EL MUNDO – 14/11/16 – SANTIAGO GONZÁLEZ
· En las inevitables comparaciones del presidente electo con su antecesor, Nicolás Redondo emitió un juicio muy razonable en lo de Carlos Herrera el viernes: «Obama ha sido un presidente aceptable para EEUU, pero un mal líder mundial».
Una comparación entre ambos tenía que dejar en mal lugar a Trump, a quien Enric González tachaba con acierto de patán, demagogo e ignorante, calificativos que también atribuía a Andrew Jackson, séptimo presidente de EEUU y fundador del Partido Demócrata. Cuando Ronald Reagan ganó sus primeras elecciones en 1980, la muy influyente crítica cinematográfica del New Yorker, Pauline Kael, manifestó su sorpresa: «No sé cómo ha ganado Reagan; no conozco a nadie que lo haya votado».
Reagan no podía ser calificado de patán, pero era más bien simple y un tanto ignorante. Tenía dicho a sus asesores que los informes que le pasaran no debían ocupar más de dos folios, pero Kael tenía poco mundo fuera de Manhattan. Reagan barrió a Carter, 489 votos electorales contra 49 y cuatro años después hizo lo propio con Walter Mondale con más ventaja aún, 525 contra 13. Él sí fue un líder mundial. Su década, la de los 80, terminó con la guerra fría y con el equilibrio de poderes con la URSS. Con la propia Unión Soviética de hecho.
Él y el Papa Wojtyla ejercieron un liderazgo más firme que Obama y Francisco. Fue la suya una gran Presidencia en la historia de EEUU contra las bromas que le dedicamos los progres de entonces. Él acuñó en 1980 el lema de campaña que ha usado Trump en 2016: Make America great again. La promesa caló después de la calamitosa gestión de Jimmy Carter, uno de los pocos presidentes que no tuvo ocasión de renovar su mandato. Ciertamente, la Presidencia de Obama no se ha visto salpicada por escándalos de corrupción, ojalá hubiese podido decir lo mismo la candidata Clinton, pero en muchos de sus compatriotas ha dejado un poso de insatisfacción por el papel de su país en el exterior: el acuerdo con Irán sobre el programa nuclear, el pacto con la dictadura de los Castro a cambio de nada, su pasividad en Siria y Ucrania, and so on.
Trump es un patán y un ignorante, lo ha demostrado cumplidamente en la campaña, pero nada más ganar las elecciones empezó a comerse sus promesas electorales más absurdas. Estados Unidos es el único país del mundo que siempre ha sido una democracia, aunque esto quizá no lo sepa Pablo Iglesias, que tiene por modélica la Revolución francesa, con su guillotina y su imperio napoleónico a la espera.
Las instituciones de la democracia americana son muy sólidas y están dotadas de poderes que se contrapesan y la sostienen por encima de cualquier empeño personal. Franklin D. Roosevelt, el presidente de EEUU más sobrevalorado de la historia, después de arrasar electoralmente a Herbert Hoover, se tuvo que envainar aspectos de su New Deal por la oposición del Tribunal Supremo y de la Cámara de Representantes, donde su partido, el Demócrata, gozaba de mayoría.
Karl Popper había resaltado la importancia de la fortaleza institucional en La sociedad abierta y sus enemigos: «¿Cómo se pueden organizar las instituciones políticas de modo que se impida que los gobernantes malos e incompetentes hagan mucho daño?», se preguntaba y daba una respuesta clara: las buenas instituciones protegen a las naciones de los malos gobernantes.
¿Es el Apocalipsis? No todavía, un poco de calma. Como escribió Lorca en Poeta en Nueva York: «No es el infierno, es la calle. No es la muerte, es la tienda de frutas».
EL MUNDO – 14/11/16 – SANTIAGO GONZÁLEZ