Agustín Valladolid-Vozpópuli
Debe ponerse fin cuanto antes al burdo intento de utilizar a una prestigiosa institución para solventar un problema que no es de seguridad, sino de credibilidad
“Esto se lo encargamos a la Guardia Civil, que son más disciplinados que la Policía”. Esta frase, y otras de parecido significado, la tengo oída en más de una ocasión. Por alguna razón, la izquierda siempre ha sentido una curiosa fascinación por la Guardia Civil. Acuérdense de aquello, quien tenga edad para acordarse: “El gran descubrimiento del PSOE ha sido la Guardia Civil”, admitían destacados socialistas no mucho después de arrasar en las urnas en 1982. Recuerdo también aquel episodio del ministro breve que, en mitad de un gabinete de crisis provocado por el intento de secuestro de un avión en territorio español, dijo en voz bien audible, y con los altos mandos de ambos cuerpos de seguridad presentes en la sala: “¡Que vaya inmediatamente la UEI [Unidad Especial de Intervención del Instituto armado], que los GEO [Grupos Especiales de Operaciones del Cuerpo Nacional de Policía] son una mierda!”. Dejo para otra ocasión el relato de lo que aconteció tras el exabrupto, por lo demás tan insensato como falso.
La orden dictada a la Guardia Civil, además de encerrar una flagrante ilegalidad, lo que ponía de manifiesto era una evidente preocupación política
Así que a mí, quizá porque conozco algo el paño, no me pilló tan de sorpresa la enorme metedura de pata del general de la Guardia Civil José Manuel Santiago: desde la Jefatura de Información se trabaja para “evitar el estrés social que producen los bulos” y “minimizar el clima contrario a la gestión de crisis por parte del Gobierno”. Y no me pilló de sorpresa porque, en primer lugar, no era en absoluto descartable que sucediera algo así. La brillante idea de sacar todos los días a la palestra a tres uniformados habituados a desarrollar su trabajo en entornos cerrados, de discreción garantizada, no haresultado tanbrillante. Y después, porque ese improcedente formato militar en el que el Ejecutivo de Pedro Sánchez ha situado la comunicación de la lucha contra la pandemia del coronavirus, incrementaba el riesgo de que la Benemérita exacerbara esa inclinación tan suya hacia la ciega obediencia.
Estoy no obstante seguro de que al general Santiago ni se le ha pasado por la cabeza dictar ni una sola instrucción que pudiera sobrepasar los límites del derecho penal, a pesar de que la enviada el pasado día 15 a las comandancias tuviera, en fondo y forma, esa inocultable apariencia. Desde hace años, la Guardia Civil, como otras fuerzas de seguridad o los servicios de inteligencia, destinan crecientes recursos a perseguir esa nueva modalidad de desestabilización de las democracias cuya materia prima son los bulos. Con toda certeza, el general Santiago y su equipo saben diferenciar la divulgación deliberada de estos, destinada a infligir daños a terceros, de las informaciones no veraces o parcialmente inexactas que tienen su origen en la ocasional falta de profesionalidad de quienes las distribuyen, cuando no en los errores involuntarios que provoca la incorregible falta de transparencia de las administraciones españolas; una auténtica vergüenza a poco que comparemos la opacidad que aquí soportamos con las facilidades que otros países democráticos ofrecen a medios y ciudadanos cuando estos solicitan cualquier tipo de información a las instituciones públicas.
Resulta curioso que aquellos que en el pasado más han denostado a la Guardia Civil sean los que ahora han salido en tromba a defender el ‘lapsus’ del general
Sí, quiero creer que lo del general fue un lapsus, por escrito y quizá premeditado. Pero también fue la aceptación negligente de una orden que, además de encerrar una flagrante ilegalidad, lo que ponía en realidad de manifiesto era una evidente preocupación de índole exclusivamente política. ¿Quién inspiró ese texto? ¿Quién transmitió verbalmente o mediante oficio interno unas instrucciones manifiestamente contrarias a derechos que protege la Constitución? Probablemente nunca lo sabremos. Lo que ya no es posible disimular es el intento de utilizar a una prestigiosa institución del Estado para solventar un problema que no es de seguridad, sino de credibilidad.
Los que han hecho esto no tienen derecho a hacerlo; a colocar a la Guardia Civil ni a ninguna otra institución del Estado en el centro de la diana. Como tampoco tiene derecho la oposición, se llame PP, Vox o como se llame, a atribuirse el papel de notorios abogados defensores de unos cuerpos de seguridad que el único favor que necesitan de la clase política es el respeto a la labor esencial que las leyes les encomiendan -la defensa de los derechos y libertades de los ciudadanos- y la protección activa de su neutralidad. Esta misión, la protección de la libertad, que no su limitación, es si cabe aún más crucial cuando, en el actual estado de alarma, contrapesos como la Administración de Justicia (con un Consejo del Poder Judicial caducado e inoperante) ven sensiblemente mermada su capacidad de control, y otros, como los medios de comunicación independientes, son sometidos sin apenas disimulo a un injustificado proceso de monitorización y vigilancia.
Hay una izquierda que utiliza los bulos como coartada para atacar a la libertad de prensa y una derecha que los usa como armas de descrédito del adversario
Es en este contexto en el que resulta curioso que aquellos que en el pasado más han denostado a la Guardia Civil y el Cuerpo Nacional de Policía sean los que ahora han salido en tromba a defender el “lapsus” del general. Reacción curiosa pero perfectamente comprensible desde la perspectiva leninista que Félix Ovejero radiografió en “La deriva reaccionaria de la izquierda” (Editorial Página Indómita, 2018). “Se ha impuesto una cultura del agravio y la ofensa según la cual unos pueden acallar a otros diciendo que se sienten ofendidos, sin que se reclame más argumento que la simple apelación al sentimiento”, anticipaba Ovejero por aquel entonces en una entrevista al referirse a “la brigada ligera de la izquierda posmoderna y reaccionaria”, a la que consideraba el “disparador del auge de la extrema derecha”. Y añadía: “Nos jugamos cosas importantes, como la tolerancia o la libertad de expresión”.
El titular de aquella entrevista, que firmaba Daniel Arjona en El Confidencial, era el siguiente: “Félix Ovejero: «Apartad vuestras sucias manos de la izquierda’”. Ahora, quizá sea llegado el momento de exigir a esa izquierda que utiliza los bulos como coartada para atacar a la libertad de prensa, y a la derecha que los usa como armas de descrédito del adversario: apartad vuestras manos de las instituciones, apartad vuestras manos de la Guardia Civil.