ABC-ISABEL SAN SEBASTIÁN
Uno de cada cinco andaluces está dispuesto a entender y respaldar lo que significa en política el término «bisagra» democrática
A tenor de la encuesta publicada ayer por ABC, bastante más fiable que la cocinada por Tezanos para el CIS, los andaluces se disponen a consagrar a Ciudadanos como un partido bisagra determinante en el mapa político español.
Si se confirman los pronósticos, unánimes en este punto, la formación liderada por Albert Rivera experimentará un crecimiento sustancial, en buena medida logrado a costa del PP, a pesar de haber sostenido en la última legislatura a un gobierno del puño y la rosa abrasado por la corrupción y el ejercicio ininterrumpido del poder desde hace cuarenta años. Subirá la candidatura que encabeza Juan Marín, quizá hasta el extremo de relegar a los populares al tercer puesto, y lo hará especialmente en las ciudades donde los de la gaviota tenían hasta hace muy poco su feudo. La lectura de este resultado, evidentemente provisional en espera del verdadero escrutinio, va de suyo: el electorado andaluz no solo no percibe el apoyo de Cs a Susana Díaz como una traición merecedora de reproche, sino que lo premia con un espectacular ascenso, de momento en intención de voto.
A la espera de ver si esa voluntad se traduce o no en papeletas, cabe destacar algunas conclusiones. Primera, que fracasa el empeño de Moreno Bonilla por presentar a los «naranjitos» como cómplices de los desmanes socialistas, sin aclarar que la única alternativa a esa fórmula era echar al PSOE en brazos de Podemos, dado que la suma de Cs más PP resultaba insuficiente para formar un ejecutivo. Segunda, que tampoco funciona la reciente estrategia de Díaz, consistente en renegar de los de Rivera identificándolos despectivamente con la «derecha de siempre», portadora de un estigma infamante de acuerdo con su visión imbuida de la clásica buena conciencia socialista. Tercera, que uno de cada cinco andaluces está dispuesto a entender y respaldar lo que significa en política el término «bisagra»; a saber, un grupo de centro, con un ideario inequívocamente constitucional, capaz de completar una mayoría de izquierdas o de derechas dependiendo de la circunstancia y la aritmética parlamentaria, garantizando con su presencia la moderación inherente a esa vocación centrista. Cuarta, que el bipartidismo está muerto y enterrado, a causa de sus propios pecados, mal que les pese a ciertos nostálgicos de un pasado que no volverá. Quinta, que mientras el populismo podemita se estanca o pierde fuelle, lastrado por sus luchas intestinas y su falta de proyecto viable, la alternativa democrática a los dos partidos que se han turnado en el poder desde la Transición se consolida con vigor en una comunidad tan importante desde el punto de vista electoral como Andalucía. Sexta, que esa alternativa se abre paso a pesar de la vigente ley electoral, defendida con ardor desde el PP y el PSOE por resultar muy beneficiosa para sus intereses, aun sabiendo que era letal para los de España al otorgar insultantes ventajas a nacionalistas y separatistas. Séptima, que extrapolando todo lo que precede al escenario de unas generales, cabe conservar la esperanza de un futuro en el que nuestro destino no dependa de movimientos abiertamente desleales a la Nación y a la Carta Magna, sino de posibles acuerdos entre fuerzas compatibles con el término «democracia». Esto, suponiendo que el PSOE recupere algún día sus señas de identidad y abandone la senda de felonía por la que lo ha lanzado su actual líder en su afán de alcanzar la poltrona. En caso contrario, solo habrá una combinación posible, a menos que Sánchez vuelva a cambiar de camisa, lo que no parece en absoluto imposible…