- Cuatro pinceladas del personaje, para que Feijoo no diga que no estaba avisado
Desde el advenimiento de la democracia no existe ni un solo gobierno que haya caído tan bajo como el de Pedro Sánchez ni que haya precipitado una mayor ruina y descrédito de España. Cada día nos levantamos con un nuevo escándalo, con un nuevo despropósito, con una nueva traición a nuestro ordenamiento democrático. Debo reconocer que quienes auguramos los males que podía acarrearnos este hombre nos quedamos visiblemente cortos. Nadie podía imaginar hasta qué extremos era capaz de llegar para seguir alimentando su ego. Porque aquí, más allá de ideologías, razones económicas o de cualquier otra índole, nos encontramos ante un personaje narcisista, megalomaníaco, pagado de sí mismo y encantado de haberse conocido. Si Pablo Iglesias, Aragonés o Bildu actúan como actúan es, más allá de su inmoralidad, porque piensan que es lo que tienen que hacer; Sánchez, no, porque no hay idea ni sustento intelectual ninguno tras ese aspecto de vendedor de detergentes televisivos.
Lo he escrito alguna vez: lo realmente aterrador de Sánchez es que no hay nada en él más que vanidad y más vanidad. Si eso obedece a un complejo o no es cosa que debería dictaminar un profesional. Ahora bien, que su afán por ser siempre el centro de atención es constante me parece un hecho constatable y, por tanto, empíricamente indiscutible. Y, como buen ególatra, no duda en sacrificar a quien sea si entiende que puede causarle perjuicio. Ha hecho dimitir a ministros, a personas de su máxima confianza, a cargos y portavoces, ha usado a estos o a aquellos, ha prescindido de todos los que le lastraban. Esa manera fagocitaria es lo que le permite seguir en el poder. Sánchez solo conoce a Sánchez, solo vela por los intereses de Sánchez, solo se ocupa de los problemas de Sánchez, y si eso significa pactar con el sultán, con Bildu o con Perico de los Palotes entregando en cada ocasión retazos de nuestra soberanía se la trae al pairo. La comparsa, con este hombre, siempre ha sido lo de menos, lo temporal, lo de quita y pon, porque el auténtico peligro es Sánchez. Y si ahora tiene que echar a la papelera al ministro Bolaños, lo hará, como hará lo propio si se tercia con la titular de Defensa o la directora del CNI. La amoralidad, que no inmoralidad, del presidente es abrumadora.
Ahora que Feijoo preside el PP y ha dado orden de conectar la maquinaria electoral, debe tener presente esto. Sabemos que si las andaluzas resultan favorables para los populares y Juanma Moreno revalida su cargo, bien en solitario, bien con el concurso de VOX, a Sánchez le temblará el pulso. Las encuestas, como se ha publicado en esta casa, le dan la victoria, así como en el conjunto de España a la izquierda le otorgan los mismos votos que hace once años, cuando Rajoy ganó por goleada. Puede ser que Feijoo consiga repetir el triunfo, pero si no fuera así y tuviese que apoyarse en una muleta, ojo con Sánchez. No pactará con el PSOE de Felipe ni con el de Rubalcaba. Estará pactando con Sánchez, cosa muy distinta. El viejo partido socialista se lo cargaron detrás de una cortina hace años y dudo mucho que vuelva a resucitar. Que puedan hacerse un Mélenchon y agruparse con sus socios de aquelarre es posible, pero la social democracia que representaba el partido de Ferraz está muerta, enterrada y hechos los funerales.
Ahora que precisamos más que nunca sentido del estado, buen gobierno, políticas económicas razonables y prepararnos para la debacle que nos espera antes de finales de año, el PP ha de medir muy bien sus actos y entender que Sánchez es veneno para todo aquel que se le aproxima. Siempre debe conocerse cómo es la persona con quien te sientas a comer. Por tu propia salud, ni que sea.