Editores-Eduardo Uriarte

Es difícil que una sociedad política funcione, incluso que exista, si carece de lo fundamental, de su concepción nacional. Nada social se sostiene sobre un concepto “discutido y discutible”, menos aún cuando colectivos menores como regiones o nacionalidades periféricas, o, incluso, los mismos partidos políticos, gozan internamente de una adhesión sagrada. Lo que ha ido realmente funcionando desde la Transición aquí en ausencia de un imaginario compartido, a la vez que la referencia de la Constitución iba menguando, ha sido una partitocracia abusiva, donde cada partido era el principio y fin de la política, hasta llegar a un punto donde ésta casi ha desaparecido.

En este contexto actual construido paulatinamente desde los años ochenta, todo son obstáculos para llegar a acuerdos fundamentales, como el constituir, nada menos, que el Gobierno. Cada vez ha ido siendo más complicado el erigirlo. Pero esa destrucción de la política iba avisando tiempo atrás de la incapacidad de solucionar muchos grandes retos pendientes, las pensiones, la educación, el problema demográfico, la organización territorial, el reparto presupuestario, etc. La política iba reduciéndose a la mera gestión del poder.

Se ha producido un proceso de inversión por el que estamos peor que en la salida del franquismo. Entonces los problemas eran mucho mayores, pero la capacidad de encuentro, que hiciera posible la Constitución, otorgó el aliento y ánimo para salir adelante. El espíritu pactista de la Transición hoy ha sido anegado por el sectarismo partidista. No es de extrañar que, en la actualidad, ante la crisis catalana, fuera el rey quien tuviera que salir a dar la cara. No había nadie frente al secesionismo, ni el presidente del Gobierno, ni los partidos principales estaban, no había políticos, sólo existen para enfrentarse, no para hacer frente a los problemas por graves que sean.

Empiezo a comprender por qué Sánchez tuvo éxito sosteniendo el “no es no” y que pertinaz en su posicionamiento ganara a la jerarquía de la anterior generación: porque lo único importante es el partido, y, en éste, su vocación al sectarismo. Eso lo supo y lo usó. Todo lo que se ha perdido en la capacidad política se ha ganado en sectarismo y adhesión, en ocasiones religiosa, al propio partido. Me temo que Rajoy estuviera más sobrepasado, hasta la impavidez, por la situación que se generaba en su partido ante la moción de censura que lo derrocó que por la situación en que quedaba España en manos de un frente Frankenstein con vocación de perdurar.

Empiezo a comprender, también, que el futro político español, lo quiera o no su gran protagonista, Sánchez, se determinó en aquella aciaga moción de censura y en el hecho de que no convocara inmediatamente elecciones. El frente Frankenstein se convirtió en un hito, en un atractivo referente político de futuro para toda mentalidad autocalificada de progreso, un progreso hacia la ruptura, del que ahora le cuesta desembarazarse ante la presión de Podemos y los nacionalistas. Curiosamente, el futuro político está determinado por la alianza de fuerzas cuya razón de existir consiste precisamente en la voladura del sistema, consistente en la secesión de Cataluña y Euskadi, dejando el resto, la España residual, bajo el populismo izquierdista. Grave hipòtesis de futuro a la que la inmadurez generalizada de los partidos de obediencia constitucional, pero espacialmente Ciudadanos y Vox, saben dar respuesta.

Sin nación, con un Estado débil -veremos qué sentencia le permiten al Supremo dictar ante la independencia de Cataluña-, la partitocracia ha liquidado la política. El espacio ideológico y político que toda nación genera no sólo se ha barrido, casi está proscrito. Las actuales ideologías dominantes, todas ellas apropiadas por las izquierdas, son formulaciones identitarias, como el feminismo, la liberación gay, los nacionalismos periféricos, y hasta los localismos, erigidas e instrumentalizadas más para agredir al enemigo inmediatamente designado -como muestra la expulsión del PP y C’s del día del orgullo Gay en Madrid, o de otras iniciativas feministas- que para liberar y proteger a personas. Una inversión hacia la clasificación de la ciudadanía en colectivos identitarios artillados ideológicamente. La dispersión y segregación social e ideológica que nos devuelve a la taifa medieval.

Sin discurso nacional, con exceso de partidismo, no es de extrañar las inmensas dificultades para formar Gobierno. La cosa estaba clara para una mentalidad normal educada en el pasado: Gobierno PSOE-C’s. Pero hemos llegado a tal punto de incompatibilidad ideológica, no existe espacio común entre nadie, a tal prepotencia partidista, y a tales personalismos en la política, que lo sensato se convierte en imposible. Si hay acuerdo será en una opción antisistema: PSOE-Podemos-nacionalismos-

 Vayamos al principio: cualquier operación política es imposible desde el momento en que se voló el espacio político declarándolo discutido y discutible. Que campen las partidas hacia el caos. Vuelta al medievo.

Liberalismo. ¿Dónde?

Si Sánchez es un sectario, y si no que se lo pregunten a Iglesias, Rivera no le va a la zaga en los últimos tiempos. Nació de sus manos su partido para la regeneración política, la oposición a los nacionalismos y las concesiones a éstos por parte de los grandes partidos, y más tarde para la oferta de una opción liberal. Sin embargo, en lo que ha destacado es en convocar una concentración con todo motivo (la negociación de Sánchez con los secesionistas) que por la adhesión del PP y Vox se convirtió en una especie de frente nacional, como pasara con anterioridad en Alsasua. Luego nos llevaría a Rentería (donde ente otras manifestaciones de boicot al acto de Ciudadanos se formó una comitiva con la bandera republicana, era el 14 de abril, y una charanga cerraba el esperpento a los sones de una marcha anarquista, qué más da, ¡todo antisistema!). Y acabaría en Miravalles, como colofón de actos de agitación radical patriótica. Frente a esta sobreactuación se echa de menos un poco de proyección ideológica liberal, que sin duda alguna le corregiría algunos excesos de sectarismo que está provocando un líder que declara haberse adherido a tal ideología.

No se entiende que ante la reclamación de apoyo que Sánchez le solicita, basado ahora en el “si porque si” (antes era porque “no es no”), sin oferta programática alguna, despreciando la práctica política en estos casos, Rivera, chico listo, no le hubiera presentado hace ya tiempo un programa para su negociación. No lo hizo, error, así le pueden achacar a él responsabilidades en la crisis. Ahora, error más grave aún, se niega a acudir a la Moncloa tras invitación que Sánchez le ha vuelto a cursar. Si antes estuvo mal, lo de ahora es una grosería digna de un radical antisistema. En democracia hay que guardar las formas -aunque el candidato a investidura no las guarde convocando en la Moncloa-, más si cabe si se apela al nombre de liberal para tu formación.

Ese liberalismo se echa de menos en el rechazo a firmar conjuntamente el manifiesto de las tres formaciones que apoyaron la respuesta constitucionalista al nacionalismo vasco en Navarra. Otra muestra más de sectarismo. Y el colmo reside en la adopción del discurso izquierdista de rechazo homofóbico a Vox como si esta formación fuera un problema para la democracia y la Constitución. Efectivamente, Vox tiene momentos de excesos, pero eso no le convierte en una fuerza a despreciar si se quiere conseguir una alternativa al movimiento Frankenstein que padecemos. No le cuadra a una formación liberal el rechazo de entrada a una formación como Vox sin conculcación alguna a la legalidad.

C’s con este proceder, limitando cualquier posible alianza a un PP con el que se peleó duramente en campaña, poniendo líneas rojas a su izquierda y derecha, y con un exagerado desprecio hacia Vox, va convirtiéndose paso a paso en un instrumento inútil para conformar un contrapeso autonómico y local al Gobierno Frankenstein que Sánchez desde un principio propició. De hecho, tanta línea roja le está inhabilitando para la política.

Es raro descubrir en el pasado un partido con tantas trabas a la hora de buscar pactos, o, incluso, relacionare con otras formaciones. Todo partido deja al menos un flanco abierto a su política de alianzas porque si no es así se encierra. Pactos, por demás necesarios, por cuanto C’s surgía para romper el bipartidismo. Sin embargo, su florido discurso lo que esconde es una incapacidad evidente para la práctica política. Sigue enclavado en el comportamiento testimonial de los movimientos cívicos, y con ese único bagaje no se debe acceder a la política. Un testimonialismo que no admite males menores, ni matizaciones, ni pragmatismo, ni responsabilidad política ante la ética, que le impide la capacidad de maniobra necesaria en estos tiempos tan convulsos. Sitiado por sus propias barreras, Ciudadanos tiene en ellas su principal causa para su hundimiento.