Practican el cimbreo ante quien ofrece recompensas como poltronas y confecciona las listas electorales, listas con abundancia de listillos
La generalización del uso de la «palabra robada» – ya analizada en esta sección- es decir, la que se sustrae a los periodistas en las conferencias de prensa sin preguntas, cuyo oficiante es el supremo Despensero, está poniendo en riesgo la democracia por ser esta precisamente el santuario de la palabra aderezada y de la argumentación pulida, convertidas en bagatelas en esta España perdida en el laberinto de la bellaquería y la impudicia.
Lo que en ella se lleva es el aplauso. Lo comprobamos a diario: llega el Despensero a las Cortes y suelta un discurso defendiendo que no convocará la Conferencia de Presidentes de Comunidades autónomas y el Montón aplaude en estado de arrebato. Al día siguiente anuncia el mismo Despensero que acudirá a Suiza a entrevistarse con un golpista fugado de la justicia española y al mismo Montón se le agrietan las manos por lo entonado y vigoroso de sus aplausos.
El aplauso, no como forma de recompensar el ingenio de un actor, una cantante o un torero sino como la forma bufa de asegurar la manutención y la subvención. El aplauso como santo y seña de la democracia menguante.
El aplauso, no como forma de recompensar el ingenio de un actor, sino como santo y seña de la democracia menguante.
El aplauso que celebra a quien gusta de darse a diario festines de petulancia.
En días felices se oyen en las Cortes discursos disertos y de gran altura, salpimentados incluso con la ironía, son excepciones celebradas porque defienden el honor del regimiento, pero en general oímos a frailes de la Orden mendicante de la lisonja mercenaria, participantes jubilosos en los certámenes del fingimiento.
Tienen como santo tutelar a la sumisión y como blasón al borrego.
Han aprobado el máster donde se enseña a trucar las cartas, son licenciados en demagogia y doctores en el disimulo.
Merecerían el «cum laude» si llegaran a redactar una tesis sobre la zalema.
Practican el cimbreo ante quien ofrece recompensas como poltronas y confecciona las listas electorales, listas con abundancia de listillos.
La armadura más impenetrable
Son avarientos de ardides, hacen malabares en la cucaña de la vida y son especialistas en andar por el andamio de la divagación.
Algunos llevan la armadura más impenetrable, la de la hipocresía. Son los que han sustituido la piel por el hormigón.
En tales circunstancias es de prever que, a las puertas de las Cortes, algún espabilado acabe poniendo un carrito en el que, en lugar de helados o castañas, venda aplausos:
– ¿El señor diputado está servido con un cucurucho de veinte aplausos?
– No, quiero otro también de abucheos.
– Entonces, son cinco euros más.
– Vale la pena, a mí nadie me va a callar.