TEODORO LEÓN GROSS-ABC

  • Cuando alguien como Sánchez anuncia una estrategia nacional antibulos, con un marco legal ‘ad hoc’, si alguien se lo cree es que merece creérselo

Si hay algo que nunca ha preocupado a Pedro Sánchez es la verdad. Más allá de tantísimas mentiras reiteradas impúdicamente de cara a la galería –tal vez algunas fuesen mera ‘realpolitik’, como pactar con quien había asegurado que nunca pactaría, desde Podemos y el «ni antes ni después el Partido Socialista pactará con el populismo; el final del populismo es la Venezuela de Chaves…», o aquel «con Bildu no vamos a pactar, si quiere se lo digo cinco veces, o veinte…», o «no voy a permitir que la gobernabilidad de España descanse en partidos independentistas»; pero otras muchas mentiras simplemente fueron falsedades oportunistas, desde «un Gobierno que convoque elecciones» en la moción de censura en 2018 a «un CGPJ verdaderamente independiente del Gobierno», como tuiteó el 9 de diciembre de 2014 en nombre del «compromiso: regenerar la vida democrática» del que nunca más se supo, entre tantas otras como prometer que no habría indultos políticos porque «¿qué sentido tiene que un político un indulte a otro?»–, hay sobradas evidencias del desprecio que le inspira la verdad. Y cuando te mienten una vez es responsabilidad del mentiroso, o incluso si te mienten dos o tres veces, pero a partir de ahí es responsabilidad de quien se deja engañar.

Cuando alguien como Sánchez anuncia una estrategia nacional antibulos, con un marco legal ‘ad hoc’, si alguien se lo cree es que merece creérselo. El problema de la desinformación nunca ha estado en sus preocupaciones. Sánchez pertenece a la generación de líderes de la posverdad, simbolizada por el trumpismo, que, como apuntan McIntyre o Grayling, se define fundamentalmente como la subordinación de la verdad a los postulados políticos. En definitiva, «verdad es lo que me conviene ahora que sea verdad». Y hay un punto de inflexión en todo esto para Sánchez: el escándalo de su mujer. Después de tomarse cinco días, previsiblemente para evaluar si podría sobrevivir a la investigación, él instauró el relato de ‘la máquina del fango’ para presentarse como víctima. Se trata de otro ‘hit’ de la factoría de relatos de Moncloa, como blanquear los ERE o estigmatizar al PP como extrema derecha. Presentarse como un paladín contra los bulos a golpe de bulos es puro sanchismo. Así, tras la declaración de Barrabés, el PSOE defendía que es normal que el presidente reciba a empresarios, cuando lo anormal es que los reciba su mujer en la sede institucional de la Presidencia con su aval. O sostener que al fiscal general se le investiga por combatir la desinformación, cuando es por un delito de revelación de secretos. Por supuesto, Sánchez identifica los bulos con la derecha, aunque la palma en este escándalo se la lleven los dos DNI atribuidos al juez. Ahora anuncian una reescritura de la ‘ley mordaza’ inquietante; no cabe sino esperar nuevas mordazas con la coartada antimordaza. La consagración del sanchismo sería un país en que se pueda injuriar al Rey pero no a Begoña Gómez.