapado estos escándalos estén por achantarse ante el aprendiz de autócrata que tenemos en Moncloa.

En el Parlamento, la balacera de esta semana demuestra que gobierno Frankenstein ya no existe. La llamada mayoría social de progreso ha descubierto que, al igual que la tripulación de Alien, lleva en su nave una criatura extraterrestre con muy mala baba, que atiende al nombre de Carles Puigdemont y puede dar al traste con la expedición cainita del «somos más» fletada hace menos de un año.

Sánchez decidió entonces someter la gobernabilidad de España, no al independentismo, sino al capricho de un delincuente huido de la justicia; no a un programa de gobierno, sino a un muro para frenar al Partido Popular y ahora se enfrenta a las consecuencias de aquella decisión.

Por más que algunos se empeñen, la lógica de Puigdemont no es la de la vieja Convergencia, el peix al cove. A él no le interesa una transferencia más o menos, dudo incluso de que se aplaque si alguna vez llega a disfrutar de la amnistía. Su objetivo es lograr lo que no consiguió en 2017 y además humillar al Estado que entonces le derrotó.

Dicen que su última ocurrencia es exigir que sea el propio Pedro Sánchez el que peregrine hasta Waterloo para mendigar su apoyo. Esa sí que sería una foto y no la de Anne Hathaway. Merecería incluso un mural como el que se pintó en Berlín del beso entre Breznev y Honecker. La archifamosa imagen fue conocida como «el beso entre hermanos», pero el larguísimo nombre original que le puso el artista ilustra mucho mejor la situación actual de Pedro Sánchez: «Dios mío, ayúdame a sobrevivir a este amor mortal».