José Alejandro Vara-Vozpópuli
- Pavor a las urnas. Nada de elecciones, insiste Sánchez, enfermo de inmortalidad
Las cinco advertencias de Satanás en la popular obra de Jardiel Poncela se redujeron a tres en la diabólica representación de Sánchez en lo de telePepa. Cinco hechos anunciaba el satanillo del teatro al golferas Félix, el prota: encontrará a una mujer, se enamorará de ella, derrotará a su rival, se la entregará a otro y la quinta…la deberá descubrir usted mismo (en el infierno se suele hablar de usted).
Las tres advertencias que lanzó el presidente del Gobierno este lunes a su enclenque parroquia televisiva (sexta opción en el ranking, muy por debajo de Bertín y Sergio Ramos) fueron contundentes:
–Tribunales, ¿para qué? Los jueces que instruyen los casos de corrupción de Begoña, del hermanísimo y del fiscal general García prevarican, ‘hacen política’. Los imputados son inocentes, si lo sabrá él. Ni caso. Aunque los condenen a todos, ‘no hay líneas rojas’, nada de pensar en renuncias o espantadas. Incluso -podría deducirse- aunque le condenaran a él mismo. Togas fachas.
–Presupuestos, ¿para qué? Son un trampantojo innecesario, con los fondos europeos basta ejecutar los proyectos del gran gobierno de coalición social-progresista. Quizás este año los presente, cual ordena la Constitución. Veremos. Y si se los tumban, pues hará como quien oye llover. Total, el Parlamento es un artefacto trasnochado propio de las democracias viejunas. En China y Venezuela no tienen de eso.
–Elecciones, ¿para qué? Paralizan la agenda, interrumpen la buena marcha del país. Convocar a la gente a las urnas resulta agotador, ya saben, dos meses de campaña, ronda de investidura en Zarzuela con ese señor tan molesto que se cree el jefe del Estado, negociaciones para apañar una mayoría…Un peñazo. Nada de elecciones porque las gana la oposición, como ya dijo el narciso..
El caudillo socialista regresó de sus largas vacaciones tan desmejorado como se marchó. Quizás peor, porque se preveía que, entre las sesiones de básquet y buceo, se habría recuperado. Un semblante tan amable como una escoba desvencijada
Amarronado de tez (y de espíritu), gestos extraviados, rostro entre huraño y extraño, atormentado y febril, como el protagonista de una película de zombis de Paul Naschy, el caudillo socialista regresó de sus largas vacaciones tan desmejorado como se marchó. Quizás peor, porque se preveía que, entre las sesiones de básquet y buceo, los langostinos y daiquiris, se habría recuperado. Pues no. Un semblante tan amable como una escoba desvencijada. Nada que ver con Arturo Fernández, espléndido como protagonista de la versión parfa el cine de la obra de Jardiel.
Inconexo, lento de reflejos, en ocasiones balbuceante, muy inseguro, casi como si estuviera aún afectado por los dos minutos y medio que pasó este agosto en las tierras de los incendios y el llanto. A lo mejor presiente un avance decisivo de los juicios que más le afectan, o se huele venir que no pasará a la historia como el heroico pacificador de Cataluña sino como el amnistiador d de una colla de golpistas.
Los insultos canturreados por miles de jóvenes en las fiestas de toda España no son meras anécdotas sino el unánime rechazo a este lacayo de la mentira, al constructor del muro de la infamia. «Claro que puedo pisar la calle»
Sus tres advertencias, no obstante, retumbaron en el plató de Pepa como una amenaza, o como el insulto de idiota. No piensa irse. Nadie le va a sacar de la Moncloa. Ni los tribunales, ni los comicios, ni la carcundia xenófoba de sus socios, tan entregados a la causa, ni los semovientes indecisos de la oposición. Los insultos canturreados por miles de jóvenes en las fiestas de toda España no son meras anécdotas sino el unánime rechazo a este lacayo de la mentira, al constructor del muro de la infamia. Cosas de la polarización, explican sus rapsodas. “Claro que puedo pisar la calle, la gente me anima y me aplaude”, se defendió.
Las tres admoniciones del caudillo se pueden resumir en una: nada de urnas. Hasta el 27 y más allá. Hasta superar a González y celebrar el centenario de la República. Presidente sin fecha de caducidad. Huérfano de poder, ¿qué le aguarda? ¿Un horizonte penal cerdanesco, un lujosa hamaca en Dominicana? Quizás piensa lo de Hawthorne, gótico y tenebroso: “Me he recluido, sin la menor sospecha de que iba a hacerlo. Me he convertido en un prisionero, me he encerrado en un calabozo y ahora no encuentro la llave y, aunque estuviera abierta la puerta, casi me daría miedo salir”.
Las apuestas se centran ahora en acertar quién se irá antes, si el alcalde Almeida, que aventuró sorpresivamente su retiro en una frescachona entrevista estival, o el insomne morador de la Moncloa, aferrado a ese confuso proyecto de inmortalidad. Esta sería, llegado el momento, su cuarta advertencia. La de su salida. Y como en la historia jardielesca, sobrevendrá antes de lo que él mismo piensa.