ABC 09/03/17
ISABEL SAN SEBASTIÁN
· Quien se empeña en silenciar a un periodista independiente secuestra la democracia
ES muy grave que Podemos acose a un grupo de periodistas obligados a pedir el amparo de la Asociación de la Prensa de Madrid, pero mucho más grave aún, dramático en términos democráticos, es que los acosados no se atrevan a denunciar ese intento de intimidación con sus nombres y apellidos por delante. ¿De qué tienen miedo? ¿Qué clase de represalias temen sufrir? ¿Quién les impide dar la cara? Unos medios de comunicación amordazados son el síntoma inequívoco de una democracia secuestrada. El principio del fin de nuestras libertades.
Algo sé yo de vetos, amenazas y castigos. Hace casi veinte años dirigía un programa de debate en Antena 3 cuando se me ordenó prescindir de un contertulio por informar en su periódico de un escándalo que afectaba al presidente de esa cadena. Acaté la orden, a regañadientes, aunque en una entrevista publicada en la prensa escrita proteste públicamente por semejante atropello a la independencia profesional. Tardaron menos de veinticuatro horas en ponerme de patitas en la calle. Solo una compañera y un tertuliano se ofrecieron a marchar solidariamente conmigo. Los jefes miraron hacia otro lado, todos a una. Salvaron sus bien pagadas posaderas, ignorando o fingiendo ignorar que un profesional de la comunicación asume una grave responsabilidad social al convertirse en garante del derecho de los ciudadanos a recibir información veraz así como opiniones plurales. ¿Es eso lo que amedrenta a los colegas forzados a vérselas con Pablo Iglesias y su cuadrilla? ¿Trabajan para medios «amigos» del partido de los círculos, susceptibles de creer a los agresores antes que a los agredidos? ¿Temen perder sus empleos?
Doy por hecho que las amenazas existen. No lo he dudado ni un instante, entre otras cosas porque yo misma las he sufrido cuando, estando en Telemadrid, el hoy senador podemita Ramón Espinar exigía en las redes sociales «una campaña de bullying permanente contra Hermann Tertsch e Isabel San Sebastián», o cuando el mismísimo «macho alfa» pedía a sus seguidores que le buscaran «declaraciones inaceptables» de mi persona y algunos otros interlocutores susceptibles de polemizar con él en un programa de televisión. He padecido igualmente a la jauría que, instigada desde cuentas bien conocidas, se desata en twitter en cuanto consideran atacados sus dogmas. Vocean, insultan, tratan en vano de ofender, pero no matan. No disponen de pistoleros dispuestos a pegar un tiro en la nuca, como era el caso de ETA. Y ni siquiera ETA logró acallar a la prensa libre. No consiguió doblegarnos ni tampoco taparnos la boca. ¿A qué tienen miedo esos compañeros reacios a identificarse y señalar con el dedo a sus acosadores? ¿No comprenden que ese temor consagra el triunfo de los matones?
Como decía ayer en las páginas de ABC mi admirado Camacho, citando a Montanelli, al final la independencia es cuestión de «palle» (pelotas)… y de disposición a pagarla cara, añado yo, rememorando las palabras del añorado maestro italiano. También coincido con el vecino Gistau en que quienes presionan desde el poder a las empresas para privar de pan a los periodistas cuya voz les incomoda carecen de legitimidad para erigirse en defensores de la libertad de expresión. ¡Y vive Dios que lo hacen; doy fe! Bolas negras, llamadas «bienintencionadas» en relación a la publicidad institucional, sugerencias «por el bien» del aconsejado, calumnias vertidas al amparo de presuntos «informes policiales»… todo vale cuando se trata de cobrarse una presa molesta. Y por ello todo aplauso es poco para los medios que, como este diario centenario, resisten a esas presiones. Porque quien se empeña en silenciar a un periodista independiente secuestra la democracia.