EL MUNDO – 18/01/15
· Esta semana se cumple el vigésimo aniversario del asesinato de Gregorio Ordóñez, el líder del PP en San Sebastián que empezaba a encabezar un profundo movimiento social contra ETA.
· Ana Iribar, su mujer, relata cómo sufrió y cómo sacó adelante a su hijo Javier, que tenía un año cuando mataron a su padre.
La vida le puso a prueba. Las pistolas la situaron en el límite del aguante. Hace 20 años. En el bar La Cepa. Allí, ETA comenzó su caza a los políticos. Segó de raíz a una de las figuras de nuevo cuño en el Partido Popular del País Vasco. Acabó con la vida de uno de los líderes más emblemáticos, de la guardia nueva. Asesinó a Gregorio Ordóñez.
Ímpetu, vigor, valentía… Y ganas de hacer. Muchas ganas de hacer, de dar la cara, de romper con esa omertá, ese miedo que llenaba las calles del País Vasco. Con la muerte de Gregorio, ETA intentó cercenar una protesta que canalizaba con fuerza en las calles de San Sebastián y del País Vasco entero. «Porque Gregrorio era una tormenta, un torrente. Era puro temperamento», recuerda Ana Iribar, la que compartía vida y pasión con él, la madre de su hijo Javier, que tenía un año cuando los asesinos visitaron a su padre en La Cepa.
Ana y Javier son el ejemplo claro de que ETA ha logrado matar, ha roto familias, pero no ha derrotado a las víctimas. Han tenido que vivir con sus atentados, pero han logrado primero sobrevivir y luego vivir. «Tenemos que disfrutar día a día lo que la vida nos ofrece y sacarle todo el jugo», apunta Ana en una conversación con EL MUNDO en la que hace un recorrido por sus últimos 20 años.
«Mi gran batalla ha sido que nuestro hijo Javier no viviera en el odio, no se contagiara de ansias de venganza. No. Que tuviera una vida. De todos, la mayor de las víctimas es él, se quedó sin padre, sin la persona de referencia clave para un niño. Él es la mayor de las víctimas del asesinato de Gregorio».
Nada de venganzas. Pero ni olvida ni dejará jamás de exigir toda la Justicia para los asesinos. España es un ejemplo en esto, a nadie se le ha ocurrido tratar de devolver lo recibido. «Cierto», recuerda, pero también aclara lo duro que es empezar a dar pedales de nuevo, «la cantidad de ideas que se te pasan por la cabeza», enfrentarte a una situación tan traumática y tirar del carro. «Mataron a Goyo y me quedé en San Sebastián con mi hijo de un año». Ana daba clases de francés en un colegio de la capital donostiarra. «Al principio estás muy arropada». «Allí no faltaba nadie. Estaban todos. Pero pasan los días y cada uno tiene sus quehaceres. Y te das cuenta de que llega un aniversario del atentado y tienes hasta problemas para poder coger el día y acudir a los actos de reconocimiento.
Cuando me pasó –era el primer aniversario–, decidí abandonar el colegio. Empecé a ver claro que mi futuro no estaba en San Sebastián». Tomó la decisión definitivamente un día, cuando estaba en un parque con su hijo y las madres con las que habitualmente coincidía ya no se acercaban a ella, y cuando unas niñas le dijeron a su hijo que habían visto a su madre llorando: «Fue casi de un día para otro. Mi familia no lo entendía. Mis padres, mis hermanas… Pero comprendí que debía salir de San Sebastián, que allí, Javier iba a ser siempre señalado como el padre de una víctima de ETA». Ana quería y quiere que su hijo tenga una vida, su vida.
Uno de los momentos más duros a los que se ha tenido que enfrentar –«y te puedo garantizar que han sido y siguen siendo muchos»– fue cuando su hijo se plantó delante de ella, con cinco años, y le preguntó: «¿Cómo murió mi padre?». «Imagínate, con cinco años. Aún lo estoy viendo». Y Ana le contó «la verdad», lo que había pasado. Ya antes le había explicado con pedagogía quién era Gregorio y qué significaba en el mundo político vasco, en esa sociedad enferma donde cuando se producía un crimen de ETA, la gente miraba hacia otro lado o agachaba la cabeza para no cruzar la mirada con las víctimas. «La sociedad vasca nunca ha sentido como suyo el problema. Siempre miraba hacia otro lado».
Ana, que transmite alegría y vitalidad, lo pasó muy mal. Porque «no hay día que no lo recuerde», porque necesitó apoyo psicológico para «sacar la cabeza». Y decidió marcharse con su hijo. Y llegó a Madrid. «No quería ser únicamente la viuda de Gregorio, porque sería una victoria de ETA. Quería una vida. Que los terroristas vean que las víctimas hemos logrado sobrevivir es nuestra victoria y su derrota».
No ha perdido presencia en aquellos actos en los que entiende que debe estar para evitar que ETA y los suyos «escriban la historia». «Es nuestra historia». Iribar siempre ha sido y es una referencia. Su voz ha sido escuchada siempre con atención por el mundo político. Su exigencia: «Justicia. Toda la Justicia y la dureza de la ley. ¿Perdón para los etarras? ¿Por qué? De eso nada, Justicia».
«No es posible sobrevivir a toda esta tragedia mirando hacia otro lado, aceptando que es más importante recuperar para esta absurda democracia a los cómplices de ETA y ser humillados en un escenario inventado por los propios criminales».
Ana Iribar afirma que su marido «hoy sentiría vergüenza al ver a Bildu gobernando». Lamenta que «ETA esté legalizada» y actualmente «gobierne el mismo ayuntamiento» en el que trabajó el asesinado, a quien recuerda por su servicio público: «Él no entró en política ni por comodidad ni por ambición».
El golpe político
El 23 de enero de 1995 , antes de las elecciones municipales de mayo en las que iba a ser el candidato del PP a la Alcaldía de San Sebastián, Ordóñez fue asesinado mientras comía en el restaurante La Cepa de la Parte Vieja. El comando de ETA que lo mató estaba formado por Valentín Lasarte, Francisco Javier García Gaztelu, ‘Txapote’, y Juan Ramón Carasatorre.
Cuatro meses después , en los comicios municipales, el PP se convertía en el partido más votado en San Sebastián, con el 23,84% de los votos, superando por menos de 1.000 votos a la segunda fuerza. No llegó a gobernar. Tras las elecciones, el PSE, con Odón Elorza a la cabeza, cerró un acuerdo con otras fuerzas que impidió al PP llegar al poder.
EL MUNDO – 18/01/15