JORGE DEL PALACIO-ABC

  • Toda la originalidad y riqueza del pensamiento gramsciano, como sus límites y contradicciones, derivan de su fascinación por la Revolución rusa

EL pasado 27 de abril se cumplió el 85 aniversario de la muerte de Antonio Gramsci, fundador del Partido Comunista Italiano y autor de los ‘Cuadernos de la cárcel’, una de las obras cumbre del marxismo occidental. Desde hace algunos años nuestro país vive un renovado interés editorial por la figura de Gramsci, que culminará con la primera traducción íntegra de los Cuadernos a cargo de la editorial Akal. Habría que remontarse hasta la Transición para encontrar otro ‘momento gramsciano’ semejante en lo que se refiere a circulación de antologías, biografías y libros sobre el revolucionario sardo. Y el mérito debe atribuirse casi en exclusiva a los fundadores de Podemos, que han jugado un papel clave en el redescubrimiento de Gramsci. No en vano, Pablo Iglesias advertía en un antiguo spot publicitario que para entender a los líderes de Podemos había que tener a mano la selección de textos de Gramsci preparada por Manuel Sacristán a comienzos de los setenta.

Sin embargo, el avance que supone este ‘momento gramsciano’ para la cultura española encuentra su talón de Aquiles en el modo en que todavía Gramsci se presenta al gran público. A saber, sin emanciparse de la vulgata comunista. El autor de esta vulgata fue Palmiro Togliatti, secretario del PCI hasta 1964 y primer editor de Gramsci. A él se debe un brillante rediseño de la cultura revolucionaria del PCI que incluía la presentación de Gramsci y su obra, desconocidos para el gran público, como productos compatibles con la democracia occidental. Tal y como Togliatti explicó a Dimitrov por carta en 1941, la obra de Gramsci solamente podría ser útil al partido «después de una cuidadosa elaboración». Este rediseño avanzó en una doble dirección y sus efectos, si bien con matices, aún operan como horizonte interpretativo de la vida y pensamiento de Gramsci.

En primer lugar, Togliatti reelaboró la biografía de Gramsci orillando cualquier elemento que pudiera entorpecer la imagen del PCI en la posguerra. Por tanto, silencio sobre la admiración del joven Gramsci por el Mussolini socialista; silencio sobre el desprecio de Gramsci por el socialismo no revolucionario; silencio sobre la ruptura entre Gramsci y Togliatti por sus diferencias sobre la línea política de la URSS; silencio sobre la difícil relación de Gramsci con el resto de presos comunistas a raíz de su crítica al estalinismo; silencio sobre las condiciones de privilegio de las que Gramsci gozaba en la cárcel; silencio sobre el hecho de que Gramsci no murió en su celda, sino en una importante clínica romana llevándose consigo sus Cuadernos.

En segundo lugar, si en función del comunismo la democracia queda subsumida en el antifascismo, el pensamiento de Gramsci, en tanto que símbolo del antifascismo, debía ser paradigma de un comunismo democrático. Por tanto, Gramsci se presentaba como el mediador que habría llevado el comunismo occidental, partiendo de su matriz leninista, hasta la orilla de la democracia, el pluralismo y el reformismo de manera autónoma. Es decir, sin contacto con la cultura política liberal. Silencio, por tanto, sobre los pasajes de su obra en los que la democracia solo comparece como estación de paso al comunismo; silencio sobre la incompatibilidad de fondo del concepto de ‘hegemonía’ con el pluralismo de las sociedades modernas contemporáneas.

Un buen ejemplo del primer caso lo ofreció Íñigo Errejón en un reciente acto de campaña, en el que dijo que durante el proceso a Gramsci el fiscal afirmó «debemos impedir que este cerebro funcione durante 20 años». La realidad es que según las actas del juicio, como ha mostrado el profesor Lo Piparo –ganador del premio Viareggio con el ensayo ‘I due carceri di Gramsci’–, el fiscal nunca pronunció esas palabras. Pero si concedemos que la frase fue dicha pero no recogida en las actas, la pregunta obligatoria es la siguiente: ¿cómo pudo Gramsci estudiar, escribir y tener acceso a libros de Marx, Engels y Trotski que pedía, directamente, a «Su excelencia el jefe de gobierno», léase, a Benito Mussolini? La hipótesis de que Mussolini quisiera fomentar desde la cárcel un marxismo heterodoxo para alimentar el disenso en el comunismo resulta arriesgada. Pero lo que sí parece cierto –como subraya Lo Piparo– es que, a tenor de las pruebas, parece difícil afirmar que Mussolini hubiese impedido, por las razones que sean, el funcionamiento del cerebro del fundador del PCI. Y lo dicho es compatible con denunciar la brutalidad del fascismo y elogiar la heroicidad de Gramsci frente al régimen que lo encarceló de manera ilegal.

Un buen ejemplo del segundo caso lo ofrece Pablo Iglesias cuando atribuye el ascenso electoral de las derechas a que éstas «han entendido mejor que nosotros a Gramsci». Es decir, a que las derechas, en su diagnóstico, ejercen un control más eficaz sobre las escuelas, universidades y medios de comunicación como productores de ideología para la construcción de ‘hegemonía’ y obtención de consentimiento. Efectivamente, Iglesias apunta bien cuando asocia Gramsci a la batalla ideológica y cultural como el terreno crucial de la contienda política contemporánea. Sin embargo, de manera consciente o inconsciente, participa de la identificación de Gramsci con un teórico útil a la democracia cuando las premisas de su pensamiento llevan, precisamente, a la negación de ésta. O, cuando menos, a neutralizar cualquier elemento de raíz liberal, pluralista y representativo.

La publicación íntegra de los ‘Cuadernos de la cárcel’ será un magnífico colofón a este nuevo ‘momento gramsciano’ si consigue estimular un debate sólido y sereno sobre uno de los pensadores más importantes del marxismo occidental. Sin entender a Gramsci, debe subrayarse, resulta imposible conocer la trayectoria de la izquierda occidental de matriz comunista, como de una buena parte de la derecha radical que se ha hecho gramsciana. Deshecho el mito, no debería ser un problema reconocer que toda la originalidad y riqueza del pensamiento gramsciano, como sus límites y contradicciones, derivan de su fascinación por la Revolución rusa como evento llamado a transformar de raíz la humanidad. Como decía el historiador Massimo Salvadori, «Gramsci es el hijo más independiente e incluso autónomo de la doctrina leninista, pero seguirá siendo siempre su hijo, a todos los efectos».