Antifranquismo Calvo

SANTIAGO GONZÁLEZ-EL MUNDO

Velad porque no sabéis el día ni la hora. La vicepresidenta contó a la peña lo de la exhumación con la precisión de Mateo (25, 13). O sea, que el Consejo de Ministros ha decidido sacar los restos de Franco del Valle para llevarlos al cementerio de El Pardo donde está enterrada su mujer. El acuerdo fue adoptado ayer, pero se ejecutará en las próximas dos semanas. La señora Calvo dijo que dónde se ha visto un dictador en un panteón de Estado. Quizá en Francia, donde se van a cumplir dos siglos de la muerte de Napoleón y está enterrado en el Palacio Nacional de los Inválidos.

No tiene razón el prior de Los Caídos. Nadie, ni él ni los golpistas catalanes puede desacatar una sentencia del Supremo, aunque tampoco puedo estar completamente de acuerdo con el Alto Tribunal. Vale que autorice la exhumación, pero es un disparate que imponga a su familia la reinhumación en un determinado lugar, que va a ser el que hubiese querido el dictador, vivir para ver.

Lola Delgado, notaria mayor del Reino, expresaba su alborozo impúber ante la sentencia que daba la razón al Gobierno frente a la familia: «Es la primera victoria de los vencidos». Hay una férrea voluntad en nuestra izquierda adolescente de practicar el antifranquismo sobrevenido, ganar la guerra civil con efecto retroactivo. La mayor parte de nuestros gobernantes no había superado la adolescencia a la muerte de Franco y esto se nota mucho en el relato que hacen de los hechos. Los que éramos antifranquistas en la dictadura no podemos compararnos con el antifranquismo de estos chicos que no habían hecho la primera comunión aquel 20 de noviembre.

Ya han pasado 44 años y entre tanto mi antifranquismo se ha ido diluyendo en el tiempo como lágrimas en la lluvia: un poco más borroso que ayer, un poco menos que mañana. Recuerdo haber odiado a Franco mucho, mucho, como Brian a los romanos. De hecho sólo recuerdo haber odiado a lo largo de mi vida a dos personas, Francisco Franco y Augusto Pinochet, que eran la expresión del mal compatible con mi tiempo vital. Ni siquiera a Hitler, que había desaparecido años antes de que yo naciera. Pero ahora las cosas no son así, lo decía con mucha precisión Antonio Banderas: «Tengo la impresión de que en 1985 Franco llevaba más años muerto que ahora».

Zapatero, que fue el inventor de toda la farsa, se inventó también un antifranquismo falso. En su segunda entrevista con Millás (El País 23 de julio de 2006) contaba sus recuerdos adolescentes de un padre que había colaborado con el PCE en la clandestinidad. «En casa había una multicopista de esas, ¿cómo se llamaban?» Y el entrevistador acudía solícito en su ayuda: «¿Vietnamitas?». «Eso es. Una vietnamita». Todo el que tuviese algún contacto con la clandestinidad en los años 70 recordará que el PCE imprimía Mundo Obrero en offset ya por entonces. ¡Una vietnamita! Esta es la memoria de la que tira tan a menudo el antifranquismo sobrevenido, el relato de Pablo Manuel Iglesias.

Mi admirada vicepresidenta, que sí tiene edad para acordarse, aunque quizá no practicara mucho entonces, no estuvo a la altura como portavoz. Tenía más gracia la ministra Celaá, y más grandeza, León Herrera Esteban. Ayer era su momento para acuñar el parte definitivo: «En el día de hoy, vencido y humillado el ejército faccioso, han alcanzado las tropas progresistas sus últimos objetivos políticos y militares. La guerra ha terminado. Y esta vez lo ha hecho como debía». No sé qué abunda más en la izquierda hoy día: si la añoranza de Franco o la pura, simple gilipollez.