- Hay que superar las divisiones de una vez y hay que rehabilitar de verdad a todas las víctimas de la Guerra Civil.
Como siempre por 31 de julio, día de San Ignacio, el PNV celebra, llevándole flores a la estatua de Sabino Arana, sita en los Jardines de Albia de Bilbao, frente a la sede central del partido –Sabin Etxea–, el aniversario de su fundación. Esta vez con un maestro de ceremonias insólito: el nuevo lehendakari Imanol Pradales Gil.
Los síntomas de agotamiento en el modelo PNV eran ya ostensibles en los últimos meses, pero de ahí a buscar una salida tan drástica había un mundo. Porque hasta ahora los fundamentos se mantenían: los Garaikoetxea, Ardanza, Arzalluz, Imaz, Ibarretxe, Urkullu, representaban lo que es “ser vasco” de manera muy efectiva, sobre todo de cara al exterior, aunque quizás de un modo ya un tanto caricaturizado o folklórico hacia adentro, porque la gente de ese perfil identitario es, desde hace tiempo, una minoría en el País Vasco (menos del 20%).
Con Imanol Pradales Gil, en cambio, todo eso ha saltado por los aires. Un señor cuyos ancestros son todos de la Castilla profunda (Ribera del Duero burgalesa, Cantabria y Valladolid) resulta que nos dice que se siente únicamente vasco y que está dispuesto a luchar para que Euskadi sea un país en Europa, por si a alguien le cupieran dudas de dónde querrían estar. No en España, en Europa. Hemos entrado así en una fase donde se ha oficializado la impostura política.
¿Cómo hemos llegado a esto? Muy sencillo, pero a la vez muy sorprendente. Las grandes inmigraciones del resto de España, iniciadas a finales del siglo XIX e incrementadas exponencialmente en las décadas centrales del XX, han ido diluyendo sin remedio la realidad social autóctona vasca preexistente. Pero con una variante que ni siquiera el nacionalismo originario previó: muchos sobrevenidos se han convertido en más radicales que muchos nativos.
Dos factores hicieron lo suyo en esta conversión: el terrorismo etarra, por un lado, condicionando la conciencia de la población, a fuerza de miedo y terror, un poco al modo como hacen los ganaderos con sus reses, marcándolas a fuego; y el propio Estado español por otro, puenteando sistemáticamente a los representantes de los partidos de ámbito nacional y convirtiendo a los nacionalistas en representantes exclusivos de lo vasco. Ya sé que las comparaciones ofenden, pero siendo como son tan originariamente parecidos un Patxi López Álvarez y un Aitor Esteban Bravo: ¿quién parece más vasco de los dos en el Congreso?
Con esa realidad preexistente, tan moldeada por la inmigración y el terrorismo, que saliera un Imanol Pradales Gil era solo cuestión de tiempo.
«Hay que elaborar un Estatuto donde participen los representantes de todos los ciudadanos, sin monopolizaciones partidistas»
La otra gran impostura en el Parlamento vasco actual es la de EH-Bildu. Que ahora van de buenos. Fíjense en su lenguaje y en sus formas. Todo es humildad y paciencia a las que ellos le añaden un adjetivo que lo explica todo: “estratégico”. En política todo ha sido siempre “estratégico” para ellos. El terror fue “estratégico” y ahora tenemos “paciencia estratégica” y “humildad estratégica”. Pello Otxandiano, su líder, representa esa impostura como nadie: la bondad “estratégica”.
La impostura política se ha erigido, por tanto, en seña de identidad de la política vasca actual, de la Euskadi oficial y, lo que es más definitivo, por parte de la generación de los cuarenta-cincuenta años, que es la que está ahora al frente de las instituciones. Y da un poco de miedo que estos líderes, tan impostores, se hayan tomado como primera y principal tarea la reforma del Estatuto de autonomía para alcanzar el “nuevo estatus”, como ellos dicen.
Porque ya están apuntando maneras de solo contar para ello con las izquierdas y los nacionalistas, es decir, con los que apoyan a Sánchez en Madrid.
En la Euskadi real, en cambio, la generación anterior, la de los sesenta-setenta años, actúa desde lo que cada uno es, pero acercando posturas en cosas fundamentales.
El pasado 15 de julio, un colectivo de figuras destacadas del ámbito de la política y la cultura, encabezado por Ramón Rabanera, Iñaki Anasagasti, Guillermo Gortázar, Iñaki Ezkerra, Fernando Savater y Jon Juaristi, dirigieron una carta al alcalde de San Sebastián, Eneko Goia, del PNV, pidiéndole que la placa que hay frente al Palacio Goikoa, instalada en 2014 durante el mandato del alcalde Juan Carlos Izagirre, de Bildu, no solo homenajee a las víctimas del franquismo, como hace ahora, sino también a las 250 asesinadas por los republicanos entre el 18 de julio y el 13 de septiembre de 1936, hasta que los sublevados tomaron San Sebastián.
Que gentes tan diversas –y sobre todo que Iñaki Anasagasti, figura histórica del PNV– hayan llegado a un acuerdo en este punto, dando una lección de sentido común a las generaciones que les siguen, es digno de resaltar. La reclamación partió del último libro de Guillermo Gortázar, Un veraneo de muerte, donde, por encima de ideologías, se recuerda aquella barbarie. Y no puede ser que, amparándose en la llamada Ley de Memoria Democrática se siga recordando solo a unas víctimas, como hacía el franquismo con las suyas, solo que ahora al revés.
Sería bueno, por eso, que ahora que los líderes políticos de la Euskadi oficial están poniendo las bases para un “nuevo estatus”, se tome como ejemplo la iniciativa de San Sebastián a cargo de la Euskadi real y se tenga en cuenta la gente tan diversa políticamente que hay detrás.
Dicho de otro modo, que se dejen de imposturas.
Hay que superar las divisiones de una vez y hay que rehabilitar de verdad a todas las víctimas de la Guerra Civil. Del mismo modo que hay que elaborar un nuevo Estatuto donde participen los representantes de todos los ciudadanos, sin monopolizaciones partidistas. Es tan de sentido común como eso.
*** Pedro Chacón es profesor de Historia del Pensamiento Político en la UPV/EHU.