Juan Carlos Girauta-El Debate
  • El columnismo es un género literario. Se vale o no se vale. No te convierte en columnista escribir quinientas palabras, o las que sean. Eres columnista porque la audiencia sigue, hechizada, la cadencia de tus frases, las aliteraciones y tal

Los opinadores hacen su trabajo, y la opinión pública ejerce su derecho a criticar al poder. Bueno, hay una serie de pastores vocacionales de la opinión pública que no deben confundirse con esta. Pastores sin rebaño, que es una cosa tristísima. Lo tuvieron y lo perdieron porque el paradigma mediático también ha dado un vuelco, y el nuevo mundo, como siempre en la historia, convive solapado durante una temporada con el anterior. A los pastores vocacionales y sin rebaño les sigue alimentando aquella ridiculez tan clásica: «¡Se van a enterar en el Kremlin!». Un desahogo que ahora mismo ha mutado en «¡Se van a enterar en Bambú!». Sí, hombre. ¿No lo sabían? Los viejos pastores de la opinión pública, sin rebaño, viven ahora de criticar a la oposición. A la de verdad, quiero decir. No a la que aspira a poner un califa en lugar del califa, sino a la que se propone darle la vuelta como un calcetín al califato.

Hay una condena moral pendiente y debe ser arrojada sobre sus merecedores, por mucho que nos apiademos de los pastores sin rebaño por lo que perdieron. Miren, no hace falta predicado: antes fueron y ahora ya no son. ¿Qué? Lo que te estaba diciendo: nada. En los días de vino y rosas lanzaban soberbios cuatro, tres, dos, una línea maestra y a la mañana siguiente la oías reproducida en todas las radios. Y en las tertulias televisivas hasta la noche. Como chicles se estiraban las consignas en su literalidad. De preferencia en los grandes medios, donde la cuota de tertulianos correspondiente a cada «sensibilidad» se la imponen los partidos repartidores al medio. Quiero decir que ni siquiera se molestaban en acercarse a la proporcionalidad parlamentaria. Al nasty party, el partido a eliminar previa cosificación, ridiculización, difamación y bestialización, se le daba nada. Insultos como puños americanos.

Con el cambio de paradigma, hasta los medios de comunicación más admirados por su valentía ante el poder han tenido que venderse el alma. Ahora deben machacar sistemáticamente a la oposición y darle masajes al que gobierna (en España entera o en la comunidad donde tienen la base). Si no vas a criticar al poder, no eres un medio, eres un órgano de partido, eres un panfleto. Ocurre que en el nuevo paradigma hay bandadas gigantes de agentes autónomos. Contra lo que sostiene la socialdemocracia trasversal, los trinos son minuciosamente verificados por millones de receptores capaces de trocarse súbitamente en emisores. La verdad fáctica queda colgada de los mensajes mentirosos o errados como un apéndice delator. Lo que grita el pastor sin rebaño dura un segundo, no tiene eco, como los estudios de grabación, que provocan una sensación muy rara. Luego está el hecho, incomprensible para los ajenos a la estética, de que el columnismo es un género literario. Se vale o no se vale. No te convierte en columnista escribir quinientas palabras, o las que sean. Eres columnista porque la audiencia sigue, hechizada, la cadencia de tus frases, las aliteraciones y tal.