José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
- ¿Cómo va a asustar Vox en Andalucía cuando el líder de los aliados parlamentarios del Gobierno es Rufián (ERC), su gregaria, Aizpurua (Bildu) y el portavoz de Unidas Podemos, Assens (Comuns)?
Pedro Sánchez y sus estrategas han tomado la extraña decisión de que las ideas fuerza de su discurso electoral en Andalucía giren en torno a la corrupción del PP y la regresión democrática que implicaría el fortalecimiento de Vox que, a mayor abundamiento, condicionaría al PP en un eventual gobierno en la Junta de la comunidad.
Es difícil localizar un argumentario menos adecuado para los intereses del PSOE ante el cuerpo electoral andaluz integrado por más de seis millones y medio de votantes. Porque hablar en Andalucía de la corrupción es tanto como contravenir los consejos de la comunicación política más elemental. Constituye un marco de referencia mental —sigamos a Lakoff— que remite a los electores a recuerdos, próximos y anteriores, de la reciente historia del socialismo andaluz.
La corrupción, por desgracia, ha afectado en distintos momentos históricos —pero no tan lejanos como para haberse perdido su memoria— tanto al PSOE como al PP. Y si ambas organizaciones son un contínuum histórico cuyo presente es el resultado de una larga trayectoria anterior de aciertos y errores, el que esté libre de pecado que arroje la primera piedra. Lo mismo ocurre con el nacionalismo catalán —ahora independentismo— que cogobernó con los unos y los otros y registró unos episodios de corrupción casi legendarios, con el significante de Jordi Pujol y de las mordidas del 3% en la licitación de obras y servicios públicos.
Porque hablar en Andalucía de la corrupción es tanto como contravenir los consejos de la comunicación política más elemental
Además, tratar de estimular el voto de sus partidarios con el temor a Vox solo tendría sentido si Pedro Sánchez y su PSOE no hubieran acrecentado la naturaleza reactiva del partido de Abascal que emerge en las elecciones de diciembre de 2018, precisamente en Andalucía. Y que lo hizo por contestación al golpe constitucional en Cataluña de octubre de 2017 y luego de seis meses en los que el actual secretario general del PSOE se alió con los independentistas para censurar a Rajoy y apoyarse en ellos para gobernar.
No es una buena idea airear el espantajo del miedo a la ultraderecha, porque fue la repetición electoral de 2019, idea fallida de Sánchez y sus asesores, la que catapultó a Vox de los 24 escaños en el Congreso en abril a los 52 en noviembre y ya se ha visto que la hostilidad obsesiva de la izquierda subvenciona a la derecha más extrema que confirma con ese asedio su publicitada naturaleza incorruptible e indomable frente al socialismo que se entiende con la radicalidad independentista. El corte de la campaña socialista se parece a la de mayo del año pasado en Madrid.
Andalucía marca tendencia electoral en España desde la democracia y el auténtico contrapeso del independentismo catalán, como antes del nacionalismo, nunca ha sido Madrid, sino la región andaluza. Lo demostró en 1980, situándose en el carril más rápido del autogobierno, y lo volvió a hacer en la segunda vuelta de los Estatutos de Autonomía, cuando su Parlamento decidió significar al territorio como una «nacionalidad histórica» (2007). Y advirtiendo en la Exposición de Motivos de ese texto que «en España existen singularidades y hechos diferenciales. Andalucía los respeta y reconoce sin duda alguna. Pero, con la misma rotundidad, no puede consentir que esas diferencias sirvan como excusas para alcanzar determinados privilegios. Andalucía respeta y respetará la diversidad, pero no permitirá la desigualdad, ya que la propia Constitución Española se encarga de señalar en su artículo 139.1 que todos los españoles tienen los mismos derechos y obligaciones».
Sánchez se ha apoyado en el independentismo vasco y catalán y en el PNV y ha centrado la dinámica política territorial de España desde Madrid hacia el norte, obviando el sur, de tal manera que mientras el presidente ha hecho política «progresista» con el eje Bilbao-Barcelona, se está imponiendo la realidad alternativa de Madrid-Málaga-Sevilla-Valencia. ¿Cómo va a asustar Vox en Andalucía cuando el líder de los aliados parlamentarios del Gobierno es Gabriel Rufián (ERC), su gregaria Mertxe Aizpurua (Bildu) y el portavoz del grupo confederal de Unidas Podemos, Jaume Assens (Comuns)? ¿Todavía el PSOE no ha entendido que Andalucía es la horma del zapato (*) de Cataluña tanto cuando fue nacionalista —y con los socialistas en la Junta— como ahora cuando es independentista?
Mentar la corrupción y atemorizar con Vox resultan dos pésimas ideas para una campaña con un candidato socialista de la Andalucía occidental que no conocen en la oriental y que, además, desconcierta porque pasó del ‘susanismo’ al ‘sanchismo’ casi sin solución de continuidad. Y más cuando la colaboración entre el independentismo y el PSOE es tan intensa como viene siéndolo con Sánchez. Por eso, abrazarse a recursos dialécticos de manual, sin creatividad, ni exposición de logros, es situarse a la defensiva. O, en otras palabras, asumir el fracaso quince días antes de que se cuenten los votos. Es elemental que Andalucía es el gran contrapeso español al catalanismo centrífugo. El gran talón de Aquiles de las políticas del Gobierno de coalición.
(*) La horma de su zapato es una locución popular que «se aplica a una persona o cosa para indicar que esta es capaz de competir con otra, hacer frente o someter a otra».