Supongamos que Pérez Rubalcaba se muestra tan confiado en la discrecionalidad policial porque sabe que tal discrecionalidad no existe y que es él mismo quien da las órdenes discrecionalmente a la Policía, no en función de las decisiones de Juntas Electorales ni Tribunales, sino según su propio arbitrio y valoración de lo que es oportuno, congruente y proporcional en cada momento. Excuso decir que una situación semejante sería para echarse a temblar.
LAS apariencias ya no sólo son engañosas. Se trata de excluirlas del discurso, penalizando, si fuera necesario, su mención. Es la novedad de la izquierda en este mayo florido, desde la abertzalehasta la gubernamental. Mayo, dulce estación de las batallas, solivianta a la izquierda, la indigna, la encrespa y la enfurece. Le pone piel de gallina la mínima insinuación de que se comporta como se ha comportado siempre. La ofende la mera suposición de que se pueda pensar que manipula las leyes a su antojo. Los ministros socialistas se refugian detrás de la discrecionalidad policial, devolviendo el Estado a los tiempos predemocráticos en que las Fuerzas de Seguridad ejercían como conservadoras y fundadoras de Derecho. No otra cosa se desprende de la lamentable comparecencia de Pérez Rubalcaba ante la prensa, el pasado viernes, tras el Consejo de Ministros: la Policía sabe cómo actuar, cómo hacer cumplir la ley, o sea, cómo improvisar siempre la medida oportuna, congruente y proporcional ante cada acontecimiento. Ésta es, en resumen, la doctrina del socialismo español en materia de orden público. O, al menos, todo lo que tiene que decir al respecto Alfredo Pérez Rubalcaba.
¿Para qué sirve entonces un ministro del Interior? O, dicho de otro modo, ¿qué hace en el Gobierno Pérez Rubalcaba? ¿Sudokus? ¿Dedica su albedrío y su jornada a preparar las primarias? Porque dejó claro, el viernes, que ni siquiera cumple las funciones convencionales de un portavoz del Gobierno. El gran misterio de la última jornada de la campaña electoral no fue el contenido de las deliberaciones del Consejo de Ministros acerca del pronunciamiento de la Junta Electoral. Nunca sabremos qué decidió sobre ello el Gobierno, pero eso, en realidad, es lo de menos. Intuimos, como es lógico, que decidió lo que cualquier gobierno de izquierda habría decidido en su caso. No. El gran misterio es, y lo sigue siendo, la desconocida función real del ministro Pérez Rubalcaba. Alguna debe de tener, pero, desde luego, no es la de ministro del Interior, toda vez que ha relegado ésta en las Fuerzas de Seguridad, consagrando por vez primera en la historia de la democracia española la discrecionalidad policial como un principio absoluto. Ni el franquismo se atrevió a tanto. Si de verdad cree lo que dice, este personaje es un peligro. Para los ciudadanos y para la democracia, desde luego, pero, en primer lugar, para la propia Policía.
A menos que su referencia a la discrecionalidad policial encubra una autorreferencia, lo que agravaría considerablemente la cuestión. Supongamos que Pérez Rubalcaba se muestra tan confiado en la discrecionalidad policial porque sabe que tal discrecionalidad no existe y que es él mismo quien da las órdenes discrecionalmente a la Policía, no en función de las decisiones de Juntas Electorales ni Tribunales, sino según su propio arbitrio y valoración de lo que es oportuno, congruente y proporcional en cada momento. Excuso decir que una situación semejante sería para echarse a temblar. No desearía concluir que las movilizaciones y concentraciones de los Indignados habrían desvelado la existencia de una policía política. Pero alguien debería contarnos a qué se dedica realmente Pérez Rubalcaba.
Jon Juaristi, ABC, 22/5/2011