Luis Ventoso-ABC

  • Tenemos una España pública que arrumba lo trascendente y demasiado ceñuda

Ya sé que supone una paradoja que organice un homenaje a las víctimas del Covid un Gobierno que a día de hoy sigue ocultándonos la cifra real de muertos. Un Ejecutivo que se resistió a declarar el luto oficial cuando los españoles caían a miles y cuyo presidente ha mostrado nula empatía con el dolor de las familias (optó por el marketing triunfalista y por ocultar las imágenes del sufrimiento). Ya sé que es enojoso que en un país mayoritariamente católico se omita en el homenaje toda alusión a lo trascendente, que no haya un responso de un clérigo, o un himno fúnebre religioso, que se evite la más mínima referencia a la fe cristiana que orientó la vida de muchas de las víctimas (¿o es que los miles y miles de ancianos que perdimos eran todos ateos?). Ya sé que puestos a elegir un comunicador para presentar el acto muchos habríamos preferido a uno que no se distinga precisamente por sus principios fluctuantes y capacidad de flotación. Pero aún así, creo que si el Gobierno de España organiza un acto por las víctimas del Covid, que son más de cien mil de nuestros compatriotas, y si ese homenaje está presidido por el Jefe del Estado, es el deber de todos los españoles apoyarlo, sumarse, aunque nos rechinen algunos de sus aspectos y motivaciones.

Es muy desagradable que una vez más los presidentes de Cataluña y el País Vasco se hayan negado a acudir, porque tras ese plante solo late un complejo de superioridad de ribetes supremacistas, que les lleva a considerar que ellos están por encima y no pueden mezclarse con la plebe española (y creo que tampoco acertó Abascal al no presentarse). La mandataria escocesa Nicola Sturgeon, que es tan independentista como Aragonès, no falla cuando toca conmemorar algún gran aniversario británico, por ejemplo la victoria en la II Guerra Mundial, y ahí está al lado de su Reina y con toda la solemnidad. Se respetan las instituciones y las tradiciones.

Es lamentable el tenaz esfuerzo que hace el actual Gobierno por proscribir cualquier referencia católica. Es ridículo que en un acto celebrado a la sombra de una enorme catedral no se escuchasen ni siquiera una vez las palabras ‘rezar’, ‘oración’ o ‘Dios’. El único himno que sonó remotamente trascendente fue el ‘Hallelujah’ de Leonard Cohen (grato placebo para no tener que interpretar la excelsa música sacra cristiana, prohibida en la vida pública por el ‘progresismo’ en el país que vio nacer al genio Tomás Luis de Victoria, por supuesto perfectamente olvidado hoy por el gran público y los estudiantes). En Estados Unidos, primera potencia del mundo, deben de estar chalados: el día de su investidura, el presidente demócrata Biden rezó por la mañana en un templo católico y por la tarde juró sobre una Biblia que pertenece a su familia desde 1893.

Se añora una España diferente. Más cordial, menos cainita, más tolerante, con más sentido del humor y más respetuosa con su tradición, su historia y su realidad religiosa, que sigue siendo mayoritariamente católica.