ARCADI ESPADA-EL MUNDO
Es absolutamente misteriosa la facilidad con que los perrunos se han apoderado en pocos años del espacio público y cómo han obligado a edificar allí sus vertederos a cielo abierto, sin que los adultos, que de momento son más numerosos que los perros, hayan proferido una sola protesta. Aunque fuera para exigir unas migajas de compensación en forma de impuestos por la segregación en régimen de monopolio de una parte considerable del espacio de todos. Es extraordinario que ya se prevean impuestos para los robots, y, al menos en España, aún no haya nacido hijo de perra que los pague. O que los llamados impuestos medioambientales no prevean socorrer al común de las agresiones inflingidas por la suciedad, el ruido y hasta los peligros de los perros, que el año pasado mataron a cinco personas en España, hirieron a un número indeterminado de ellas y ensuciaron, irritaron, molestaron y asustaron a millones.
Desconozco las razones psiquiátricas que explican la creciente afición por las mascotas –que en España, gran país, es algo menos febril que en Francia, Gran Bretaña o Alemania–, aunque todas ellas están vinculadas con el narcisismo. Pero se sepa o no su origen las epidemias deben tratarse. Y mientras esperamos el perfeccionamiento de Assistant, Siri, Alexa y demás inteligentes, discretos e higiénicos animales de compañía, los aperreados exigimos urgentes medidas políticas.