A Santos Cerdán, amable sonrisa de fámulo, le toca embaularse otro copazo de Ginebra a los pies de los xenófobos de la caverna. Desde marzo, confesó, lleva dándose el pico con la extrema derecha de Junts en la persona de un Turull, tipejo de una acendrada idiotez, malvadillo dicen quienes lo conocen, e interlocutor favorito de los siervos jadeantes de Ferraz, tan acomodaticios. «El gin-tonic ha salvado más vidas y mentes inglesas que todos los doctores del imperio», decía Churchill mientras apuraba esos lingotazos de güiscacho infaltables en su desayuno.
La estabilidad del Gobierno de España depende, por tanto, de la Ginebra. El futuro político de la nación se negocia en el extranjero con una banda de golpistas malvivientes que exigen el borrado de cientos de delitos, la demolición del Estado de derecho, el fin de la igualdad entre españoles, la pulverización de la convivencia del 78 a cambio de siete escaños. Siete malditos escaños. Siete votos imprescindibles para que Sánchez se mantenga en la Tierra Firme del poder.
La condonación de la deuda (más de 50.000 millones), la gestión de todos los impuestos, la presencia de Cataluña en instancias europeas y, desde luego, el referéndum de autodeterminación
Cerdán, sumiso como una colilla, se apuntó como un éxito el respaldo del separatismo a la investidura del gran narciso de Occidente. Nada menos cierto. Puigdemont necesita la presencia de Sánchez en Moncloa como salvoconducto para eludir la prisión. En ello está. Primero, evitar una temporada entre rejas y luego, todo lo demás. La condonación de la deuda (más de 50.000 millones), la gestión de todos los impuestos, la presencia de Cataluña en instancias europeas y, desde luego, el referéndum de autodeterminación, quizás el tramo final de la autopista hacia la independencia.
Cerdán, el siervo de la xenofobia, llama ‘sesiones de trabajo’ a estos encuentros con el separatismo turiferario, como si se tratara de una reunión con inversores canadienses o con los ingenieros del plan hidrológico murciano. Más problemas tiene para denominar a los ‘verificadores’ de los encuentros, esa especie de árbitros foráneos que dirimirán si el representante del PSOE, esto es, de Sánchez, se comporta como corresponde frente a las exigencias de sus interlocutores. «Acompañantes», los llamó Patxi López, como si fueran las carabinas de la novia. «Mediador» dijo en su día María Jesús Montero, cual abogado asesor de parejas perdidas. «Supervisor», se escuchó desde los ochocientos asesores del bolañismo, como si fuera el factor del ferrocarril a Cáceres. No saben ni cómo llamarlos para justificar semejante barbarie. Se trata de los viejos conocidos del convento de Henry Dunant, una especie de sociedad suiza, más o menos secreta, especializada en ejercer oficios de casamenteros entre entidades enfrentadas, bien sean sociedades, grupos, países, estados. Zapatero los conoce bien de cuando lo de ETA. Otegi, también. Estos árbitros suizos, con aspecto de monjes hirsutos de película de Bergman, con pinta de haber quemado a alguna bruja en Salem, se mantienen en el anonimato, no desvelan su identidad, no salen en las fotos ni hacen declaraciones. «El pacto encapuchado«, dijo Feijóo, con tino. Sólo se sabe de ellos que son cuatro, como el quinteto de la muerte (¿quién hace de Alec Guinness?), que quizás se turnen, quizás actúen a coro y aún nadie ha desvelado el precio de su tarifa ni, por supuesto, quién la paga. ¿El PSOE? ¿Los mariachis de Waterloo? ¿Van a pachas? Cabría sospechar que, finalmente, el pago correrá a cargo de los fondos que maneja con escrupulosidad cuestionable María Jesús Montero.
Que no le canten lo de ‘traidor’
Lo llaman transparencia y es tenebrosa opacidad. Lo llaman claridad y todo es secretismo turbio. Deberían dejar a un lado tanta pamplina y abrir las cortinas del negociado, porque, al cabo, todo el mundo sabe cual será el final. Amnistía y referéndum. Esta es la exigencia de los carlistas de la estrellada. El jefe de la banda ya ha anunciado que, caso de que no se cumplan sus demandas, quizás se pase al lado del PP para una posible moción de censura. Quizás Cerdán tenga un mínimo de vergüenza y pretenda ocultar el rosario de humillaciones al que va a verse sometido en estos próximos embates con los sacamantecas de la republiqueta. Ni con toda la cosecha de ginebra del año podrá salir de casa sin que el portero y los vecinos lo miren con gesto de reproche. Le va a pasar lo que a Sánchez, que ni pasar puede por delante de un colegio universitario sin que la policía marlaskiana tenga que apercibir a los estudiantes de que cierren las persianas y no asomen el hocico para que no le canten lo de ‘traidor’. Como en la Rumanía aquella de Ceacescu. Vender España por siete escaños y el taburete maloliente de la Moncloa se antoja una traición que ni el más beodo sería capaz de soportar. Otra ronda de Ginebra, que paga Cerdán.