IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El éxito paradójico de Juanma Moreno es haber logrado que los votantes ‘biográficos’ del PSOE apenas hayan notado el relevo

Andalucía es un edén ensimismado en la trampa de su propia belleza. Su patrimonio natural, histórico, antropológico y cultural es tan deslumbrante que a menudo empuja a la población a mecerse en una suerte de peligrosa autocomplacencia. Tienen (tenemos) los andaluces un vivir pausado, escaso de ambiciones, y un sustrato de estoicismo senequista que desconfía de las grandes certezas para centrarse en un tránsito existencial modelado por menudas realidades concretas. No se trata tanto del estereotipo de un pueblo en fiesta eterna, un tópico acuñado por la mirada ajena, como de una visión escéptica forjada en siglos de sueños frustrados y de promesas pasajeras. La verdadera seña de identidad de esta tierra es ese pragmático agnosticismo civil que surge del instinto de supervivencia.

La autonomía arraigó como una esperanza de revertir la rutina del fracaso. De ahí la importancia que el sentimiento de agravio frente a otras regiones tuvo en el proceso estatutario. La larga hegemonía socialista, tras un impulso estructural incontrovertible, acabó degenerando en clientelismo, corrupción y marasmo para despertar hace cinco años una alternativa que llegó cabalgando sobre un tímido anhelo de cambio. Un lustro después, el avance resulta perceptible y Juanma Moreno ha consolidado su liderazgo, pero el ritmo de convergencia con la media nacional de bienestar continúa, si no estancado, sí a un paso como mínimo poco dinámico.

El ‘juanmismo’, un estilo moderado y sereno de gobernar, se ha convertido en un fenómeno social notable cuyo brillo no logra sin embargo traspasar la barrera de un cierto conformismo. Ha habido mejoras indiscutibles de liberalización administrativa, reformas de estímulo a la inversión y de modernización tecnológica, esfuerzo presupuestario en la mejora de los servicios y en la búsqueda de imprescindibles recursos hídricos, pero ciertas sensibles parcelas de gestión –muy significadamente sanidad y cultura– naufragan por falta de nervio político. Y en general es patente la sensación de que la resonante mayoría de 2022, y el subsiguiente desconcierto de una oposición aún melancólica por el poder perdido, han provocado en el Gobierno del PP un deslizamiento acomodaticio.

El gran y paradójico éxito de Moreno consiste en haber conseguido que muchos ciudadanos, votantes ‘biográficos’ del PSOE, apenas hayan notado el relevo. No es poco mérito. Ha disipado el miedo a la derecha, normalizado su papel democrático, aventado los recelos y conservado la estabilidad sistémica al precio de ralentizar la velocidad de su proyecto, de convertirlo en un suave trantrán donde se hace difícil identificar un pensamiento estratégico. Quizá pueda durar mucho tiempo instalado en ese novedoso andalucismo de terciopelo; al fin y al cabo, sólo una minoría parece echar en falta cada 28 de febrero una auténtica, transformadora inercia de progreso.