TONIA ETXARRI-EL CORREO

  • El consenso constitucional está hecho pedazos a causa de la imposición del populismo y el independentismo

Una vez cumplidos los requisitos de los buenos deseos para el nuevo año que acabamos de estrenar, saldríamos ganando si pusiéramos el nombre a las cosas. No conformarnos con esas aseveraciones genéricas («qué mal está todo», ¿todo? ) o el lamento ante la falta de consenso (¿por culpa de quién?) porque son maniobras de distracción que dispersan las responsabilidades cuando la situación que atraviesa el país es algo más que preocupante. La polarización que se ha instalado en la política española, desde la moción de censura del 2018, va a cobrar unas dimensiones estratosféricas en este año electoral. A Pedro Sánchez le interesa la confrontación para movilizar a sus votantes desencantados. A sus aliados les beneficia que el ‘sanchismo’ siga gobernando para continuar con sus planes de desintegración del Estado. Y a Feijóo le conviene el distanciamiento, sin confrontación pero con una alternativa precisa para atraer a ese segmento de votantes de izquierda moderada con el suficiente peso de porcentaje como para no tener que depender de Vox para gobernar.

Los consensos constitucionales están hechos pedazos a causa de la imposición del populismo y el independentismo. Bildu está en su momento más dulce gracias a las concesiones que le han ido arrancando a Pedro Sánchez. No por casualidad, Etxerat y Sare acaban de cambiar su logo, eliminando el mapa de Euskadi. Total, ya no hace falta reivindicar que se acerque a los presos al País Vasco. Ya están aquí. Ahora, un pasito más: de la prisión a casa. O sea, amnistía. Por eso, en su manifestación tradicional del 7 de enero, sus promotores se jactaban de la situación: «Hemos ganado esta etapa».

Los adversarios se han convertido en enemigos y la ignorancia o la maledicencia se está imponiendo a la razón. Si el Tribunal Constitucional no pudiera controlar el poder del Parlamento, ¿estaríamos ante un Estado democrático? No. Estaríamos ante una tiranía de la mayoría parlamentaria. Ante un «despotismo», según Manuel Aragón, aquel magistrado del Tribunal Constitucional que, propuesto por Zapatero, supo defender su independencia y su criterio propio.

Bildu está en su momento más dulce por las concesiones que le ha arrancado a Sánchez

En este año de doble vuelta electoral (las locales de mayo y las generales, ¿quién sabe si adelantadas?) conoceremos el nivel de fortaleza de la Constitución. ¿Quién incumple la Carta Magna, el PP por no facilitar una renovación del CGPJ que no atiende las recomendaciones de Europa o los socios que van moldeando el Código Penal a su conveniencia?

Podemos se ha atrevido a decir que es el Rey quien está fuera de la Constitución por haber defendido en su discurso el gasto militar. Resulta que el socio del Gobierno quiere que el Gobierno responda en el Congreso. Sería suficiente con una declaración contundente de Pedro Sánchez recordando que Zarzuela envía a La Moncloa todos sus discursos con antelación. Como el Rey no puede defenderse, tendría que haberlo hecho ya el presidente del Gobierno ¿no? Malos tiempos también para la libertad de crítica. Stephen Koch, en su libro ‘El fin de la inocencia’, al retratar al propagandista por excelencia de Lenin en la Alemania nazi, Willi Münzenberg, destaca su obsesión por el dominio del mensaje. El rival de Goebbels no era un intelectual, pero manejaba la propaganda como nadie. Para él, criticar la política gubernamental era prueba inequívoca de ser una mala persona mientras que apoyarla era prueba infalible de poseer un espíritu progresista. El primer capítulo se titula ‘Mintiendo por la verdad’. No sé a quién me recuerda. El caso es que ayer apareció el ministro Bolaños comparando al PP con ‘Pierre Nodoyuna’. Ese es el nivel.