- Sánchez sabe perfectamente qué es y por qué lo provoca, pero prefiere la confrontación final a una explicación detallada de sus excesos
Ha salido Sánchez en procesión, con camisa fina arremangada hasta el codo y pulseras multicolor, a convertir el evidente rechazo que suscita en un fenómeno injusto, conspirador y destructivo bautizado por alguna lumbrera monclovita con el nombre de «burbuja antisanchista».
A Pedro, que pasó de asesor a concejal, de ahí a diputado y finalmente a presidente con las mismas cotizaciones a la Seguridad Social que servidor de horas de ensayo en el Ballet Bolshói, se le percibe aún mejor cuando se disculpa o rectifica que cuando se equivoca o agrede.
Porque en el nuevo relato sanchista, tan falso como los anteriores y algo más hiperventilado por la cercanía electoral, el problema no son todas las tropelías, errores y excesos que ha cometido, sino su tardanza en saltar a la palestra para pinchar ese globo inflado por la recua de enemigos de la patria que no entienden su titánico reinado.
Sánchez no se disculpa por nada, se arrepiente de no haber ido al choque aún más con el despliegue de verborrea insustancial que suelta, allá donde le acogen, sin respeto alguno a la tradición de escuchar las preguntas y responderlas con concreciones.
Del presidente silente y opaco que solo comparece a distancia, sin preguntas, entre amigos y cuando le apetece hemos pasado a una versión aún peor: el que acude a los platós y estudios imponiendo formatos, desechando una conversación respetuosa, ignorando que nos debe explicaciones, eligiendo al público y transformándolo todo en un lodazal mitinero difícil de controlar por un moderador contenido por su educación y desbordado por las formas de su invitado.
Para el líder socialista, que solo llegó al poder por una fantástica combinación de casualidades y trampas de las que nunca escapará y explican el rechazo social que provoca, no existe nada de lo que arrepentirse ni nada que aclarar ni nada que alegar ante el alud de hechos demostrados, cifras reales y evidencias documentales que resumen su trayectoria, resumida en un fracaso sistémico en todos los órdenes que sólo él, los que viven de él y los pelotas gratuitos que lo secundan, son capaces de negar sin otro argumento que la mera verborrea.
Sánchez entiende perfectamente el «antisanchismo», que se huele porque es una segregación natural de sustancias del cuerpo humano al contacto con la mentira y el dolor, pero lejos de intentar repararlo juega a criminalizarlo, deshumanizando a todo aquel votante adverso que detecte.
No habría que entrevistarlo ya en ningún medio de comunicación, pues en unos lo tumban en una cama balinesa para hacerle un masaje con final feliz y en otros sufren un boicot aún peor con su presencia que con sus desplantes.
Su lugar es La 2, en el tramo horario de los reportajes de la naturaleza, junto a los buitres y las hienas. Solo ahí encuentra su hábitat natural. Porque Sánchez ya no da miedo ni suscita odio: es asco, presidente, lo que usted provoca. Y lamento decirlo así, pero no se me ocurre una fórmula más elegante de definirlo, con todo mi pesar.