KEPA AULESTIA-EL CORREO

El Parlamento vasco sostuvo ayer un debate monográfico sobre las consecuencias de la guerra desatada por el régimen de Putin para hacerse con el control de Ucrania. Una agresión que ha encogido al mundo y ha empequeñecido a comunidades como la vasca. El Mal absoluto, la liquidación del prójimo, trata de acabar con la multilateralidad y el entendimiento mutuo para imponer una verdad que se entreteje con retazos manipulados de la Historia. De identidades que pretenden alzarse sobre la anulación de otras. Ayer, por momentos, pareció que ‘la guerra de Ucrania’ era un suceso tan reprobable como azaroso. Como si no respondiera a la intención deliberada de un régimen totalitario con afanes expansivos, que lleva semanas negando lo que hace -masacrar ucranianos- mientras amenaza con que sigue siendo la mayor potencia nuclear del Planeta. Resulta descorazonador que sólo los portavoces de los partidos en el Gobierno de Euskadi, PNV y PSE, y el propio lehendakari Urkullu señalasen a Putin como el causante de una tragedia que corre el riesgo de convertirse en otro problema sin solución. Que a siniestra y diestra interpelasen al Ejecutivo sin antes denunciar con insistencia la barbarie del Kremlin. También eso formará parte del oasis vasco, tan proclive a contextualizar lo peor.

La discusión no puede derivar hacia qué fondos públicos y en qué dirección se habilitan para contrapesar los efectos de la guerra en Ucrania, antes de ponernos de acuerdo sobre qué esfuerzos y sacrificios estamos dispuestos a asumir para frenar en seco a Putin a través de la resistencia de los ucranianos y en detrimento de nuestro bienestar. A finales de febrero, al inicio de la invasión, afloró una pulsión en Europa esperanzada en que el conflicto acabase cuanto antes mediante la resignación de Zelenski, sencillamente porque la dominación rusa parecía imparable. Pero los ucranianos nos han complicado la cosa. Seguramente porque han padecido durante décadas una violencia que ni nuestros mayores ni por supuesto nosotros hemos sufrido a orillas del Cantábrico. Ni a manos de Hitler ni de Stalin. La ofensiva de Putin sobre el Donbás, tratando de salir algo airoso de la invasión, deja en nada el soberanismo. Porque la amenaza se cierne sobre la democracia pluralista, sobre los contrapesos que limiten el poder. Solo la hipótesis de que Marine Le Pen se convierta en presidenta de la República Francesa debería hacer reaccionar a quienes no podemos votar mañana.

El debate y las resoluciones de ayer en el Parlamento vasco presentan una vertiente extraordinariamente sensible. Tenemos la obligación de acoger en Derecho a las personas y familias que huyen de la conflagración, de propiciar su integración, de igualar su opción de vida a la de los demás vascos cuando esa sea su decisión. Pero sin desatender, por más problemática que sea a día de hoy, el deseo de retorno a sus lugares de origen. Algo que resulta temerario en otras corrientes de refugio, pero que es crucial para Ucrania siempre que la consideremos europea de la Unión a falta de algunos trámites.