Fabián Laespada-El Correo
- Bienvenida sea la izquierda abertzale a la lucha por la paz, dados sus métodos de propagación del silencio y el miedo hasta anteayer
Cualquiera que considere que la democracia es esa escalera que nos saca del infierno de la dictadura y que sabe que es un bien de primera necesidad, arrancado con no poco dolor a caudillos y fanáticos, debe sentirse preocupado por el resurgimiento de las extremas y ultraderechas en el viejo continente. Lo curioso es que nadie del arco parlamentario se reconoce en ese ámbito exaltado en lo patriótico y en las ideas puras de una sociedad monolítica y de regreso a un añorado pasado. Quienes entendemos que la diversidad, el respeto, la igualdad real, los derechos sociales y la justicia sin adjetivos son principios básicos irrenunciables solemos detectar a aquellos por la vehemencia de su verbo que esparce odios, sus ademanes bélicos, sus himnos cargantes y sus verdades inequívocas. Sí, los conocemos. Los que llevamos 60 años o más por esta esquina del mundo los reconocemos; sí, hemos sufrido diversas variaciones de fanatismo y fascismo.
Aquí, en Euskadi, de momento, son residuales los que añoran tiempos de prohibiciones, persecuciones, castigos y ejecuciones sin las mínimas garantías de un juicio de fundamento. Pero si de fascismo hablamos, de persecuciones, de hostigamiento y amenazas, de ejecuciones sin una mínima defensa a civiles, uniformados, niños, periodistas, conductores… tenemos que hablar imprescindiblemente de las personas que hoy en día, en la reciente campaña electoral, están enarbolando la bandera de la paz y el antifascismo: EH Bildu. Bienvenida sea la izquierda abertzale al antifascismo, a la lucha por la paz permanente y justa, al respeto a todas las personas y a todas las ideas, siempre que estas puedan defenderse sin rasgar los derechos humanos. Derechos humanos, ni más ni menos.
De crío tuve un profe de gimnasia que hizo un fugaz y sorprendente viaje desde los encantos del palo y tentetieso -«me hace diez flexiones y dos padrenuestros»- hasta toda una suerte de frases hechas sobre las maravillas de la democracia que entraba con decisión en nuestras vidas. De las gracietas falangistas y tratarnos de usted y por el apellido al cachondeo del destape y la libertad, «ay, si a mí me hubieran dejado», resoplaba el muy chaquetero, todo ufano, dándonos clase de educación física y espíritu nacional, dos en uno.
Del mismo modo sorprende Pernando Barrena hablándonos de paz y de las bondades de una Europa pacificada. A mí me encanta, he de decirlo, pero me choca que no haya habido un recorrido entre sus proclamas bélicas y esta angelical demanda de paz. Incluso en la cartelería de esta formación figura la palabra mil veces maldecida por ellos: paz. Hasta hace nada, sus chicos nos miraban con desprecio, por encima del hombro y con la mano en su makuto rascando el ‘molotov’, gritándonos que paz es la de Franco (se ve que se gustan) y que ‘borroka da bide bakarra’; nos arrancaban la pancarta, daban unos empujones, nos insultaban en plan ‘carceleros’ y ‘asesinos’ y se iban a celebrar la hazaña bélica.
Lo último ha sido proclamarse antifascistas. ‘Gaur eta beti’. Hoy y siempre. Lo de hoy puede colar porque la izquierda abertzale está en apostar todo al futuro y lo del pasado, ni tocar. Nuestro buen amigo Gorka Landaburu comenta que eso de mirar adelante está muy bien, pero sin perder de vista todo lo que hemos aprendido del pasado; es decir, sin romper el retrovisor, sin olvidar lo que hicimos bien y mal. Y aquí es donde entra en juego la inmensa contradicción de proclamarse antifascista ahora, cuando hasta ayer a la mañana el modo de proceder de las gentes de ese mundo era lo más parecido al comportamiento de los ‘camisas negras’.
Señalar desde sus medios afines o con pintadas en las calles al resto de la prensa como espacio enemigo a batir; pasear una hucha por los bares y comercios para que el dueño colabore con la causa de los presos y, si no, noche de cristales rotos o, directamente, agresión personal; capucha, bidón de gasolina, rociamos y salgan ustedes o se abrasan dentro del bus, y venga, la pira de la vergüenza en medio del Arenal o del ‘Bule’; tener que salir escoltado y abucheado del pleno de tu pueblo porque no piensas que a un asesino se le pueda declarar hijo predilecto y te atreves a decirlo; recibir en la Kale Nagusia con salvas, himnos y bengalas a un hombre que asesinó a seis personas; amenazar de muerte a un artista que se opuso al crimen; humillar desde una pared con un ‘Lacalle, jódete’ tras su asesinato; llamar ‘el hijo del chivato’ a un crío al que acaban de dejar huérfano… y así podríamos continuar enumerando decenas de actos profundamente fascistas para acojonar y neutralizar a la sociedad vasca.
Nada de todo eso habría sucedido si la izquierda abertzale no lo hubiera creado, promovido y protegido. Sus métodos de propagación del silencio y el miedo hasta anteayer han sido su marca de la casa. Y ahora vienen con que son pacifistas y antifascistas. Bien; usen el retrovisor y digan algo coherente sobre todo aquello.