GABRIEL ALBIAC-EL DEBATE
  • España acaba de tomar posición a favor de la banda de asesinos que ha desencadenado el conflicto militar con más alto riesgo del último medio siglo. Todo, para hacer olvidar que la señora Gómez pueda verse ante los tribunales
Barry Levinson, artesano competente de amplia filmografía, firmaba la película en el año 1997. Pero todo reposaba sobre un guión literariamente milimetrado por el gran maestro David Mamet. Wag the dog (que en español se llamó «La cortina de humo») era una extremada caricatura del colosal disparate Lewinsky-Clinton: cuando un desliz sexual del presidente y unos restos de esperma sobre raso azul acabaron por tomar las dimensiones apoteósicas de una crisis de Estado.
El inquilino de la Casa Blanca se enfrenta en la película al difícil trance de perder unas elecciones a causa de su mala cabeza de mujeriego minorero. Su asesor de imagen (magistral, como siempre, Robert De Niro) le da la clave infalible para salir del mal paso: ocultar la infidelidad sexual tras la inmensa escenografía de una guerra en los Balcanes con alto riesgo de derivar en tercera guerra mundial.
¿No era un poco excesivo –y, sobre todo, una pizca demasiado costoso– desencadenar una guerra a las puertas de Rusia como cortina de humo para tapar un estúpido arrebato sexual, se pregunta el presidente? Claro que lo es, le replica el cínico De Niro. Pero, para el votante, nada cuenta la realidad que suceda. Cuenta lo que los televisores le cuenten como real. Y de qué modo se lo cuenten. Puede hacerse sin demasiado coste. Para borrar de la mente ciudadana el desagrado de un candidato corruptor de menores, basta y sobra con contratar al mejor narrador televisivo. Y hacer que construya una guerra de ficción bien rodada, que aparezca en las pantallas como realidad incontrovertible. Ese realizador existe. Lo protagoniza un Dustin Hoffman en estado de gracia absoluto.
Y, a lo largo de un par de semanas, el telespectador asiste a las escenas atroces de una escénica guerra en Albania, en la cual se masacra a niños y población civil en masa, bajo la música conmovedora de Mark Knopfler. Los pecadillos del presidente son olvidados. Y la reelección queda garantizada. Omito el desenlace, porque vale la pena que el lector busque hacerse con la película.
O Pedro Sánchez ha visto la película de Levinson-Mamet, o alguno de sus bien pagados asesores ha decidido plagiarla: ¡será por plagiar, en el entorno del presidente! Pero lo de anteayer en el Congreso fue el calco exacto del guión de aquel Wag the Dog.
No es la moral del presidente, en este caso, la amenazada. Lo es la de su cónyuge. Con la peculiaridad de que, en España, no existe –como en otros países– el estatuto de «cónyuge del primer ministro». Lo cual equivale a decir que doña Begoña Gómez es una libre ciudadana sometida a las mismas constricciones judiciales que cualquier otro hijo de vecino. Algo muy desagradable para el Doctor Sánchez. Y que, en realidad, reduce su horizonte a tres opciones muy simples. Las mismas a la que nos enfrentaríamos todos: a) hubo presumible delito en sus actuaciones, y entonces debe el juez abrir procedimiento; b) no hubo delito pero sí actuación moralmente reprobable, y entonces habría de ser el electorado quien pidiera cuentas llegado el momento; c) no hubo ni delito ni inmoralidad, y la señora Gómez y su marido pueden permanecer intactos en su hogar de la Moncloa. ¿Es, de verdad, tan complicado?
Para un plagiario puede llegar a serlo: porque, a un plagiario, la verdad le escuece. Y ahí, exactamente ahí, es en donde se inicia el movimiento más obsceno que ha conocido la política española contemporánea: el plagio literal del guión de Mamet.
¿Cómo hacer que desaparezca de la imaginación ciudadana la presencia ominosa de los negocios de doña Begoña Gómez? Dice Spinoza que una imaginación no es borrada nunca por la verdad, sino sólo por otra imaginación más potente. ¿Más potente que la corrupción política? La guerra. Sin duda alguna. Una guerra vergonzosamente manipulada desde los ministerios españoles, que han convertido a la más atroz organización terrorista, Hamás, en un «Estado» reconocible, democráticamente reconocible. Y que han desencadenado la ola de antisemitismo más grave desde la hazaña hitleriana de los seis millones de judíos asesinados, que Hamás elogia encendidamente en sus documentos fundacionales. Hasta una ministra de Sánchez se ha permitido exhibir el lema que, en esos textos de Hamás, sintetiza el exterminio de la población israelí, «del río al mar». Hasta llegar a la abochornante amalgama Begoña-Gaza que desplegó Pedro Sánchez anteayer en la Carrera de San Jerónimo.
En la película, al menos, la guerra era imaginaria. En la realidad de Sánchez, España acaba de tomar posición a favor de la banda de asesinos que ha desencadenado el conflicto militar con más alto riesgo del último medio siglo. Todo, para hacer olvidar que la señora Gómez pueda verse ante los tribunales. Parece una excesiva farsa. Pero está sucediendo.