EL CORREO 18/05/13
PELLO SALABURU
Antonio Basagoiti mostraba una serie de virtudes que se deben agradecer: claro en sus planteamientos, ha sido capaz de presentar ante la sociedad vasca una derecha mucho más moderna
Antonio Basagoiti ha decidido dejarlo todo. Ya no será ministro, como vaticinara el alcalde Azkuna, cuando aquel dejó la concejalía para dedicarse de lleno al partido. No será ministro de momento, claro, porque no es fácil embridar a quien la política le bulle en su interior de forma tan personal.
Solo él conoce las razones que le han impulsado a marcharse de forma, si no abrupta, sí que un poco apresurada. Supongo que las familiares, a las que ha hecho referencia cada vez que se le ha preguntado, han tenido mucho que ver. No es nada agradable vivir todo el día con escoltas y tener la amenaza cierta de la muerte violenta a la vuelta de la esquina. Eso puede acabar con los espíritus más templados. La dificultad se acentúa aún más si, como en el caso de Basagoiti, su situación familiar y personal le pueden facilitar otras formas de vida más tranquilas y con menos sinsabores. También es verdad que la política debería ser, en el caso de todas las personas sin excepción, algo transitorio, y en ese sentido su decisión, después de tantos años, es algo, si no natural, sí ejemplar.
Pero me imagino que habrá habido otras razones menos explicadas. Lo que está sucediendo con el PP a nivel nacional, y de forma especial en algunas autonomías, es algo dramático. El Gobierno de Rajoy ha faltado a todas y cada una de sus promesas electorales, lo que indica que no sé muy bien para qué sirven los programas. Lo ha incumplido todo. Se puede argüir desde el Gobierno que poco más puede hacer. No sé si es cierto o no, porque la oposición plantea otras formas de actuación. También es cierto que desde la oposición se pueden hacer maravillas, siempre que, o no se tomen decisiones, o las tengan que tomar otros. Véase el ejemplo de los socialistas a nivel nacional, que ahora tienen recetas diferentes a las que con tanta alegría se aferró Rodríguez Zapatero en su segundo mandato. O el entusiasmo de los socialistas vascos que ven el demonio en el PP cuando hasta hace unos meses gobernaban con los apestados de ahora. Es difícil dar lecciones sobre lo que deben hacer otros con esos antecedentes. Y eso por no hablar de lo que sucede en Navarra, en donde los socialistas se van hundiendo poco a poco por prestar su apoyo a la derecha. En fin, uno tiene la impresión de que no es precisamente la ética la que fija las normas de actuación en política.
La discrepancia política es sana. Bueno, no voy a ir mucho más allá porque en esta crisis horrorosa que nos lleva a este sinvivir lo deseable sería que los políticos antepusiesen, aunque sea de vez en cuando, el interés común sobre lo que les pide el cuerpo en cada momento. No lo hacen, y vemos en otros países las consecuencias de esa forma de actuar, que acaba fomentando opciones inesperadamente radicales. Pero, en cualquier caso, la discrepancia de pareceres en la sociedad es saludable. Partiendo de que mis puntos de vista en política están bastante alejados de los propuestos por Basagoiti a lo largo de estos años, tengo que reconocer, sin embargo, que Antonio Basagoiti mostraba una serie de virtudes que se deben agradecer: claro en sus planteamientos, ha sido capaz de presentar ante la sociedad vasca una derecha mucho más moderna y ha defendido sus posiciones con argumentos homologables a los de cualquier otro partido. El PP ha dejado votos en las últimas convocatorias, pero se debe a Basagoiti, en gran medida, que la derecha no tenga que andar escondiéndose.
Con todo, tengo la impresión de que en el alejamiento de Basagoiti de la política activa ha habido también otros actores más o menos silenciosos que le han forzado a adelantar su decisión de dejarlo todo. Personas del PP de Madrid, contertulios de medios de comunicación ligados con la derecha más española, o incluso algunas asociaciones de víctimas, nunca le han perdonado que se esforzase en mantener en Euskadi un discurso, digámoslo así, que, sin poner en cuestión para nada su firmeza ante el terrorismo en todas sus vertientes, dejaba entrever de vez en cuando señales de que estas cosas se viven de modo distinto en Euskadi y fuera de Euskadi. Son esos mismos contertulios que parecen no alarmarse con todos los casos de corrupción que sacuden al PP. Esos que han sido incapaces de valorar que mientras había aquí personas como Antonio que se estaban jugando cada día la vida a cambio de defender unas ideas que consideraban legítimas, otros compañeros los estaban traicionando desde la comodidad que proporciona no arriesgar nada –cuando no se dedicaban a robar fondos públicos–, a la par que elevaban el tono de la crítica confundiendo las posibles diferencias de criterio sobre cuestiones puntuales con los posicionamientos de fondo que siempre han sido, en su caso, absolutamente nítidas.
De Quiroga depende ahora que quiera seguir profundizando en la línea emprendida y sea capaz de defender un PP abierto, por mucho que defienda posiciones que a otros nos parezcan más que criticables, o un PP que quiera volver, mediante la elaboración de un discurso ultramontano, a posiciones casi de caverna. Para quien la política ha sido fuente de muchas satisfacciones, pero también de muchos sinsabores y de muchos riesgos, se abre una nueva etapa, en la que solo me queda desearle suerte. Y para los periodistas, pues una pena: van a tener que trabajar más los titulares.