IGNACIO CAMACHO-ABC
- En pleno récord de averías y retrasos del AVE se ha inaugurado la segunda estación en una ciudad de 40.000 habitantes
Esta semana quedó inaugurada, tras siete años de obras y diecisiete millones largos de inversión, la nueva estación de alta velocidad de Antequera. La noticia no tendría nada de particular si no resultase que allí ya existe otra estación de alta velocidad, y no precisamente vieja ni obsoleta. La primera, llamada de Antequera-Santa Ana, fue construida en 2006 y costó doce millones de euros. Un edificio grande, moderno e infrautilizado. Sucede además que a cuarenta kilómetros de la localidad está la estación de Puente Genil-Herrera, también de 2006, y a quince kilómetros la de Bobadilla, dedicada a trenes de media distancia. Así, la hermosa ciudad de 40.000 habitantes, centro geográfico de Andalucía, se convierte en un nudo con más estaciones y conexiones que cualquier capital europea de tamaño grande o mediano como Lyon o Francfort.
Cualquier ciudadano de curiosidad razonable se preguntará si no bastaba con la terminal preexistente para evitar lo que a todas luces parece un despilfarro. La respuesta no oficial es que el municipio antequerano, quejoso porque Santa Ana está en medio del campo, reclamó una en el casco urbano, en concreto sobre o junto a la histórica que venía funcionando desde la segunda mitad del siglo XIX, en plena expansión del tráfico ferroviario. Y el Gobierno de Rajoy la concedió con gentileza presupuestaria que el de Sánchez asumió para no pasar por tacaño. Se da el caso de que paren en una o en otra, además de en la cercana Puente Genil, los Aves y Alvias que comunican Madrid, Sevilla o Córdoba con Málaga y Granada no pueden circular, como su nombre indica, a velocidad rápida porque el escaso trecho entre paradas intermedias no permite alcanzarla. Digamos que se trata de una línea de velocidad moderada.
La jubilosa inauguración ha tenido lugar en el contexto antipático de un récord de averías y retrasos, un colapso en la línea andaluza que parecía imposible de superar tras el caos del último verano. Trayectos demorados o suspendidos, miles de billetes devueltos, enlaces perdidos, reuniones de trabajo aplazadas. La causa inmediata fue un grave (y repetido) fallo de suministro energético en algún lugar de la Mancha. La remota, las deficiencias pendientes de solución en una infraestructura que desde 1992 apenas ha sido renovada. La joya tecnológica española ha retrasado su compromiso de puntualidad de cinco minutos, ay, a media hora, y aun así lo incumple una semana tras otra. El número de frecuencias diarias ha disminuido desde la pandemia, los precios han subido hasta un treinta por ciento y el excelente trato al cliente se ha diluido en un limbo de incidentes y fastidios que han arrasado la calidad puntera del servicio. Los viajeros esperan como agua de mayo la generalización de la competencia privada. Pero dinero público no falta para satisfacer antojos de instalaciones perfectamente innecesarias.