Ignacio Varela-El Confidencial
- El próximo domingo, las cifras del recuento permitirán entrever si el PP podrá gobernar solo o necesitará la compañía de Vox: a eso se reduce la incertidumbre en esta votación
Si el resultado de las elecciones del 19-J en Andalucía se aproxima a la estimación de la encuesta de IMOP-Insights para El Confidencial, habrá quienes caigan en la tentación de asimilar la victoria de Moreno Bonilla a la Isabel Díaz Ayuso en Madrid hace un año. Ciertamente, si se diera el caso, habría algún parecido en la visión superficial de los números: El PP rozaría la mayoría absoluta, el PSOE caería a simas desconocidas y Vox vería contenida su escalada, aun manteniendo una fuerza respetable. La izquierda de la izquierda pagaría cara su afición al fraccionalismo y Ciudadanos daría un paso más —quizá el definitivo— hacia la extinción.
En realidad, estaríamos ante un espejismo aritmético. El camino por el que Juanma Moreno Bonilla está próximo a conseguir una victoria tan resonante como la de Ayuso es exactamente el opuesto al que recorrió Isabel. Igual que el clima político que se respira en Andalucía en vísperas de sus elecciones no tiene nada que ver con la tormenta de azufre que envolvió aquella campaña, quizá la más crispada, sucia y sectaria en lo que llevamos de siglo.
Por sintetizar: hay dos tipos de elecciones. Las reactivas, en las que la corriente dominante conduce a votar contra alguien, y las proactivas, en las que se pretende fundamentalmente votar a favor de alguien. El voto como castigo y reprimenda o el voto como reconocimiento y respaldo. Si algo queda claro en esta encuesta y en todas las demás que se publican es que, más allá de la concreción de los números, la mayoría de los andaluces coexiste apaciblemente con este Gobierno y este presidente. Por más vueltas que se den a los datos, no aparece síntoma alguno de la llamada ‘pulsión de cambio’. Por eso quienes enfocaron su estrategia tratando de crear artificialmente ese sentimiento fracasarán con estrépito.
No es habitual, en un tiempo en que las crisis acechan por todos los flancos, encontrar una encuesta en la que solo el 15% de la población considera que la situación de su comunidad autónoma es mala y solo el 31% opina que las cosas en Andalucía han empeorado desde las últimas elecciones. Esas cifras no cubren siquiera la intención de voto —misérrima de por sí en un territorio como Andalucía— de los partidos de la izquierda. Tal cosa es posible porque entre quienes se muestran razonablemente satisfechos con la situación general de Andalucía hay una importante cantidad de personas que votaron y probablemente votarán socialista, más por fidelidad ideológica que por ningún otro motivo.
Efectivamente, el 83% de los votantes socialistas califica la situación actual de Andalucía como buena o al menos regular, y más de la mitad (55%) admite que en estos cuatro años esa situación no ha empeorado. La visión de los podemitas es algo más crítica, pero no mucho más. No se advierten por ningún lado en el espacio social de la izquierda oleadas de malestar, y mucho menos alertas antifascistas.
En este tiempo convulso, el 57% de los andaluces dice aprobar la actuación del Gobierno de Moreno Bonilla. El 19% lo califica de “regular” y solo uno de cada cuatro adultos (24%) lo desaprueba expresamente. Segunda sorpresa: entre quienes valoran positivamente al Gobierno andaluz aparecen el 42% de los que en 2018 votaron al PSOE y el 29% de quienes respaldaron a Adelante Andalucía. Solo un tercio de los socialistas y algo más de la mitad de los podemitas rechazan la gestión: lo demás son valoraciones favorables o simplemente tibias. Si a eso se le añade una aprobación masiva en el espacio de la derecha (87% de los votantes del PP, 79% de los que apoyaron a Ciudadanos y 65% de los de Vox), no se percibe de qué manera puede arrancarse un voto de castigo en esta elección. Los andaluces de la derecha se sienten muy satisfechos de este Gobierno (incluidos los de Vox) y los de la izquierda lo toleran sin dificultad, incluso le reconocen cierto mérito.
Vayamos a la cuestión del liderazgo. El presidente de Andalucía tiene una puntuación media de 6,2 sobre 10, ya la quisieran muchos para sí. Solo el 19% de los encuestados lo suspende con notas del uno al cuatro, y solo el 9% lo condena con un cero, un uno o un dos. El 40% le otorga aprobado alto o notable (un seis, un siete o un ocho). Obviamente, no estamos ante un arrebatador líder de masas que produzca espasmos de entusiasmo en unos y de furor en otros, ni ante un icono social como llegó a ser Ayuso entre los suyos, pero sí ante un gobernante que goza de un envidiable nivel de aceptación transversal para los tiempos que corren. Los votantes socialistas lo aprueban con un 5,2 de nota media: solo el 27% de quienes votaron a Susana Díaz hace cuatro años puntúa a Moreno Bonilla por debajo del cinco. Por cierto, los votantes de Vox dan un 7,1 a Macarena Olona y solo tres décimas menos (6,8) al candidato del PP. Después de dejarlo en minoría y hacerle la vida imposible en el Parlamento, Abascal y Olona han conseguido que un 14% de sus votantes suspenda al presidente de la Junta.
En cuanto a la preferencia presidencial, el dato es concluyente. El 42% de los andaluces mayores de edad desea, y lo dice expresamente, que Moreno Bonilla continúe al frente de la Junta: si excluimos a los que no se pronuncian por ningún candidato (muy probables abstencionistas), el porcentaje se eleva al 59%. En preferencia presidencial, Moreno saca una distancia de 32 puntos a su inmediato seguidor, el candidato Espadas, que obtiene la muy alentadora cifra del 10% de andaluces que desearían verlo en San Telmo.
El próximo domingo, las cifras del recuento permitirán entrever si el PP podrá gobernar solo o necesitará la compañía de Vox: a eso se reduce la incertidumbre en esta votación. Pero en cuanto al pulso de la sociedad, casi no es preciso esperar al escrutinio. Se sabe que los andaluces no están arrepentidos del cambio que se produjo hace cuatro años; más bien al contrario, pretenden que se consolide. Se sabe que Andalucía se siente razonablemente cómoda con este Gobierno y este presidente, y ello incluye a buena parte de quienes no lo votaron entonces ni probablemente lo votarán ahora. Se sabe que, al menos en lo que se refiere a la política autonómica, Andalucía ofrece una imagen mucho menos polarizada que lo que desearían aquellos que se nutren de la polarización. Y se sabe que, salvo que las cosas cambien mucho, el PSOE de Andalucía tiene por delante una larga travesía del desierto hasta aproximarse a ser la sombra de lo que fue.
Otra conclusión, quizá la más urgente y operativa: quizá los números den para que alguien sienta la tentación de forzar la repetición de las elecciones. Podría ser Vox, podría ser Pedro Sánchez o el propio Moreno Bonilla. En el lugar de cualquiera de ellos, me lo pensaría mucho antes de dar ese paso. La voluntad general está suficientemente clara, y en esas condiciones, quien pretenda tentar la suerte castigando al electorado con un segundo paso por las urnas podría recibir una respuesta fulminante.