Gregorio Morán-Opinión
Lo pertinente pasa por negociaciones de despacho que omitan la retórica; de la prosa ya se ocuparán los encargados del aliño mediático
Nos dan dos posibilidades: la de permanecer ciegos o asumir que nos traten como idiotas. De cualquier manera, ofrecer opiniones exige que nos metamos en el agua por más fangosa que esté y hacernos a la idea obligada de que saldremos pringados del esfuerzo por resistir a que nos tumben. La Unión Europea ha decretado que debemos cambiar de mentalidad, que viene una ola generada por un agente inmobiliario todopoderoso dispuesto a poner en venta o alquiler, según los casos, los territorios en los que hasta ahora era tan solo el socio mayoritario; una alteración del mercado.
Cambiar las mentalidades en el mundo que vivimos no es una cuestión ideológica sino un problema de inversiones. Se puede esquivar la brutalidad del aserto y apelar al mantenimiento de nuestras libertades, a las bondades de una sociedad democrática, al equilibrio entre los poderes constitucionales y hasta las seguridades que otorgan los ciudadanos capaces de defender sus agujereados estados de bienestar. Incierto. Los primeros en no creérselo son ellos. Basta con decir que la opción para enfrentarse a la ola que nos amenaza consiste en aumentar el gasto en Defensa; un paliativo necesario pero cuyos resultados tangibles no serán factibles en menos de seis años, ¡Seis años para alcanzar fuerza defensiva! El plan europeo se titula “Estrategia de Preparación de la Unión a 2030”. Mientras tanto podemos ir preparándonos con el provisionamiento de un kit de supervivencia válido para 72 horas, lo que hace incomprensible que no se incluya un cortauñas que evite arañarnos la cara, entre otras previsiones tan indispensables como la navaja suiza, una baraja que palíe tres noches sin televisión y unas cerillas. Y dejarlo al lado de la puerta. Una pretensión calcada de los Países Nórdicos, lugares de extensos territorios y escasos habitantes, con inveterada práctica de aislamientos insólitos para la Europa continental. Una frivolidad intimidatoria.
Cuando los poderosos se ponen de acuerdo en algo hay que aquilatar lo que separa el discurso de la realidad
Tomemos un ejemplo cercano. Hace menos de diez años un ansioso aspirante a presidente, Pedro Sánchez Pérez-Castejón, consideraba que el ministerio de Defensa debía desaparecer; no dio las razones que lo aconsejaban pero otorgándoselo años después a una jueza, que por su condición desconocía hasta la diferencia entre un Cetme y una AK-47, no digamos ya un acuartelamiento o un blindado, dice mucho del valor que le otorgaba a la cartera de las FF Armadas. ¿Qué ha cambiado? Pues todo, menos la ministra Margarita Robles.
Esta humarada de distinciones entre la Defensa y la Seguridad es una añagaza para difuminar la evidencia y si funciona entre nosotros se debe a que el personal adicto está dispuesto a la violación, pero rechaza el “solo sí es sí”; un modo singular de mantenerse sin romper las relaciones ni llevar al violador ante la justicia. Exactamente eso es lo que sucedió anteayer en el Parlamento. No es que se trate de una epidemia de cinismo; lo que pretenden es que nosotros sigamos la misma ruta.
El diario oficial, en un comportamiento inaudito para un medio de comunicación, avisó por adelantado y en domingo con un texto firmado por su portavoz en Moncloa -el cada día más inverosímil Carlos E(lordi) Cué- que el Presidente iba a pronunciar el miércoles “un discurso de calado histórico”. Así hacía anunciar Primo de Rivera, don Miguel, sus intervenciones públicas en la prensa de la época. Es pena que la historia se haya quedado falta de un discurso tan esperado y que los recogedores anticipados de la impostura puedan seguir inmunes a la dignidad de un oficio muy deteriorado últimamente. Reaparece un debate postergado en la prensa desde la Transición, el de la Sumisión o la Autonomía.
La única pista de lo que el Presidente piensa de su malabarismo lingüístico entre Defensa y Seguridad se reduce a que lo irá sacando sin pasar por debate parlamentario y al precio que le marquen sus aliados. Ha descubierto que las Cortes no son necesarias, los Presupuestos tampoco. Lo pertinente pasa por negociaciones de despacho que omitan la retórica; de la prosa ya se ocuparán los encargados del aliño mediático. Las discrepancias llegan pactadas de antemano. Basta que uno solo de los participantes se niegue a jugar a ese “consenso” tortuoso para que haya que afrontar la realidad en las urnas. Y nada pronostica que puedan ser concluyentes o distópicas, aunque siempre en extremo arriesgadas.
Es tarea inútil tratar de conocer el plan de Defensa y Seguridad; ni siquiera lo que va a costar, ni menos aún de dónde van a salir las inversiones extraordinarias, fuera de computar como gastos la pensión de los Militares Jubilados. Nosotros afrontamos una ola metidos en un bucle; lo que aguante. Ni Cortes ni urnas, que dice Feijoo esta vez cargado de sentido y condenado al ostracismo. Si Vox no existiera lo hubiera inventado el Presidente. Por si no se lo han contado: Netayahu alimentó durante años a Hamas, por mediación de Qatar, hasta vísperas de la matanza del 7 de octubre. Su objetivo consistía en debilitar aún más a la corrupta Autoridad Palestina. El asunto está en los tribunales, aunque no en los medios.
La ola de Trump, un tsunami, ha desviado nuestra visión de las realidades y sin embargo no ha cambiado nada. Sólo la perspectiva de las cosas. Ucrania está en riesgo de existencia como nación independiente; es obvio que quedará sajada por una guerra que ni supo ni se esforzó por evitar, a la que animaron los mismos que ahora se aprestan a defenderla para protegerse a sí mismos y a quienes los sufrimos. Netanyahu por su parte se mantendrá evitando su encarcelamiento con una matanza que dejará tanta o más huella que la de Ucrania. Trump podría inaugurar su Resort en Gaza pero nadie hará desaparecer a millones de palestinos supervivientes, convertidos en antiguos judíos de la diáspora. Esa será la resaca que nos afectará a todos por más que creamos que la distancia geográfica, mental o cultural nos protege, como si fuéramos impunes en esa seguridad inquietante que jalean nuestros líderes.
Hubo un tiempo en el que estaba fuera de lugar arrogarse el derecho a la inocencia
Suena a provocador enunciarlo ahora, cuando el victimismo se ha convertido en el arma defensiva de los cómplices. Puestos a elegir no sé si debemos acogernos al batallón de los idiotas o al de los ciegos, quizá porque les importa una higa a los que están obligados a tomar decisiones. ¿Se puede decir que nunca tanto estuvo en manos de tan pocos, mediocres y arrogantes?