ARCADI ESPADA-EL MUNDO

CRUZO el Turó Park, el bello jardín de Rubió y Tudurí, y en un rincón soleado observo una escena insólita: un niño de meses da sus primeros pasos sobre la hierba mientras sus padres, guapos y jóvenes, alientan sus genes con la emoción propia de la especie. Uno esperaría ver allí un perro defecando, orinando, escarbando, trotando estúpidamente en busca de una pelota solo un poco más estúpida; y, sin embargo, hay un niño plantando cara a la vida. La escena la trae el azar, pero no solo. Desde la última reforma, el Turó Park es un jardín libre de perros, es decir, una zona descontaminada y en calma. Y, por desgracia, un enclave. Algo más cerca de casa acabaron hace meses las reformas de otros tres parques, convencionales, pero también agradables y necesarios. En todos ellos el espacio reservado a las inexorables guarrerías caninas es superior al que se reserva a los juegos de niños. Sin que, por supuesto, esa acotación suponga para la mayoría de los dueños de perros nada más que una formalidad humillante: cuando les parece abandonan el gueto, y hasta con una mueca de orgullo y desplante en la cara.

Es absolutamente misteriosa la facilidad con que los perrunos se han apoderado en pocos años del espacio público y cómo han obligado a edificar allí sus vertederos a cielo abierto, sin que los adultos, que de momento son más numerosos que los perros, hayan proferido una sola protesta. Aunque fuera para exigir unas migajas de compensación en forma de impuestos por la segregación en régimen de monopolio de una parte considerable del espacio de todos. Es extraordinario que ya se prevean impuestos para los robots, y, al menos en España, aún no haya nacido hijo de perra que los pague. O que los llamados impuestos medioambientales no prevean socorrer al común de las agresiones inflingidas por la suciedad, el ruido y hasta los peligros de los perros, que el año pasado mataron a cinco personas en España, hirieron a un número indeterminado de ellas y ensuciaron, irritaron, molestaron y asustaron a millones.

Desconozco las razones psiquiátricas que explican la creciente afición por las mascotas –que en España, gran país, es algo menos febril que en Francia, Gran Bretaña o Alemania–, aunque todas ellas están vinculadas con el narcisismo. Pero se sepa o no su origen las epidemias deben tratarse. Y mientras esperamos el perfeccionamiento de Assistant, Siri, Alexa y demás inteligentes, discretos e higiénicos animales de compañía, los aperreados exigimos urgentes medidas políticas.