LUIS VENTOSO – ABC – 19/03/17
· Es la única que ha desfilado con dignidad por el despacho de los dorados.
Resulta un poco descorazonador, aunque comprensible, ver cómo mandatarios del máximo relumbrón desfilan por las salas dorado-kitsch de la Casa Blanca y la Torre Trump para plegarse genuflexos ante quien tantas aristas discutibles presenta. El summum del servilismo lo alcanzó Theresa May, que meses atrás había criticado a Trump por sus «comentarios inaceptables» sobre las mujeres y los musulmanes. Inspiraba compasión –o vergüenza ajena– verla descoyuntándose en risitas serviles ante su anfitrión, mendigando apoyo para la insensata e insolidaria aventura del Brexit. En la rueda de prensa conjunta, sacó el botafumeiro y fue incapaz de insinuar el más leve atisbo de discrepancia, pese a algunos comentarios manifiestamente disparatados que profería su aliado.
Pero ha aparecido alguien capaz de combinar la buena educación y la amabilidad con la dignidad necesaria para expresar un desacuerdo. Ha sido Angela Merkel, de 62 años, la templada centrista que gobierna Alemania desde hace once. Su figura es repudiada por los populistas de extrema izquierda y derecha, de donde se colige que algo hará bien.
Nada más divergente que Donald John y Angela Dorothea. De una lado, la extraversión, la agresividad verbal, la política-espectáculo y la ausencia absoluta de dudas. Un hombre sin estudios y muy laborioso, empresario de éxito, hijo ya de un millonario, que llegó a la presidencia tras hacerse popular como presentador de un concurso televisivo. Enfrente, la antítesis del glamour y la estridencia, empezando por su aspecto: un peinado tipo casco, que no compondría peor un barbero del Medievo, y unas abaciales americanas de tres botones, en las que bailotea una anatomía desgarbada.
Hija de un pastor luterano, la educaron en el esfuerzo y la atención al detalle. Conoció las tristuras de la Alemania comunista, se doctoró en Física y es persona introvertida, tenaz, de poco brillo. Se ha casado dos veces, ambas con catedráticos de ciencias, y no ha tenido hijos. Moral luterana y puño de hierro en guante de seda: ha echado a dos presidentes de la República y a un ministro por escándalos que en nuestra alegre España no pasarían de chascarrillos.
No se trata de beatificar a Merkel. Lógicamente comete errores. Su empecinamiento en el rigorismo contable cuando no tocaba, en el huracán de la crisis, agudizó innecesariamente el sufrimiento de los países sureños. También se equivocó cuando abrió las puertas precipitadamente al éxodo de refugiados. Pero incluso es estos casos lo hizo movida por dos resortes comprensibles: su aversión a lo que llama «el dulce veneno de la deuda», que todo alemán lleva tatuado por la hiperinflación de la República de Weimar; y un rapto de compasión al ver la foto de aquel niño sirio de tres años ahogado en una orilla turca.
Merkel escuchó a Trump con corrección, pero le presentó también sus principios. Luego le tendió la mano y el presidente la rechazó. Fue un gesto que resumió a dos personas. Entonces me acordé del título de la tesis doctoral de Merkel: «Influencia de la correlación espacial de la velocidad de reacción bimolecular de reacciones elementales en los medios densos». Igual es un modo alemán de resumir a Trump.
LUIS VENTOSO – ABC – 19/03/17