Ignacio Camacho-ABC

  • Qué poco vale la retórica de prospectiva y resiliencia cuando la política plantea problemas de verdadera crudeza

Esto, lo de Ceuta, son los problemas reales, los trances de la política de verdad que ignoran los cientos de asesores de Sánchez. La clase de dificultades críticas a las que este Gobierno siempre llega tarde cuando no las suscita o agrava con su torpeza inoperante. Fuera del pensamiento Alicia y del postureo publicitario hay trastornos y situaciones imprevistos que ponen a prueba los liderazgos impostados. Por ejemplo, que un país vecino al que no se le dedica el interés necesario padezca un régimen tiránico capaz de jugar sin miramientos con la vida de miles de seres humanos. Lo primero que aprende un presidente español cuando llega al cargo es que al Rey de Marruecos hay que cuidarlo porque con su falta de escrúpulos puede provocar conflictos muy delicados. Y eso requiere visión de Estado, trabajo diplomático, perspicacia de largo alcance y mucho tacto. O al menos que a una incompetente ministra de Exteriores no se le ocurra creerse lo bastante lista como para engañarlo.

Cuando están en juego la soberanía y la integridad de España, que es lo que representan las fronteras, hay que ponerse al lado del Gobierno, sea éste cual sea, siempre que muestre determinación de autodefensa. Sólo que ese apoyo patriótico no puede obviar su responsabilidad previa en una serie de dejaciones estratégicas, omisiones temerarias y fallos de inteligencia. No ha visto venir la crecida de Marruecos desde que Trump reconoció su soberanía sobre el Sáhara; ha permitido que Pablo Iglesias boicoteara la línea oficial del Ejecutivo y ha desoído los avisos -ay, aquella cumbre cancelada- sobre cambios de correlaciones de fuerzas y alianzas. En esta crisis, además, Sánchez ha despreciado la opinión del ministro Marlaska, que a diferencia de González Laya -entretenida con circulares sobre lenguaje inclusivo a las embajadas- se dio cuenta del riesgo de acoger bajo identidad falsa a un líder polisario rechazado por Alemania. Todos esos errores condicionan la improvisada respuesta a la extorsión de la ‘marcha azul’ sobre Ceuta. La seguridad está desbordada, no existe capacidad de gestión ante la Unión Europea y ya no son creíbles las declaraciones de firmeza. Ni la población invadida ni la invasora parecen muy sensibles a las proclamas de ‘resiliencia’.

Y sí, lo primordial es que Rabat ha planteado un chantaje. No hay otro culpable. Pero estas cosas suceden cuando las autoridades no se preocupan de los asuntos importantes porque están enfrascadas en el ‘relato’ y matracas similares. Al Ejecutivo sanchista le sorprendió la pandemia volcado en las celebraciones feministas del ocho de marzo, y ahora le pilla el órdago marroquí preparando una ‘performance’ sobre un modelo de desarrollo a tres décadas de plazo. Veremos si en ese documento tan oportuno y bien pensado haya una reflexión ‘prospectiva’ sobre el futuro de Ceuta, Melilla y Canarias dentro de treinta años.