Antonio Escohotado-Libertad Digital
El próximo domingo se celebrarán elecciones generales en Venezuela, cuyo rasgo más llamativo es quizá que cuenten con el respaldo exclusivo de Bolivia, Cuba y Rusia, si bien compruebo que Wikipedia añade a ese triunvirato el de Antigua y Barbuda. Siria lleva algunos años declarando también su apoyo incondicional, y si algo sorprende es el silencio de la teocracia iraní, pues en Caracas empezó el compromiso de bolivarianos y mahometanos. Casi una década más tarde Ahmadinejad lloraría sobre el féretro de Chávez, y permitir que la madre del difunto se lanzara a abrazarle fulminó su carrera política, pues «tocar a una mujer que no sea familiar de primer grado está prohibido en cualquier circunstancia, y ultraja la dignidad del presidente de la República Islámica».
Sin embargo, mucho más me sorprende la impotencia del pueblo venezolano, y la comunidad internacional, ante un régimen tan pintoresco como el fundado en «combatir el entreguismo y el imperialismo», según explica su primer mandatario, que teniendo materias primas en proporciones colosales ha logrado transformar las tiendas en economatos desabastecidos, fulminando el valor de cada cosa concreta con hiperinflación. Se niega a admitir ayuda humanitaria por las mismas razones que postergaron dos años ese recurso al verano de 1922, cuando Lenin permitió a la ARA (American Relief Administration) salvar con sopa y medicinas a unos 14 millones de campesinos, mientras declaraba de puertas adentro que «la vileza de América y la Liga de Naciones es insólita».
Como para Lenin, a juicio de este mandatario «los pobres son sagrados», y desde hace justamente un siglo dicha actitud logra elevarlos al cubo allí donde sienta sus reales, robustecida por la certeza de que el afán imperial no tiene su sede en La Meca o el Kremlin, sino en Wall Street. Lenin sigue demostrando su vitalidad al incrédulo con un cutis todavía sonrosado, merced siquiera en parte a la subvención del otrora chekista y hoy emperador Putin, y Maduro aseguró ayer que la situación económica pasará de regular a óptima con algo tan sencillo como votarle. Sus respectivas égidas descansaron en cierta amalgama de resentimiento e ignorancia, una variable que a mi juicio parte de borrar la diferencia entre querer informarse y querer confirmar, en un caso buscando algo desconocido, y en el otro llamando investigación al dogmatismo.
Por lo demás, hasta la idea más fija va adaptándose al curso del mundo, y lo novedoso en Venezuela fue casar la delegación mesiánica con el prosaísmo de obtener la mitad más uno, algo descartado por bolcheviques, maoístas y castristas como formalidad burguesa, pero cumplido por Chávez apelando a Bolívar como profeta redentor, mientras aunaba rencores de raíz étnica con pobrismo evangélico y lucha de clases. Esto fue tanto más meritorio cuanto que autodefinirse como «marxista cristiano bolivariano» tropezaba con el artículo que Marx publicó sobre Bolívar en la American Cyclopaedia, resumido poco después en una carta a Engels, donde le tiene por «el más cobarde, brutal y miserable de los canallas, incapaz de todo esfuerzo que requiera largo aliento».
Tampoco contribuyó al prestigio de Chávez como «guerrero» que, según Maduro, falleciese musitando «por favor, no me dejen morir»; pero fue lo bastante enérgico como para reflotar a la desunida OPEP, socorrer a la desnutrida Cuba, crear la alianza UNASUR de países «antineoliberales» y financiar en Europa partidos como Syriza y Podemos. Haciendo frente a una deflación en los precios del crudo, y con mucho menos carisma, su delfín Maduro ganó los comicios de 2013 por un margen exiguo -50,2% al 49,1%-, a despecho de usufructuar el luto nacional por el Comandante Supremo, y disponer discrecionalmente del espacio televisivo. Desde entonces la crisis económica ha adquirido proporciones de debacle, con hitos como la desaparición del huevo en la dieta del venezolano desde 2014.
En 2015 las elecciones a la Asamblea Nacional arrojaron un triunfo arrollador para la coalición MUD (Mesa de la Unidad Democrática), que obtuvo 112 de los 167 escaños, y no tardó en plantear un referéndum revocatorio de Maduro. Con el apoyo de una Sala del Tribunal Supremo, éste reaccionó inhabilitando a la Asamblea «por desacato», promulgó una Ley del Odio que castiga la disidencia con hasta 20 años, y acabó anulando el Parlamento por medio de una Asamblea Constituyente elegida en 2017. Con todo, dos días después la empresa Smartmatic –dedicada a organizar los recuentos electorales desde la primera elección de Chávez- anunció «con el más profundo pesar que los datos de participación en las elecciones a la Asamblea Constituyente fueron manipulados, cuando menos en un millón de sufragios».
En el actual marco jurídico no solo cabe encarcelar o inhabilitar diputados sino excluir auditores electorales, y en esas condiciones se celebrarán los comicios del domingo próximo, de los cuales quedan excluidos cualesquiera candidatos pertenecientes a la MUD. Los rivales de Maduro serán un chavista disidente, Henri Falcón, y un pastor evangélico, ambos con su visto bueno, a quien Delsa Solórzano –una de las grandes triunfadoras en los comicios de 2015- les equipara con «la oposición Vichy», que transigió con el invasor alemán. En declaraciones a BBC acaba de precisar: «Acá no hay voto secreto, sino una papeleta adjunta al Carné de la Patria, requisito para acceder a la bolsa alimenticia, que funcionará como boleto de racionamiento electrónico. Falcón no tiene testigos de mesa».
Maduro se escandaliza por «la masacre de Cataluña» y desde 1-O ofreció su país como asilo a los independentistas, aunque si no ando equivocado el único en acogerse fue hace ya algunos años el etarra De Juana Chaos, con sus 25 cadáveres a cuestas. Hoy gobierna una de las zonas más depauperadas y violentas del orbe, donde el paro se acerca al 45% y no es frecuente matar para robar comida. Marx atribuyó a Bolívar «delegar en favoritos que arruinan las finanzas», acertando sin duda con el resultado de la gestión chavista, e imaginar la situación de los emplazados al voto me produce vértigo. La abstención no solo está penada con hambre sino con cárcel desde un decreto del pasado abril, y el pueblo venezolano anda exhausto tras dos años de dar la batalla con manifestaciones callejeras.
Algo sucederá, sin embargo, bien porque la abstención preconizada por la MUD alcance porcentajes jamás nunca vistos, o porque la falta gubernamental de escrúpulos depare algún invento de última hora tan ridículamente inútil como el petro, la criptomoneda lanzada por Maduro para frenar la caída libre del bolívar. Entretanto, se daría un momento idóneo para recapacitar sobre la impotencia que sigue alimentando el principio de no injerirse en asuntos de otro país, tan racional por una parte y tan anacrónico, por otra, en un mundo donde Internet canceló cualquier distancia distinta de la anímica. Que la Organización de Estados Americanos, por ejemplo, decidiera derrocar a Maduro sería golpismo. Pero ¿qué nombre le damos a esperar cruzados de brazos, mientras el engendro bolivariano diezma y priva de la dignidad más elemental a innumerables personas? Viva Venezuela libre.