Sevilla es en estos días el epicentro de un seísmo que se declaró el 2 de diciembre a la hora del escrutinio. Lo fue, en primer lugar, para el socialismo gobernante que no tenía manera de salvar su régimen: ni con quienes habían sido sus socios durante la legislatura anterior, ni con Adelante Andalucía, que habían perdido tres escaños. El único camino que marcaban los electores era el que finalmente va a coincidir en el apoyo a la investidura de Moreno Bonilla como presidente de la Comunidad.
Todo después de una escenografía algo descabellada, en la que el candidato de Cs, Juan Marín, se postuló bravamente como presidente desde su tercera plaza en la preferencia de los andaluces y su empeño y el de Rivera de negar validez alguna al acuerdo entre el PP y Vox. «Es papel mojado» dijo el presidente, sin tener en cuenta que su ninguneo de Vox deja al futuro Gobierno con un apoyo parlamentario de 47 escaños, mientras los socialistas sumarían 50 con Adelante Andalucía. Vaya como detalle que el intransigente Rivera sí aceptaba a Iglesias como posible incorporación al pacto PSOE-Cs en 2016. La razón por la que Albert Rivera considera más constitucionalista al marqués de Galapagar que a Abascal es un misterio. Jamás ha formulado este una descalificación global de la Constitución como las que se le conocen a Iglesias por docenas. Tampoco una reacción como la de Pablo Iglesias ante la derrota electoral, convocando a su chusma a la «alerta antifascista» la misma noche del 2.
La bronca callejera de aquellos días de diciembre va a ser la tónica de la oposición de izquierdas a un Gobierno débil. El SAT ya ha convocado un «Rodea el Parlamento» para crear ambiente en la investidura de Moreno Bonilla. Y el Gobierno con 47 escaños. Pero hay algo más: su desdén hacia esos 12 parlamentarios de Vox a los que tanto necesitan auguran una legislatura corta: la abortarán, como hicieron con la de Susana después de hacerse los distraídos durante tres años. Mientras, la lozana andaluza se prepara para resistir el asedio del sanchismo que la atacará por tierra, mar y aire.
Hay crisis por todas las Españas, a la espera de las novedades catalanas. También en Podemos. Pablo Iglesias tomaba el relevo a Irene en el cuidado de los mellizos, aunque su activismo en Twitter chocaba con el acto feminista de su portavoz y compañera. «Los hombres feministas follamos mejor», pregonó el tío, macho alfalfa total, negando en su enunciado lo que afirmaba. Claro que esto no impresiona a su marquesa, ya curada de espanto. Recuerden que Podemos celebró el penúltimo 8 de marzo con dos carteles en los que figuraban dos fotos de varón: la suya propia y la del niño Errejón. Tampoco pestañeó cuando su chico dijo lo de «la azotaría hasta que sangrase» por Mariló Montero, que esta misma semana le ajustaba cuentas en lo de Susana Griso: «Es un psicópata». Y en su rentrée citaba a los tres que han descabalgado a Susana Díaz como «los trillizos reaccionarios». Hay que entenderla. Su universo referencial es muy limitado y tenía la cabeza llena con sus propios mellizos. Imagínesela Iglesias en un cara a cara con Isabel Díaz Ayuso, del PP, Rocío Monasterio, de Vox o Inés Arrimadas, de Cs. Qué disparate.