JON JUARISTI-ABC

  • Lo que marca a la humanidad no es el complejo de Edipo, sino la envidia de Caín

Hubo un Harry el Sucio (Dirty Harry) y hay un Harry el Plasta (Heavy Harry) que amenaza infligir al desdichado Reino Unido postbrexit una saga autobiográfica más larga que la de su tocayo Potter. Mi amigo Arcadi Espada lo ha comparado con Pablo Iglesias Turrión, pero ambos, Pablo y Harry, encarnan y parodian –sin pretenderlo– arquetipos diferentes: Stalin y Ricardo III respectivamente. El Stalin de Iglesias tiene un aire de Pasionaria cheperudeta y el cheperudeto duque de York se parece más en la versión de Harry a su pajolera mamá (a la de Harry) que al perverso magnicida chespiriano.

La primera entrega de las memorias del duque de Sussex, que al parecer está arrasando en Amazon, reúne, según todos los indicios, muchos materiales procedentes de su psicoterapia. Habiéndole caído en suerte el apellido Sussex (puro choteo urdido por el duque de Edimburgo), la psicoterapia parecía algo inevitable, pero hay que reconocer que Harry ha tenido de sobra en la vida para desarrollar una neurosis florida, empezando por sus progenitores.

Sin embargo, la terapia ha revelado, sobre todo, agravios olvidados (o ‘forcluidos’) que Harry afirma haber recibido de su hermano William, príncipe de Gales. Ignoramos el nombre del terapeuta, pero si todo lo que ha sacado a la luz son guantazos a discreción en la ‘nursery’, ‘bullying’ en Eton y recochineo en las fiestas de cumpleaños, Harry podría haberse ahorrado sus servicios. Le habría valido lo mismo una echadora de cartas, como la madame Sosostris, ‘famous clairvoyante’, de T.S.Eliot. Al terapeuta le ha bastado con sugerir lo que, a tenor de los reportajes del ‘Daily Mirror’ acerca de la Royal Family, era bastante probable (que no quiere decir verdadero). Pero así funcionan las terapias en la era de las cancelaciones (‘Woke Age’).

Lo que pasa, como es obvio, es que Harry no se resigna a haber sido relegado (‘spare’) a las tareas propias de Sussex, y envidia aquellas de las que hacen gala los Gales. En rigor, su tragedia personal se parece, más que a la de su difunta madre, a la de lady Edith Crawley, la segundona feúcha de los condes de Grantham en la serie ‘Downton Abbey’ (inspirada en la historia del quinto duque de Carnarvon, descubridor de la tumba de Tutankamón, y de su esposa Almina, hija natural de Alfred de Rothschild). Como se recordará, la pobre Edith envidia y odia a su hermana primogénita, lady Mary, un bellezón despótico que podría muy bien haber salido de la imaginación resentida de Pablo Iglesias (Possex).

En fin, que lo que marca a la humanidad no es el conflicto de Edipo, sino lo de Caín y Abel. Como sostuvo René Girard, el parricidio edípico no es más que el resultado de «la reducción de la relación paternofilial a la pura fraternidad mimética y conflictiva». Las psicoterapias niveladoras están para eso, para terminar con los padres.