Ignacio Camacho, ABC 06/01/13
La opacidad que rodea la enfermedad de Hugo Chávez demuestra la naturaleza autoritaria del régimen venezolano.
La forma en que el régimen venezolano está gestionando la crisis de la enfermedad de su líder demuestra hasta qué punto el chavismo se ha convertido en una especie de tiranía democrática: un poder con plena legitimidad electoral que se comporta con los resortes de un sistema autoritario. Sólo una dictadura trataría con semejante opacidad un problema tan natural como el tratamiento oncológico de su presidente, cuya gravedad parece haber pillado a toda la dirigencia del país a contramano ante la evidencia de que en la reciente Constitución, elaborada a mayor gloria del caudillo, había importantes lagunas sobre esta clase de eventualidades.
La propia decisión de operar a Hugo Chávez en Cuba no obedece tanto a improbables cuestiones de excelencia sanitaria como a la voluntad de oscurecer la enfermedad ante la opinión pública. La Habana es hoy el único lugar del mundo —tal vez junto a Pekín o Pyongyang— en el que se puede mantener un apagón informativo total sin que se produzcan fisuras. Incluso en caso de desenlace fatal es posible dilatar la noticia tanto tiempo como convenga al régimen bolivariano, cuyo estado de nervios resulta tan patente como impropio de un país democrático. En los sistemas de libertades la arquitectura institucional prevalece sobre la personalidad de los líderes pero Venezuela está sometida a un gobierno autocrático que padece de repente un síndrome de orfandad. Maduro, el delfín chavista, va y viene del hospital cubano preso de un ataque de desnortamiento y la nomenclatura gubernamental está enfrascada en la tarea de someter a los mermados poderes legislativo y judicial para que hagan la vista gorda en la interpretación de las leyes sucesorias. Eso se llama horrorvacui y es típico de las sociedades autoritarias.
En todo caso es evidente que en Venezuela está a punto de abrirse un proceso de transición que el bolivarismo tratará de controlar con todo su aparato de dominancia política. Si el presidente muere se producirá un shock emocional favorable a los intereses oficialistas: no será difícil explotar, al estilo de Cristina Kirchner, la oleada de culto personalista póstumo. La verdadera dificultad consiste en sostener un chavismo sin Chávez porque los liderazgos no se heredan. Y Maduro debe de saber que, aunque logre el respaldo de los lobbies internos —el Ejército es una todavía incógnita—, tendrá muy complicado ejercer la hegemonía transnacional que su mentor exportó a la izquierda latinoamericana. Los demás dirigentes bolivarianos ya están moviendo sus piezas, con el ecuatoriano Correa al frente, para apoderarse de ese legado de influencia.
Es el tiempo difuso de un vacío de poder, más delicado que aquel humanístico vacío de dioses y creencias que Flaubert situó en tiempos de Adriano. Porque con Chávez tal vez entubado en una clínica castrista, el pasado no ha muerto y el futuro no acaba de nacer.
Ignacio Camacho, ABC 06/01/13