el nuevo ‘método Rubalcaba’ está estrangulando la capacidad de maniobra del tejido político de ETA que durante décadas encontró la manera de sortear la presión del Estado. Una vez asimiladas las enseñanzas de la fracasada negociación y la segunda tregua-trampa, la lucha antiterrorista se ha puesto a salvo del debate poder-oposición.
El escepticismo y la incredulidad con que fue acogido el aviso de Alfredo Pérez Rubalcaba en la última semana de diciembre sobre el peligro de que ETA fuera a cometer uno de sus disparates se convirtió ayer en una inexcusable aceptación de que el ministro del Interior sabe lo que se trae entre manos. Entonces ofreció la impresión, por unas horas, de estar marcándose un órdago con la banda terrorista; pero los hechos, con la incautación de una furgoneta con explosivos, le están dando la razón. El peligro de que ETA actúe siempre está latente mientras no cierre su negociado, aunque haya transcurrido ya más de cuatro meses sin que haya atacado a la población desafiando al Estado democrático.
Cuando Rubalcaba alertó sobre el peligro de la banda terrorista, sin aportar entonces pruebas concretas que avalasen, por ejemplo, la tesis de que se podría producir un secuestro -una práctica abandonada por los etarras desde que asesinaron a Miguel Ángel Blanco en 1997-, provocó cierta incredulidad en buena parte de la opinión pública. Acaso la forma elegida para dar el toque de alarma no convenció a quienes consideraron que el ministro se había marcado «un farol» para influir, de alguna forma, en el debate que esos días estaba manteniendo el entorno de la izquierda abertzale. Rubalcaba fue criticado, y no precisamente por el PP, por elegir el escaparate para exhibir los planes de los terroristas. Pero resulta evidente que, si se trataba tan sólo de alertar a los posibles objetivos amenazados por ETA, el titular de Interior habría elegido otro conducto más discreto, directo y privado.
Si no lo hizo así fue porque quería transmitir a la organización que conocía sus planes, que en los recurrentes debates internos que suele mantener se acaban imponiendo los ‘duros’ -los de los atentados y los secuestros- y que, tal como está concebida ahora la lucha contra el terrorismo en el Gobierno de Zapatero, tendrán difícil escapatoria de la Justicia quienes no sean capaces de cortar con el negocio terrorista. Y, sobre todo, que la Policía tiene mucha información. La vigilancia del zulo en una zona próxima a la localidad francesa de Clermont-Ferrand es un ejemplo. Lo cierto es que, días después del ‘toque’ de Rubalcaba, se han producido unas detenciones que no sólo confirman las perentorias necesidades económicas de los terroristas, que utilizan los zulos vigilados como cajeros automáticos, sino que tienen un plan de ataque, aunque no sea inminente, porque la interceptación de la furgoneta con explosivos en Zamora, que podría relevar un traslado de arsenal de Francia a Portugal, así lo acredita.
El tiempo aclarará las cosas. La localización de la furgoneta con explosivos coincide con el final de un periodo en el que el entramado político de ETA ha estado debatiendo sobre lo de siempre: mantener todo el andamiaje radical bajo la bota de la banda, siempre sumisos a sus designios, o desplazar la iniciativa a los agentes políticos con ETA en la retaguardia tutelando sus movimientos.
Pero el nuevo ‘método Rubalcaba’ está estrangulando la capacidad de maniobra del tejido político de ETA que durante décadas había hallado de una u otra forma la manera de sortear la presión del Estado democrático. Una vez asimiladas las enseñanzas de la fracasada negociación y la segunda tregua-trampa, la lucha antiterrorista se ha puesto a salvo del debate poder-oposición; el entramado de información de la seguridad del Estado funciona como una máquina bien engrasada y la actuación policial se zanja sin los enfrentamientos con los comandos que en otras épocas estimularon la famosa espiral : acción-represión. Y el discurso unívoco contra el terror -con algunas excepciones cada vez menos influyentes- permite, por ejemplo que las víctimas puedan explicar en las aulas la tragedia vivida en sus carnes deshaciendo el oprobio que en otros tiempos agravó su dolor. Sólo es preciso constatar el profundo escepticismo e indiferencia social ante los «debates de hondo calado» que dicen oficiar en la izquierda abertzale para extraer la conclusión de que ha perdido su eficacia la fontanería ‘político-militar’ que durante años funcionó como pantalla y desorientación de muchos bienpensantes.
Decía la portavoz del Gobierno vasco, Idoia Mendia, que el descenso del terrorismo callejero es un efecto del empeño del Ejecutivo de Patxi López de achicar los espacios de impunidad de los que han venido apoyando el terrorismo y que se ha concretado, lógicamente, en un aumento del número de detenidos. Es una espiral que los actuales gobernantes tienen muy presente. El ministro del Interior es ahora un firme defensor de la política de firmeza. De ahí su mensaje sin trastienda. Los activistas de ETA terminarán en la cárcel «hasta llegar al final».
Probablemente ese final aún esté lejano. Quizás la banda esté intentando salir de la presión francesa trasladando efectivos a Portugal, quizás otro día tengan éxito en un traslado de explosivos y consigan su objetivo. Pero el rumbo parece marcado. Y si alguien en el mundo del abertzalismo quisiera salvar algunos muebles, debería dar un golpe de timón o mañana será demasiado tarde para su reinserción política.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 11/1/2010