Editorial, LA VANGUARDIA, 23/10/11
Una ola de satisfacción se ha extendido por España desde que ETA comunicó su rendición sin condiciones, su decisión de abandonar las armas. Alfredo Pérez Rubalcaba, una de las personalidades políticas que mayores méritos han acumulado en la batalla contra ETA, lo resumía ayer de este modo: «Os miro y ya no veo a nadie que tenga que mirar hacia atrás o debajo del coche a la salida de este acto. Claro que han cambiado las cosas. ¿Sabéis cómo se llama eso? Libertad».
Naturalmente, ETA todavía no se ha disuelto, y el diálogo que reclama para solucionar «las consecuencias del conflicto» (es decir, la situación de sus militantes presos o huidos) ni será fácil ni puede hacerse alegremente. El recuerdo de las víctimas de ETA, fríamente olvidadas en el comunicado etarra, preside dolorosamente el nuevo escenario. Estas décadas de terrorismo no se cancelarán de la noche a la mañana. La nueva etapa, que corresponderá al gobierno que salga del 20-N, exigirá talento y visión de futuro –decíamos el viernes– y no blandenguería, demagogia o sobreactuaciones. Por fortuna, los máximos protagonistas de la vida española están dando bellas muestras de las virtudes reclamadas. En primer lugar, el príncipe Felipe, quien, consciente de que el comunicado de ETA ha precipitado en cierta manera el futuro, ha dado un paso al frente y, en una magnífica intervención en Asturias, afirmó que la renuncia de ETA a la lucha armada representa «una gran victoria del Estado de derecho». Reconociendo emotivamente la dignidad y la memoria de las víctimas de la violencia terrorista, el príncipe Felipe ha recordado que la claudicación de ETA es «una victoria de la voluntad y determinación de las instituciones democráticas; del sacrificio y trabajo abnegado de las fuerzas y cuerpos de seguridad; en definitiva, del conjunto de nuestra sociedad». La mención del Príncipe a la resiliencia de la sociedad española es muy oportuna. España está soportando una tremenda tempestad económica, pero debe disfrutar de esta derrota que el civismo y la democracia han infligido a la intolerancia y la muerte. La victoria de la sociedad española en un momento de gran malestar económico puede reforzar la autoestima española, algo deprimida en los últimos años. Es bueno que el Príncipe haya recordado los valores positivos que anidan en este país, en contraposición precisamente a los agoreros, tremendistas y derrotistas que, en cierta prensa capitalina, parecen regodearse en las sombras que, inevitablemente, se ciernen sobre un paso tan trascendental cual es la desaparición del terrorismo político en España.
Contra la tentación de enfatizar las sombras del momento para eclipsar el positivo paso que nos conducirá a un futuro sin terror, Mariano Rajoy decía ayer algo muy interesante sobre el comunicado etarra: «Sobran los debates estériles y las especulaciones». Días antes del comunicado, Rajoy sostenía que, si ETA abandonaba las armas, el Estado sabría responder con prudencia y generosidad. Y ahora sigue reclamando moderación y serenidad incluso por sentido táctico: «Para no hacerle la campaña a Bildu». El abandono de las armas coincide, por otra parte, con el final del segundo mandato de Rodríguez Zapatero, un presidente que desde el primer momento arriesgó su prestigio para acabar con el flagelo etarra. Como sucede con la teoría del caos, las curvas a veces incomprensibles y las contradicciones del presidente adquieren hoy cierto sentido.
Editorial, LA VANGUARDIA, 23/10/11