Fue en Estrasburgo, señores, esa ciudad francesa que parece alemana, hito histórico y sede del Parlamento Europeo donde el noble doncel de Moncloa hallose desamparado, ofendido y despechado. Llegó allí con su laúd de trovador y su aspecto de mancebo a cantar las alabanzas a su amado Puigdemont y éste, en lugar de ofrecerle una escala con la que ascender hasta sus aposentos, asestole un rudo golpe propinado con el látigo de la indiferencia olímpica de quien se sabe objeto de deseo y diana de Cupido. ¡Pluguiera a Dios que Sánchez, trovador de trovadores, juglar entre los juglares y Sánchez entre los Sánchez no hubiese acudido colmado de esperanzas y amoríos para encontrarse ante la fría indiferencia del amado! Más el hado adverso y el helado clima conjugáronse para que lo que debía ser una escena de torreón, trova y romance se trocase en reproches y desprecio. Oh, cuan cruel fue Puigdemont con quien tanto le ha cantado los más bellos versos sobre la amnistía, la condonación de la deuda, el referéndum y la calidad de madeja de hilos de oro de su abundante cabellera, auténtico mar de dulzuras y ternezas.
¿Cómo no iba a sentirse dolido nuestro donoso galán ante tamaña ingratitud? ¿Quién podría reprocharle sin caer en la negra abyección que respondiese de mala gana a Manfred Weber, que pretendía apostrofar los dardos que nuestro amante de Waterloo le había dedicado, ofuscado por su terrible pesar? ¿Y quién osa decir que nuestro galante caballero se fuese dejando con la palabra en la boca al tal Weber, grosero cual caballero teutónico ahíto de cerveza y sauerkraut, es muestra de mala educación? ¡Malhaya quien esto dijese, y malhaya quien lo repitiera en mentideros! Que si preguntamos alrededor de la catedral gótica sus piedras bien nos han de contar los suspiros de desamor que ha derramado Sánchez, arrastrando su laúd cual cadáver por las baldosas y su pena por los muros dejado a su paso atónitos a propios y extraños que decían “Miradle, ahí va solo, sin nadie que le aplauda ni le insulte, solo en total soledad solitaria, solo en su trágico caminar de la nada al vacío, solo, cuando esperaba que Puigdemont le saliera al paso para fundirse ambos en un abrazo repleto de amor y convivencia”.
Sánchez quiso a Puigdemont y le ofreció un mundo entero, más le salió puñetero, remilgado y señorón, y es bastante verdadero que lo tiró al basurero a la primera ocasión
Quisiéramos tener la inspirada pluma del vate egregio para consolar al pobre trovador por el desdén de Puigdemont y las flechas de Weber, pero hay dolores que no tienen cura y hay curas que dicen misa, igual que hay misas que duran meses y mesas donde se cantan misas. El observador de esos desamores comparte el desgarro de Sánchez; bien, el emocional, se entiende. E intentando elevar su ánimo se ha permitido este modesto ripio:
Sánchez quiso a Puigdemont