Editorial, LA VANGUARDIA, 21/10/11
Derrotada, ETA abandona definitivamente las armas. En un comunicado hecho público ayer, la banda reclama a los gobiernos español y francés «abrir un proceso de diálogo directo» destinado a solucionar «las consecuencias del conflicto», en clara referencia a sus militantes presos o huidos de la justicia. La organización clandestina Euskadi Ta Askatasuna se rinde sin referirse en su comunicado a las 829 personas que ha asesinado y a los centenares de heridos que ha provocado. Se rinde factualmente sin atreverse a pronunciar –todavía– la palabra disolución. Con todo ello, el paso es indudable. Se rinden. Cuando apenas faltan dos meses para cumplirse los 53 años de su creación, ETA anuncia que dejará de matar. La sociedad española en su conjunto puede sentirse aliviada. La derrota de ETA ha llegado. Ante ella, hacen falta prudencia, talento político y voluntad de concordia. Mirada alta.
En su comunicado, la banda no se define sobre la continuidad de su estructura clandestina, aunque afirma su voluntad de «abrir un nuevo tiempo político» basado en el acuerdo y el diálogo. Sin duda, la investigación policial ayudará a conocer con mayor exactitud el alcance de sus intenciones. Prudencia.
La primera reacción política fue, anoche, la del presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, quien dijo estar convencido de que España se halla ante «la victoria de la democracia, la ley y la razón». Zapatero emplazó al próximo gobierno y al Parlamento que salga de las elecciones del 20-N a liderar esta nueva etapa con «unidad y contención». Tras referirse a las víctimas del terrorismo –»cuyo recuerdo nos acompañará siempre»– y agradecer el esfuerzo de los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en su lucha contra ETA, el presidente añadió que este paso ha sido posible gracias «al temple y la firmeza de la sociedad.» Más relevante, en términos políticos, fue la reacción del líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, en la medida en que tiene muchas posibilidades de ser el presidente encargado de administrar la rendición de los terroristas y pilotar el proceso político que de ese hecho se deriva. La entrega de las armas deberá ser, sin duda, uno de los primeros objetivos del Estado. Rajoy celebró en varias ocasiones el comunicado como una «buena noticia» y «un paso muy importante». Como ministro del Interior que fue, el líder del PP no es precisamente ajeno a las maniobras con las que ETA ha intentado engañar al Estado con anterioridad. Por esa razón, Rajoy dejó bien claro que la tranquilidad absoluta sólo se producirá con la disolución de la banda y subrayó con énfasis que el cese del terrorismo se ha producido «sin ningún tipo de concesión política». Es posible que algunos sectores de la derecha sociológica recelen de sus palabras –de nuevo hay mucha excitación estos días en Madrid–, pero queda claro que el líder de la oposición habló ayer con el tono de responsabilidad propio de quien es consciente de las altas y difíciles tareas que le esperan.
El candidato socialista, Alfredo Pérez Rubalcaba, hasta hace muy poco ministro del Interior y hombre clave en el eficaz acoso final a ETA, también mostró su satisfacción: «Hoy ha ganado la democracia y las instituciones, aunque ojalá hubiera llegado antes». Y, finalmente, el PNV, actor principal sin duda de lo que pueda ocurrir a partir de ahora en el País Vasco, mostró altura de miras. Su principal dirigente, Iñigo Urkullu, quiso dejar claro que «Euskadi no le debe nada a ETA» . Y anunció que ahora se abre para los vascos un periodo de «reconciliación». Una reconciliación que no estará exenta de momentos críticos, pero que es absolutamente necesaria. Urkullu tuvo unas palabras para las víctimas, de quienes dijo que «su sacrificio no será estéril».
Ciertamente, la lucha policial contra ETA –»el cáncer de la democracia española», según la definió en su día el president Josep Tarradellas–, la cooperación internacional, la unidad de los partidos, la firmeza de la justicia y la serenidad de la sociedad vasca y española ante el reguero de víctimas que los coches bomba, los tiros en la nuca, los secuestros y la extorsión iban dejando, han sido los elementos básicos de la anhelada derrota de la banda. ETA abandona las armas porque sus prácticas eran irracionales, porque sus estructuras estaban cada día más debilitadas por la presión policial y porque la sociedad vasca y la española, primero, y su propio entorno, después, la dejaron inerme.
Nacida como una escisión del PNV, ETA escogió la vía armada para luchar contra la dictadura del general Franco. Su primera víctima fue una bebé, Begoña Urroz, cuando en 1960 su primer comando hizo estallar una bomba en la estación de San Sebastián. La segunda muerte tuvo lugar en 1969, cuando asesinó de un tiro a bocajarro al jefe de la Brigada Político Social de San Sebastián, Melitón Manzanas. El 22 de diciembre de 1973 un comando hizo volar por los aires al entonces presidente del Gobierno, el almirante Carrero Blanco, en el centro de Madrid, hombre clave de la dictadura franquista. Lejos de terminar con la muerte de Franco, la actividad terrorista se recrudeció con la restauración de la democracia. La década de los ochenta fue el cénit mortal de la banda, con atentados de extrema crueldad, como el de los almacenes Hipercor de Barcelona, en 1987, con 21 víctimas mortales, y el atentado contra la casa cuartel de la Guardia Civil de Vic, en 1991, cuando dejaron caer un coche bomba al patio del edificio donde estaban jugando varios niños.
Fue a partir de entonces cuando la sociedad vasca y española dijeron basta. Un grito que se convirtió en masivo cuando la banda ejecutó a sangre fría a un edil del PP en el País Vasco, el joven Miguel Ángel Blanco, después de secuestrarlo. Durante medio siglo, ETA ha asesinado a militares, guardias civiles, policías, ertzainas, mossos, políticos de diversos partidos, jueces y fiscales, incluso terroristas que no estaban de acuerdo con la línea marcada por la dirección, y un buen número de civiles que conforman el 42% de las 829 víctimas mortales que ha causado la banda en estos 53 años de cruel historia. Unas víctimas que el comunicado de ETA no menciona, pero que están y seguirán estando en el recuerdo de la sociedad. Los últimos años de la banda han sido la crónica de una gran eficacia policial. Detenciones sin cesar. Su final estaba al caer como fruta madura.
Aunque todavía falta la entrega de las armas y el anuncio de disolución definitiva, la renuncia a los atentados es el principio del fin. No es concebible una marcha atrás. Estamos ante la rendición de ETA. Con toda la prudencia aconsejable, se abrirá ahora un periodo de diálogo sobre lo que eufemísticamente la comisión de notables reunida en San Sebastián ha bautizado como «las consecuencias del conflicto». Se trata, única y exclusivamente, de proceder a la entrega de armas y explosivos, mientras el Estado reexamina la situación de los presos, con rigor, pero también con proporcionada generosidad.
Lógicamente, esta difícil tarea deberá encabezarla el Gobierno que salga de las elecciones del próximo 20 de noviembre, tal como ha recordado el presidente Zapatero. Habrá que ser pacientes. Cincuenta y tres años de existencia de ETA, décadas de terrorismo, no se cancelan de la noche a la mañana. Habrá que ser rigurosos y estrictos y, al mismo tiempo, inteligentes. El momento exige talento político y visión de futuro. Mirada alta. Ni blandenguería, ni demagogia, ni sobreactuaciones. ETA se está rindiendo. Felicitémonos.
Editorial, LA VANGUARDIA, 21/10/11