Apocalípticos, rendíos, la Humanidad tiene remedio

EL MUNDO 11/08/16
FELIPE SAHAGÚN

· Pese a las noticias catastrofistas que se suceden cada día, el autor destaca que los datos objetivos demuestran el gran progreso al que asiste la Humanidad en campos como la reducción de la pobreza y el incremento generalizado de la calidad de vida.

LAS VISIONES catastrofistas y apocalípticas cada día más utilizadas por populistas, demagogos y extremistas de todos los pelajes para describir el presente y el futuro no resisten un análisis crítico, por superficial que sea. Politólogos, economistas y periodistas de prestigio como Peter Apps, fundador y director de PS21 (Proyecto para el Estudio del Siglo XXI), alimentan sin pretenderlo esa corriente.

Tras una reflexión bien documentada en Reuters, el 28 de julio, sobre los últimos atentados terroristas –no todos del Estado Islámico–, el Brexit, el fenómeno Trump, el golpe de Estado fallido en Turquía, las tensiones con China y Rusia, y el avance de partidos extremistas, de izquierda y de derecha, Apps concluía lo siguiente:

«Los próximos años serán de los más peligrosos de la historia humana reciente por el riesgo de colapso total del sistema y de conflicto entre las grandes potencias, nunca tan elevado. Muchos de los potenciadores de estabilidad –globalización, consenso internacional y atracción dominante del centro político– en muchos países están amenazados o se han desmoronado por completo».

Las transformaciones radicales del sistema internacional se cuentan con los dedos de las manos. Desde el Renacimiento, el mundo eurocéntrico ha conocido al menos cinco: Westfalia, Utrecht, la Revolución Francesa, las tres guerras continentales (1870-71, Primera y Segunda guerras mundiales, tres campañas de una misma contienda) y el fin del sistema bipolar (reunificación alemana y fin de la URSS).

Las causas y las consecuencias de esas cinco sacudidas históricas –a las que habría que añadir, fuera de Europa, la conquista y la pérdida del resto del planeta por los europeos, y el hundimiento hace dos siglos de una China que empezó a resurgir hace 35 años– han venido determinadas por cambios tecnológicos, económicos y sociales cuyo resultado final, a pesar de todas las tragedias, errores y crímenes, es un mundo más próspero, más pacífico y más estable que el de nuestros antepasados.

Desde su observatorio de Copenhague, Bjorn Lomborg recoge en libros y artículos desde hace años los datos que lo demuestran.

Para alumbrarnos, calentarnos y movernos, pasamos en medio siglo de la madera al carbón, del carbón al petróleo, del aceite de ballena al keroseno y del keroseno a la luz eléctrica, del carro al tren, al coche y al avión.

En los últimos dos siglos, entre los años 1800 y 2000, la producción por persona se multiplicó 18 veces y, desde 1950, la pobreza global se ha reducido más que en los 500 años anteriores. Sólo en el primer decenio de este siglo China sacó de la pobreza a más de 200 millones de personas.

Hace un cuarto de siglo, la ONU situaba en la pobreza a uno de cada dos habitantes del mundo en desarrollo. Hoy, a uno de cada cuatro. Queda muchísimo por hacer, pero desde 1950 la renta per cápita en los países en desarrollo se ha multiplicado por cinco.

«No es sólo cuestión de dinero», escribía Lomborg en Newsweek en junio de 2011. «El 75% de los nacidos hace un siglo estaba condenado al analfabetismo, hoy lo está un 12%», señalaba. «El acceso a agua potable y a servicios sanitarios básicos ha mejorado en la misma proporción y, según la FAO, el número de malnutridos en los países en desarrollo se ha reducido del 50% de la población en 1950 a un 16%».

Esos avances han hecho posible la reducción a la mitad de las horas de trabajo desde finales del siglo XIX y el aumento de la esperanza media de vida de 30 años en 1900 a 50 en 1960, y a 69 en la actualidad.

El progreso se ha conseguido gracias, sobre todo, a la investigación y a la innovación, y, según la ONU, puede mantenerse y acelerarse si se evitan desastres humanos o naturales telúricos como los señalados por el Instituto sobre el Futuro de la Humanidad de Oxford y la Fundación Desafíos Globales.

En su primer informe científico sobre las amenazas más graves para la Humanidad en los próximos 100 años, publicado en febrero de este año, destacan el impacto de un gran asteroide, la evolución descontrolada de la inteligencia artificial, la erupción de un supervolcán, el colapso ecológico, un desgobierno calamitoso, un cambio climático extremo, una guerra nuclear, una pandemia global, experimentos genéticos fuera de control o nuevas armas producidas por un avance espectacularmente equivocado de la nanotecnología. Para algunos de estos desastres se están haciendo grandes méritos, pero no todo está perdido.

Los autores del informe y sus centenares de asesores reconocen la imposibilidad de atribuir porcentajes de probabilidad a algunos de esos riesgos, pero, sumando todos los porcentajes de probabilidad de los que sí creen posible medir, llegan al 0.13526%.

Tan aleatorio como «el año 2525» elegido por el dúo Zager y Evans, estrellas del pop, en 1969 para su conocido himno sobre «el fin de la humanidad», la rompedora Bomba demográfica de Paul Ehrlich en 1968 sobre el planeta insostenible o el Dejen sitio… Make room de Harry Harrison para su novela de 1966 (llevada al cine en 1973) sobre el infierno en la Tierra.

Mucho más útiles son informes como los del Proyecto del Milenio –el de 2015-2016 es el decimoctavo–, en los que unos 4.500 internacionalistas, académicos y políticos comparten experiencias e investigación desde 50 nódulos o centros de otros tantos países para elaborar el Estado del Futuro.

SIEMPRE posibilista, a medio camino entre los apocalípticos y los integrados, de las 31 variables utilizadas en su última edición para medir lo sucedido en los últimos 20 años y lo que nos espera en el próximo decenio, detecta mejoras en renta per cápita, pobreza, inversiones directas, países en libertad, mujeres en parlamentos, empleo de calidad, matriculados en secundaria, alfabetización de adultos, electricidad de renovables, eficiencia energética, acceso a agua potable, médicos por mil habitantes, inversión en sanidad por habitante, malnutrición, mortalidad infantil, esperanza de vida al nacer, crecimiento demográfico y usuarios de internet.

En el lado negativo de la balanza (retroceso o estancamiento) destaca la población desempleada, las emisiones de combustibles fósiles y de las cementeras, el agua potable disponible, la masa forestal, la biocapacidad por habitante, el gasto en I+D, los atentados terroristas en el mundo (de 3.079 en 1995 a 2.010 en 2005 y a 11.792 en 2015), la desigualdad de ingresos (por el aumento de la brecha entre el 10% más rico y el resto), el número de guerras y de conflictos armados (de 44 en 1995 a 46 en 2005 y a 51 en 2015) y la corrupción en el sector público.

Felipe Sahagún es profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense de Madrid y miembro del Consejo Editorial de EL MUNDO.